El trampantojo de los futuros ex amores

¿Cuáles son las libertades que deseamos perder secretamente? ¿Cuáles los lazos que estamos dispuestos a echarnos encima? Sobre estas ideas desliza elegantemente Glenway Wescott (1901-1987) su prosa en El halcón peregrino. Redescubierto en los últimos años, tras varias décadas eclipsado por quién sabe qué, Wescott es uno de los más interesantes escritores de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. Relacionado en estilo, visión del entorno y del ser humano a la generación de Scott Fitzgerald, Gertrude Stern o Hemingway, a Wescott "lo que le fascina son los acontecimientos devastadores que manan directamente del personaje", escribe Michael Cunningham en el prólogo de esta edición.

Se trata de una novela corta que transcurre en una tarde en la campiña francesa, recién pasada la Primera Guerra Mundial, 1920. Una chica norteamericana vive allí y está en compañía de un amigo que quiere ser novelista (álter ego de Wescott y narrador del libro) cuando una tarde reciben la visita de una aristocrática pareja de amigos irlandeses que pasean por Europa. Y, alrededor de ellos, los dos criados de los anfitriones y el chófer de los viajeros. Pero sobre todo un personaje cuya silenciosa, apática y bella presencia es clave: la del halcón que la mujer irlandesa lleva sobre su muñeca e intenta domesticar. Símbolo, metáfora y espejo, el halcón impregna sutilmente las páginas del libro. Porque más que sobre la evidente libertad capturada, Wescott narra glamurosa, cruel y claramente los motivos que llevan a la gente a domesticarse; a no querer escapar; a las pérdidas que se pagan gustosas. ¿El amor y el aburguesamiento, por ejemplo? Hasta que al final de la tarde las historias de todos se han entrecruzado, desvelado y revelado. Otro título de próxima edición del autor es Apartamento en Atenas. Wescott sólo escribió cinco novelas y un libro de cuentos que merecen ser leídos más de una vez.