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Columna
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A cuestas con la estrategia

Soledad Gallego-Díaz

Algo está equivocado en la estrategia de un Gobierno cuando es la oposición la que marca continuamente la agenda política y mediática. Algo está equivocado en la estrategia del PSOE cuando es el PP el que logra encerrarnos a todos en su propio temario y cuando no parece posible evitar el daño que está causando esa oposición en su camino hacia las elecciones. No se trata de mantener equilibrios falsos ni de distribuir responsabilidades, mitad y mitad, que es como no distribuirlas ni exigirlas. A cada cual lo suyo: el Partido Popular decidió desde el primer momento convertir la política antiterrorista en el eje de su política de oposición, algo que no había ocurrido antes en la vida parlamentaria española, por lo menos no con tanta virulencia y, seguro, no con un grado de imprudencia tan grave.

El destrozo, sobre todo, lo esta causando el Partido Popular al trasladar este debate a la calle, permitiendo que la extrema derecha levante la cabeza y sus símbolos. Eso, en este país, es una seria irresponsabilidad atribuible en exclusiva a los dirigentes de ese partido. Están abriendo la tapa de una caja que hace años que conservan en el desván pero que tiene suficiente gas como para intoxicarles más gravemente de lo que, quizás, ellos mismos han calculado. El PP es responsable de haber dejado que se ponga en marcha una oposición "callejera" de extrema derecha que toda Europa sabe ya que es bastante difícil de controlar.

No hay por qué estar asustados. Esa es, muy probablemente, la estrategia del PP: un cierto susto ante la barahúnda de la calle que lleve a los moderados a desmovilizarse cara a las elecciones. No hay por qué aceptar ese envite. Esto es una democracia y todo acaba, simplemente, en un proceso electoral, en unas elecciones generales en las que los ciudadanos deciden quién tiene razón.

La cuestión es que debería ser obligación del Gobierno y del partido que le apoya, de cualquier Gobierno que esté en el poder y de cualquier partido que le apoye, encontrar la manera de imponer su propia agenda, de parar esos destrozos y, sobre todo, de decidir en qué batallas va a entrar y con qué coste. Para eso precisamente se ejerce el poder democrático.

Es posible que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tenga razón y que la sociedad española actual sea muy distinta de la que creen las generaciones anteriores a la suya, que tenga fantasmas muy distintos y que comprenda perfectamente las batallas que este Gobierno ha elegido. Pero, quizás, debería admitir también que algunas de esas batallas producen poco entusiasmo en una parte menos joven de esa sociedad, no por eso menos abierta, y a la que le irrita sobremanera encontrarse todo el día discutiendo los temas del PP, en el campo del PP.

Puestos a eso, mejor denunciar el Concordato y evitar, como explicaba ayer el profesor Marc Carrillo, que la religión y la jerarquía de la Iglesia católica devalúen la Constitución. En el corralito del PP los ciudadanos estaremos obligados a hablar todo el día de De Juana Chaos. En el corralito de la izquierda, se deberían explicar las razones, perfectamente legales y legítimas, de esa decisión, y pasar a continuación a hablar, con la misma energía, de cómo defender la aconfesionalidad del Estado. En el corralito de la izquierda, deberían estar prestando toda su atención a cómo evitar que los distintos gobiernos autónomos del PP dediquen menos fondos y esfuerzos a la educación pública que a la privada, a evitar que el Gobierno autónomo de Madrid permita una vergüenza como el hospital Clínico, con mil camas, que se cae de suciedad y de falta de recursos. En el corralito de la izquierda se debería dejar de hablar todo el día de los mismos temas que en el corralito de la derecha.

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[Los abucheos en el Parlamento español han alcanzado ya tal nivel de intensidad que cada vez se parecen más a las risas en lata que se incorporan, vengan a cuento o no, en las series de televisión norteamericanas. Como diría el recién fallecido Jean Baudrillard, el asunto de las risas (o del abucheo) se dejaba, hasta hace poco, a los espectadores. Ahora, se integra en la pantalla con tal asiduidad que "a usted le dejan solo con su consternación"]. solg@elpais.es

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