"Reclamad las calles"
Jóvenes de varios países protestan en Copenhague por el derribo de un centro alternativo
Los grupos antisistema de toda Europa tienen estos días puestos sus ojos en Copenhague, la ciudad en la que policías y activistas juegan al gato y al ratón desde hace cinco días, botes de humo, piedras y demás objetos arrojadizos mediante. El desalojo de Ungdomshuset (Casa de la Juventud), un centro cultural alternativo, cedido por el Ayuntamiento hace 25 años, ha puesto en pie de guerra a los activistas de media Europa, en especial de Alemania y de Suecia, que al grito de "¡Reclamad las calles!" ponen en práctica sus conocimientos de guerrilla urbana.
Las acciones espontáneas de estos grupos, que operan de forma descentralizada y convocados a través de mensajes de móvil, traen de cabeza a la policía danesa, que se ha visto obligada a pedir refuerzos a sus vecinos suecos y alemanes.
La policía danesa ha detenido a unas 650 personas; de ellas, 140 son extranjeras
Los activistas no han podido evitar, sin embargo, la demolición del edificio de la discordia. Ayer, un inmenso brazo de hierro comenzó a cebarse poco antes de las ocho de la mañana con la Casa de la Juventud, lo que según la policía y los activistas, incitará a nuevos altercados. Un punk de postal -pantalones escoceses, chupa de cuero forrada de tachuelas, cresta roja y capucha negra- derramaba ayer lágrimas de cocodrilo al ver caer el amasijo de hierros de la casa al vacío. Como él, decenas de activistas se abrazaban y lloraban desconsolados. La mayoría, sin embargo, se resiste a hablar con los medios de comunicación. Ellos gestionan sus propios canales de información que cuelgan en la Red.
Habla, en cambio, Esben Olsen, miembro del grupo de apoyo de Ungdomshuset y muy activo estos días. "Los grupos de lucha autónoma envían un SMS: 'Reclaim the streets
[reclamad las calles, en inglés], con un día y una hora. Pásalo' y la gente acude. Ha venido gente de toda Europa. Se meten en un autobús y aparecen, así funcionan los grupos autónomos".
Mientras Olsen habla, no para de recibir mensajes de móvil, los mismos que estos días flotan por Copenhague hasta posarse en los teléfonos de miles de jóvenes. La última concentración convocada ayer, enfrente de la cárcel, fue para protestar por la detención de cerca de 650 personas, 140 de ellas extranjeros. La noche se reserva para las acciones duras.
Pero hay que darse prisa y borrar enseguida los mensajes, según advierte una de las páginas web del movimiento que da el parte casi al minuto de la evolución de las protestas. "Si te pilla la policía con alguno de estos mensajes en la bandeja de entrada, estás detenido". El que lo cuenta es Ole, que pasó la noche del jueves en el calabozo, después de ser arrestado mientras tomaba una cerveza con un amigo en la calle. Ole es artista y padre de tres hijos, la mayor integrante de un grupo de lucha autónoma. "Ella domina las calles, es muy difícil que la detengan".
Mientras la policía sostiene que han detenido a los cabecillas de las revueltas, Olsen, miembro del grupo de apoyo que reúne a unas 700 personas y figura destacada del entorno antisistema danés, piensa lo contrario, que los que se dejan coger es porque carecen de entrenamiento. Teme que la revuelta acabe convirtiéndose en una réplica de las de las periferias en Francia. "Cuando empieza la pelea, se suma mucha gente que sólo busca lío y que no conoce las tácticas de la guerrilla urbana. En la lucha callejera hay unas reglas muy claras. La pelea es contra la policía, está claro que no se tiran piedras a civiles y que cuando se quema un coche es para cerrar el paso a los agentes, no se dañan las cosas de la gente porque sí".
Con o sin método, la violencia ha echado para atrás a algunos simpatizantes como la joven Titts, que ha tenido bastante con cuatro días de carreras y gases. Apoya la causa de Ungdomshuset, pero como las brigadas de pacifistas que han empezado a pedir a los jóvenes que dejen de quemar coches, se ha cansado de la violencia.
De momento, la guerrilla urbana no ha causado heridos graves, pero sí destrozos materiales y un coste a las arcas municipales en seguridad de cerca de dos millones de euros.
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