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A favor de la política

La política tiene mala prensa. No hay nada más simple y fácil que hablar mal de la política y los políticos. No importa dónde ni ante qué audiencia, pero si uno quiere aunar apoyos para sus ideas y generar consensos hacia sus palabras sólo tiene que hablar mal de la política. Y si no lo creen, hagan la prueba. Si son atentos, podrán observar como más allá de la opinión sobre este o aquel político, o de los comentarios sobre un partido u otro, lo que realmente pone al personal es, como popularmente se dice, poner a caldo a todos los políticos por igual. Analizando los posibles orígenes de esta actitud uno se podría imaginar que lo que a la gente no le gusta es dar coba a los que ostentan el poder o simple y llanamente podríamos pensar en la existencia de una vertiente ácrata en la más pura tradición ibérica que lo que detesta es la propia existencia del poder. O podríamos imaginar que la crítica se fundamenta en el hecho de que tenemos lo peor de lo peor en nuestra clase política. Sin embargo, estas y otras hipótesis no se sustentan en la realidad cotidiana de nuestra sociedad.

La política nace en el mismo instante en que el ser humano decide vivir en grupo. No hay sociedad posible sin política

Por un lado, tenemos todas las pruebas para afirmar que en nuestra sociedad la gente no se sitúa contra el poder como posición o acto de principios. Es más, incluso algunos profesan un respeto por él. Instituciones como la banca -poderosa donde las halla- tienen en todos los estudios de opinión donde se pregunta específicamente sobre ella una evaluación muy positiva. Sin duda, mucho mejor que la que obtienen instituciones políticas o los propios partidos. Y a este ejemplo podríamos añadir otros. En lo que se refiere a la calidad de nuestros políticos es muy atrevido pensar que son muy distintos a lo que es la sociedad que los elige. Es más, de la misma manera que hay personajillos que han llegado a ostentar responsabilidades elevadas (alcaldes, directores generales, miembros del ejecutivo o del legislativo) que eran fácilmente prescindibles e incluso otros que eran, sin más, miserables (recuerden a Roldán o a uno de esos alcaldes del territorio español que utilizan su municipio como si fuera su finca particular), hay muchos más que asumen su labor de servicio público de manera honesta y con mucha más entrega que la mayoría del resto de sus conciudadanos en su ámbito profesional. La cuestión es que esto no es nunca noticia ni motivo alguno de reconocimiento. Así pues, podemos concluir que el problema no son el poder ni el comportamiento de nuestros dirigentes políticos. Probablemente el problema sea, simple y llanamente, la política.

Llegados hasta aquí, la cuestión que plantear para buscar soluciones al problema es si podríamos prescindir de la política. Si todo el mundo la desprecia y le atribuye las consecuencias negativas ya conocidas, qué duda cabe que promover su desaparicion podría ser positivo. Ya se sabe que muerto el perro, se acabó la rabia. Y en este punto la cosa se complica porque la respuesta es, simple y llanamente, que no, que no es posible. Nuestras sociedades no pueden prescindir de la política. La sociedad necesita de la acción política. No sólo nuestra sociedad, sino cualquier sociedad requiere de la política. La política nace el mismo instante en que el ser humano decide vivir en grupo, es decir, probablemente desde el inicio. No hay sociedad posible sin política. El conflicto es consustancial a toda sociedad, y la gestión de ese conflicto, de naturalezas y orígenes muy distintos, corresponde a la política. Lo que es cierto es que la política puede adquirir ropajes muy diversos y no hay que ser historiador para darse cuenta de que la democracia, la indumentaria actual de nuestra política, no ha sido ni por asomo la norma habitual de la política a lo largo de la historia.

Nos podríamos preguntar si la democracia es la responsable de tanto despego y crítica política. La respuesta no es simple, pero no deberíamos descartarla como hipótesis de trabajo para nuestra reflexión. Es efectivamente posible que la democracia tenga algo que ver con la mala prensa de la política. De entrada, porque no conozco otro régimen político que no sea democrático donde la critica a la política sea posible. Sólo en democracia se puede disentir de todo, incluso de la propia democracia. Pero en nuestro caso, no es la idea de la democracia lo que está en entredicho, sino la idea de la política. No es esta una situación nueva, José María Maravall ya puso a mediados de los setenta su lupa sociológica sobre esta cuestión, advirtiendo que en la sociedad española esta dinámica era mucho más acentuada que en otras sociedades. Adhesión a la idea de democracia -como principio y sistema de valores- y desconfianza y desapego a la política y sus actores.

Esta situación no tiene soluciones fáciles. Quizá la política en democracia tenga que asumir como inevitable la dinámica de crítica a la que está sometida. Pero nunca se debería aceptar ni con resignación ni como un mal menor. Esa situación conlleva riesgos para la propia política democrática. Que los valores democráticos tengan respaldo no evita que si la política se deteriora tanto a los ojos de los ciudadanos, aparezcan salvadores mesiánicos que establezcan liderazgos caudillistas y actuaciones al margen de las reglas y principios democráticos. Las tentaciones populistas -conservadoras o no- siempre aparecen en el peor de los momentos de la política en democracia.

Ante todo ello sólo se me ocurre una solución: política más atrevida, desacomplejada y pedagógica. Hay que reivindicar la política como algo imprescindible, como algo consustancial a todo hecho social y, por lo que se refiere a la política en democracia, como el mejor escenario para el desarrollo de la política. La condición para todo ello es que desde la propia política institucional se cierren las puertas a los flirteos con los discursos populistas. La peor de las noticias en nuestro entorno es que en España estamos desde 2004 con una oposición dividida entre su alma populista y predemocrática y su alma institucional. En España hay quien está jugando desde hace meses con fuego y, si nadie lo impide al final, este incendio permanente en que el PP ha convertido la política española se le escapará de su control. Aquel día algunos se darán cuenta de su irresponsabilidad.

Jordi Sánchez es politólogo.

jsanchez@fbofill.cat

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