El cuento de Batasuna
Yo creo en la evolución y/o progreso; creo que las cosas pueden cambiar mayormente a mejor. Por eso prefiero, entre todos, el género narrativo, porque un texto se vuelve un relato sólo cuando expresa una transformación, el paso de una situación o un estado a otro distinto. Y, como la transformación es la sustancia misma del relato, lo narrativo no hace más que alentarla, que propiciar los cambios, el traslado -por verlo sólo en positivo- de la infelicidad a la dicha, del conflicto a la serenidad, del miedo a sus antídotos.
Llevamos mucho tiempo oyendo que Batasuna está en proceso de transformación evolutiva, de cambio a mejor, a respeto de las reglas del juego democrático. Llevamos mucho tiempo entonces -y por seguir con el argumento inicial- con Batasuna metida en un movimiento narrativo, en un cuento. Como en Euskadi nos ha pasado ya de todo y además varias veces, es muy natural y comprensible que nada más juntar Batasuna con cuento, al pensamiento acudan algunas expresiones de inquietud: cuento de terror, cuentos chinos o el cuento de nunca acabar.
Pero yo hablaré hoy de cuestiones básicamente técnicas. El que todo cuento necesite, para serlo, de una transformación es un principio que vale también dado la vuelta: las transformaciones suelen adoptar la forma narrativa o suelen acudir a las reglas y fundamentos narrativos para labrarse un porvenir, para conseguir expresarse de un modo convincente, esto es, claro y creíble. Y es que los cambios, para producir sus efectos, tienen que ser entendidos y aceptados por su público. Lo que, aplicado al caso abertzale, significa que Batasuna para cambiar de estado, posición o posicionamiento -si eso es lo que auténticamente desea- no sólo tiene que transformarse, debe además volver inteligible y creíble su transformación.
Para ello, insisto, puede serles de gran utilidad aplicarle al proceso las reglas de la eficacia narrativa. Por ejemplo, las que se refieren a la claridad del estilo. Ya sé que cuando se lleva mucho tiempo hablando a brocha cuesta hacerlo a pincel; que cuando se lleva tanto tiempo circulando en dirección contraria por las acepciones, es duro ajustarse al sentido léxico común; que cuando la superficie lingüística de uso habitual ha sido la arena movediza, resulta difícil cimentar un discurso de tierra firme. Sé también que hablar una especie de arameo ha sido una de las tendencias del debate político en Euskadi, pero hay que hacer un definitivo esfuerzo de clarificación. Si no se entiende, la transformación abertzale no podrá llegar a su destino; la ciudadanía tendrá la impresión de seguir en las mismas, en el habitual baile de disfraces verbales, donde A va de B o así.
Otra regla literaria fundamental dice que la credibilidad no es un derecho, sino una conquista del enunciado. Por eso, para subrayar que no puede venir de fuera (de las tragaderas del personal lector), sino de dentro, se le llama verosimilitud. Es creíble el texto que respeta las reglas que él mismo se ha dado, el que es coherente con su propia y explícita interioridad. Para ser creíble, la transformación abertzale debe expresarse con criterios de verosimilitud: transparentando los valores que la inspiran y ajustándose a ellos de palabra y de obra (una sola línea de hechos vale más que decenas de páginas de explicaciones, dice otra regla narrativa de oro).
El mundo exterior está muy visto y ha dejado de tener aventura, por eso a la literatura le interesa cada vez más el fuero interno, lo que a los seres humanos les pasa en la profundidad, en la intimidad de las ideas, las emociones y los sentimientos. Yo creo que el cuento de la transformación abertzale podría ganar en eficacia expresiva y credibilidad si se abordara así, desde el mundo interior, si en lugar de un relato publico-colectivo fuera una suma de relatos privado-singulares. No el cuento de Batasuna, sino el de Otegi y los demás. La narración de cómo cada uno se desplaza, por dentro, del ser al no ser o viceversa. Del irrespeto al respeto democrático. De una posición frente a la violencia, a otra. Por dentro, íntimamente, no como portavoces, sino como personas.
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