Bush planta cara a Chávez en una estratégica gira latinoamericana
El presidente de Estados Unidos viaja a cinco países clave para intentar reducir la creciente influencia de Venezuela en la región
Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México. Éstos son los cinco países que visitará el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en una gira clave por Latinoamérica que empieza el jueves. Venezuela no ha sido incluida en el itinerario. El objetivo de Washington es intentar contrarrestar la creciente influencia de Hugo Chávez en la región. En los último tiempos, Estados Unidos ha visto surgir Gobiernos de izquierdas en América Latina -como el de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y Tabaré Vázquez en Uruguay- y ha aprendido a convivir con esa realidad. Esta gira parece ser la prueba definitiva. Pero hay una clara excepción: las acciones y declaraciones radicales del presidente venezolano.
"Los que ganan son los que ofrecen un programa social", admiten en Washington
Bush necesita ahora que Calderón sea un líder fuerte y capaz de estabilizar México
Cuando todas las baterías de la diplomacia (y las otras) de Estados Unidos apuntan hacia Oriente Próximo y las graves tensiones en Irak y Afganistán, el presidente George W. Bush distrae esta semana por unos días su atención para hacer frente a otro viejo, ruidoso, pero mucho menos letal enemigo, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Aunque Caracas no es una de las etapas del viaje que Bush inicia el jueves próximo a América Latina, toda la gira está concebida como una oportunidad de equilibrar la creciente influencia del ex militar populista en la región.
No es América Latina, desde luego, una de las zonas del mundo en la que, últimamente, se centre la atención de la política norteamericana. Éste es el primer viaje de Bush en su segundo mandato y el segundo de su presidencia. Al margen del formalismo de las cumbres periódicas, la Administración estadounidense parece seguir los acontecimientos en su propio continente con distancia y desinterés.
"El problema con la política de Estados Unidos hacia América Latina, y no sólo de esta Administración", opina Arturo Valenzuela, profesor de la Universidad de Georgetown, "es que no está guiada por consideraciones estratégicas. Los políticos no son conscientes del grado en que los intereses norteamericanos están en juego en el continente".
La cara positiva de ese desinterés es que ha dejado ya remotos los días del intervencionismo feroz en lo que se consideraba el patio trasero de Estados Unidos o la reproducción a escala centroamericana de las tensiones de la guerra fría. Desde el punto de vista de Washington, América Latina es hoy, básicamente, una región estable, razonablemente segura y amable para los intereses norteamericanos, con excepción de las acciones y las declaraciones de Chávez, a las que hasta hoy aquí se ha contestado sólo con silencio y desprecio.
A diferencia de otros tiempos y otros escenarios, Estados Unidos ha visto surgir en los últimos años Gobiernos de izquierdas en América Latina con los que ha aprendido a compartir diplomáticamente, y ha soportado resignadamente actitudes nacionalistas -como el voto contrario en la ONU sobre Irak- de Gobiernos latinoamericanos. Sólo dos asuntos parecen todavía poner en alerta a Estados Unidos cuando se habla de América Latina: drogas y emigración.
"Los que ganan son los que ofrecen un programa social o una agenda que se adapta a las necesidades de los votantes", reconoce el secretario de Estado adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Tom Shannon. "Nosotros creemos", añade, no obstante, "que el electorado en la región está girando al centro lentamente. Algunos son de centro-izquierda, otros son directamente centristas y otros son de centro-derecha".
En uno u otro caso, esta Administración ha sido capaz de convivir con la realidad. Este viaje es la prueba perfecta. De entrada, incluye visitas a dos de los más característicos dirigentes de izquierdas de la región: Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, y Tabaré Vázquez, en Uruguay. Es, en cierta medida, la bendición de Bush al modelo de izquierda que Estados Unidos tolera y respeta, frente al neosocialismo que predica Chávez.
A continuación, dos escalas en lugares donde los intereses norteamericanos se ven más desafiados a corto plazo: Colombia, donde Estados Unidos ayuda en una guerra difícil contra el narcotráfico y la narcoguerrilla, y México, donde Washington necesita estabilidad para afrontar juntos el asunto de la emigración, éste sí vital para la política doméstica norteamericana. En medio, queda una escala en Guatemala, buen aliado norteamericano (socio en la aventura de Irak) y escenario todavía de preocupación para las organizaciones de derechos humanos.
Dando por descontado que Bush va a encontrar protestas intensas en las calles de cualquier ciudad que pise -de hecho, cambia la visita al Distrito Federal de México por la mucho más tranquila Mérida-, el viaje debe ser la confirmación de un clima de relaciones, más o menos difíciles (más bien difíciles por la impopularidad de George W. Bush: solamente un 30% de aceptación, según el latinobarómetro), pero normales.
Esa normalidad se ha visto perturbada, no obstante, en los últimos tiempos por Hugo Chávez. El presidente venezolano no pierde oportunidad de criticar en los términos más groseros a Bush y a la mayoría de sus colaboradores, y, aunque nunca ha encontrado respuesta de parte de Washington, ha creado en Venezuela la alarma y el clima de resistencia como si el riesgo de una invasión militar estadounidense fuese cierto.
Eso le ha servido, en parte, como justificación para emprender en los últimos años un rearme militar que ha llevado la preocupación a Brasil y Colombia. "La adquisición de equipo militar moderno procedente de Rusia, incluidos 24 avanzados cazabombarderos SU-30, y el desarrollo de nuevas capacidades para la producción de su propio armamento está inquietando cada día más a sus vecinos y puede provocar una carrera de armas en la región", afirmaba estaba semana ante el Comité de Asuntos Militares del Senado el nuevo director nacional de Inteligencia, Michael McConnell.
McConnell aseguró que Chávez está creando un Ejército politizado y una red de milicias fieles que rompen con la tendencia institucionalista y democratizadora del continente y que representan un peligro de inestabilidad futuro. "Si no tratamos este asunto, vamos a tener problemas peores de los que vivimos en El Salvador y Nicaragua en los años ochenta", ha advertido el congresista republicano Dan Burton.
McConnell no es tan alarmista. En su opinión, la influencia de Hugo Chávez en América Latina va a ir decreciendo en la medida en que se debilite la salud de su actual mentor, Fidel Castro, a quien McConnell pronosticó que "este año marcará probablemente el fin de su dominio en Cuba".
Según el jefe de la Inteligencia norteamericana, el peso de Chávez en América Latina podría verse reducido también por una caída en los ingresos procedentes de las exportaciones de petróleo. "El ritmo actual se está comenzando a degradar", informó McConnell al Senado, "está empezando a descender la capacidad de extraer petróleo en Venezuela. A largo plazo [Chávez] va a tener dificultades para mantener su política".
Tampoco el propósito manifiesto de Chávez de fortalecerse militarmente representa, a juicio de McConnell, una seria amenaza para Estados Unidos. Según el alto funcionario norteamericano, Venezuela va a tener dificultades para el mantenimiento del material que está comprando y para hacerlo operativo a medio plazo.
Eso no significa que Estados Unidos no siga de cerca la actividad de Chávez y, eventualmente, contribuya a su caída. Pero, de momento, la estrategia parece ser otra más prudente y moderada: fortalecer los Gobiernos democráticos de la región y evitar la expansión del chavismo. Esto último es, de hecho, lo que más preocupa del régimen de Venezuela.
En su informe ante el Senado, McConnell advertía: "La buena actuación de candidatos presidenciales con ideología de izquierda populista en otros países habla de la creciente impaciencia entre el electorado por la incapacidad de sus Gobiernos para mejorar los niveles de vida de la población. La insatisfacción popular con la democracia es especialmente inquietante en los Andes, particularmente en Ecuador y Perú".
Precisamente por eso es importante el respaldo que este viaje constituye para Gobiernos de izquierdas no populistas que Washington quiere que tengan buenos resultados, como Brasil o Uruguay. En el mismo paquete se podría incluir también a Chile. Pero no a Argentina, cuyo presidente peronista, Néstor Kichner, actúa demasiado cerca de Chávez y sabrá ahora entender el mensaje de que Bush pare precisamente en Montevideo y no en Buenos Aires. Los dos países ribereños del río de la Plata mantienen un grave litigio por el asunto de la planta celulosa presuntamente contaminante.
En el caso de Brasil, además del apoyo a Lula (que devolverá visita a Washington a finales de este mes), Bush va a explorar el uso del etanol como sustitutivo del petróleo, una producción en la que el gran país latinoamericano es líder mundial.
En Colombia, por otra parte, George W. Bush espera encontrar de parte del presidente Álvaro Uribe buenos argumentos para convencer después al Congreso norteamericano de que el escándalo de las conexiones de miembros de su Gobierno con los paramilitares no debe poner en riesgo la continuación del Plan Colombia y del apoyo económico y militar de Estados Unidos a ese país.
La política de ayuda militar a Colombia para combatir a la narcoguerrilla (unos 700 millones de dólares anuales) fue iniciada por Bill Clinton, pero es hoy uno de los instrumentos esenciales de la política de Bush en América Latina. El Partido Demócrata, que actualmente controla ambas Cámaras del Congreso, tiene reservas crecientes sobre la continuación de esa ayuda y quiere recibir garantías de que el Gobierno de Uribe respeta los derechos humanos. Colombia busca, además, un tratado de libre comercio con Estados Unidos para el que el Congreso tiene la última palabra.
Y la etapa final del viaje es la de México, donde Bush se encontrará con un presidente, Felipe Calderón, que intenta ganar legitimidad después de la durísima pugna electoral y poselectoral, y que debe ser para Estados Unidos un aliado esencial en su política migratoria.
Washington se libró de la pesadilla de tener a López Obrador como presidente vecino, pero necesita ahora que Calderón sea un líder fuerte y capaz de desarrollar y estabilizar México. Ésas son las mejores armas para contener la masiva emigración ilegal a través de la larga frontera común. Otras medidas más drásticas, como el muro aprobado por el Congreso norteamericano y al que Bush se opone, provocan un fuerte rechazo en México y resultan costosas y de dudosa viabilidad en Estados Unidos.
Pero sean cuales sean, George W. Bush y el Partido Republicano necesitan ofrecer soluciones para la emigración ilegal. En algunos Estados decisivos para las elecciones, como California o Tejas, ése es un asunto que ocupa el primer lugar entre las preocupaciones de los ciudadanos. Se trata, en sí mismo, de un tema capaz de hacerle ganar o perder a un candidato unas elecciones. Y hay que recordar que estamos en campaña electoral.
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