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Columna
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Los golfos y el golf

El mejor reclamo inmobiliario es una pelota de golf. Así debe ser a juzgar por la profusión de folletos de promociones en los que aparece la pelotita punteada o un tipo guay con su gorrita y un palo en la mano haciendo posturas. Da igual que esté cerca de la playa o la montaña, lo importante es que tenga campo de golf. Tal es el protagonismo que ese deporte tiene en el negocio de la vivienda, que si un marciano viera esos anuncios pensaría que la vida de los españoles carece de sentido sin el golf. Y es verdad que los que se enganchan al golf se enganchan "a lo bestia" y que el número de aficionados ha crecido espectacularmente en los últimos años, pero, desde luego, no tanto como para ser considerado un deporte de masas y mucho menos que justifique tanto tirón comercial.

Semejante fenómeno obliga a pensar que en este asunto hay algo más que afición y que han convertido los campos de golf en un caballo de Troya para recalificar suelo y levantar viviendas. Un ejemplo notable lo constituye el caso de Las Navas del Marqués, donde el pasado otoño un tipo batió el récord mundial de tala de pinos al cepillarse 4.000 ejemplares en un solo fin de semana. Eso es lo que se llama "pasión por el golf". Y es que el alcalde de Las Navas parecía tener muy claro que sus vecinos no podían vivir ni un día más sin ensayar el swing, y por si un campo no era bastante pensó en hacer cuatro, aunque la cigüeña negra que allí anida tuviera que exiliarse. Casualmente, además de hacer hoyos, el plan incluía la construcción de 1.600 casas. El todopoderoso sector inmobiliario ha convertido esta disciplina deportiva en su tarjeta de presentación, la cara amable de su acción depredadora. Un sambenito que no merecen quienes practican, disfrutan y aman este deporte y sobre todo quienes han trabajado para popularizarlo y hacerlo accesible.

En los últimos 20 años, el golf ha pasado en nuestro país de ser un deporte de pijos relamidos y ricachones a que lo practique gente normal. Esa progresión no es mérito de los señores del ladrillo, sino de quienes apostaron por la construcción de campos públicos con precios asequibles. Un caso ejemplar fue el del Olivar de la Hinojosa en el Campo de las Naciones. Una transformación que hizo de la práctica del golf la mejor garantía de respeto a un espacio natural. Ese criterio es el que ha de prevalecer a la hora de consentir la construcción de nuevos campos y poner bajo sospecha a los que llevan aparejadas operaciones inmobiliarias, porque lo más probable es que a sus promotores el deporte y la naturaleza les importe un bledo. La Comunidad de Madrid tiene prevista la construcción de un campo de golf en la llamada finca de El Encín, a pocos kilómetros de Alcalá de Henares. Es un plan ambicioso que pretende convertir la zona más degradada de la finca en uno de los mejores campos de golf de toda Europa. El proyecto ganador no contempla una sola casa en las proximidades del campo y ése es el compromiso público que honra a la Consejería de Economía y que ha de dejar bien atado para que nadie lo pueda transgredir. Otro elemento fundamental es la procedencia del agua que regará sus praderas.

Los aspersores de El Encín emplearán agua reciclada procedente de la vecina Meco. Desde la ética medioambiental, el reciclaje es la única forma admisible de destinar al riego ese enorme volumen de agua en un país seco. Por desgracia, en la actualidad la inmensa mayoría de los campos de golf de la región son regados con agua procedente de pozos subterráneos, muchos de ellos ilegales. El del agua no es el problema del polémico campo que construye el Canal de Isabel II sobre su aljibe de Vallehermoso. El césped será artificial y el consumo, por tanto, moderado, pero su ubicación es más que discutible y, desde luego, no parece que allí merezca el ampuloso calificativo de "interés general". Hay una treintena de campos en Madrid y en proyecto, otros tantos. Cada una de esas instalaciones ocupará decenas de hectáreas de terreno cuya configuración y tratamiento determinarán el que el golf sea una apuesta respetuosa, e incluso revitalizadora, de nuestro medio natural o, por el contrario, una fuerza depredadora. No es el golf lo que hay que satanizar, sino los golfos que horadan pozos ilegales, ordenan talas implacables y operaciones inmobiliarias enmascaradas. Es más, ahora que ha descendido la proporción de pijos por metro cuadrado sobre el green, igual me animo a practicarlo.

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