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Columna
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Monólogos del 'telefonino'

Escribo el 1 de marzo, "día sin teléfono móvil", preguntándome qué habrá sido de aquellos extraños del tren. Antes de la era de las polifonías, viajar en una placenta compartida de la que sólo te sacaba tu destino final era una relajante y cinematográfica manera de aislarse del mundanal estrépito de más allá del vagón.

Pero casi de repente las cosas han cambiado, y vivir ruidosamente ya no consiste sólo en soportar bakaladeros macarras, mascletàs motorizadas, niños-bombeta o alcaldesas petardas. Ahora, y ya desde el mismo andén, el ferrocarril (la grosería de muchos de sus usuarios) te convierte en una conversadora pasiva, víctima de estruendosos monólogos del telefonino, salvo que optes por una suicida inmersión en alguna de las películas que para Renfe debe elegir algún enemigo acérrimo del séptimo arte. Por si alguien piensa que exagero, paso a resumir un trayecto ejemplar:

Nada más arrancar, alguien decide retransmitir en directo la salida de la estación: "Hola, machote, pues que estoy en tren, hace calor, y aprovecho para montar una cena. A ver, necesito el número de... y de... y de...".

Por megafonía ruegan que se limite el empleo del móvil o que se baje el volumen y se salga a las plataformas. Colijo el mensaje porque me lo sé de antes, no porque mi compañero de fila no se haya aprestado a elevar su voz por encima de la grabación, mientras todos los "des" son convenientemente invitados durante la siguiente media hora. Afuera transcurren viñedos, obras del AVE, canteras y almacenes de mármol, cementeras, montes desmontados... Al otro lado del pasillo suena una especie de marcha de la caballería ligera, y automáticamente su propietario empieza a quejarse de la hipoteca mientras la mujer de atrás imparte consignas con autoridad filial:

"He visto tu llamada, no tu mensaje. Dile a mi madre que se bañe y se arregle, que ahora llamo a la tía para que se pase por ahí y se vayan a dar una vuelta...". Un grupo de murcianos que no necesitaría de antenas para hacerse oír hasta en su pueblo, la emprende con Zapatero, al que meterían agua del Ebro "hasta que reviente" [no dicen por dónde] porque "con éste a los únicos que les va bien es a los maricones".

Los monitores colgados del techo escupen una bazofia con presos rompehuesos que se redimen en un estadio a base de propinar patadas en la entrepierna del rival. También salen animadoras, rifles de alta precisión y un bramido coral sobre si hay o no pelotas (que es que sí, faltaría más) Tras la ventana, olivos y algunos almendros ya en flor. También basureros, viaductos y conducciones de agua, postes de alta tensión, barrancos y vaguadas; una nuclear... Qué gusto, viajar en tren con una novela. Llora un bebé y le mandan callar, se ve que molesta. Un "grupo de matrimonios" que acaba de subir critica con vehemencia y publicidad al gilipollas del marido de una amiga.

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"Oye, que me he olvidado decirte que la cartilla de la Seguridad Social la he dejado en el cajón de la cómoda, y acuérdate de recoger los pañales de la abuela...". Ahora, en las pantallas, aparece un documental con cobayas blancas y Supermán en silla de ruedas.

"Estoy en el tren, así que no nos vamos a oír muy bien", advierte el vendedor de seguros, mientras la joven tecnológica da prolijas instrucciones sobre un programa informático. Sólo retengo algo así como: "Introduce el código de ubicación y mira a ver dónde se queja...". Cerca de la ciudad hay mucho movimiento de tierras, minúsculos retales de huerta, naranjos, casetas de aperos y alquerías, naves de muebles y tapizados, escombreras, bloques con hermosas vistas a las vías, contenedores... es el patio trasero de la urbe.

"Hola, soy César, nos conocimos en el tren...". Y así durante 5 horas, en un buen vagón en primera. Prefiero olvidar el último Alicante-Valencia en un regional de domingo por la tarde: dos horas de plantón, gente tirada por los pasillos (incluyendo niños pequeños), sin que nadie nos hubiera advertido de que no teníamos derecho a asiento. Pero algo bueno tiene que te transporten como al ganado: acabas no oyendo los telefoninos, por la propia lipotimia.

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