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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otegi

Si fuera cierto que ETA no pretendía con la bomba del 30 de diciembre romper la posibilidad de una salida negociada (aunque de hecho la rompió), es a ella a quien corresponde demostrar que renuncia a volver a hacerlo. Seguramente a eso responden los gestos de su brazo político en estos dos meses: la petición a ETA de que restaurase el alto el fuego; la oferta de una fórmula política transitoria presentada como compatible con el marco autonómico; las declaraciones de Otegi en las que indica ambiguamente que el Estado "no tiene que pagar precio político" por el fin de la violencia. Negar que son cambios significativos es puro voluntarismo; pero aún más lo sería considerarlos suficientes como para olvidar Barajas y volver sin más al 29 de diciembre.

Esos gestos de Batasuna confluyen en otra afirmación de esta última entrevista de Otegi, en la que reconoce que el proceso "no tiene alternativa". No la tiene para Batasuna y tampoco para ETA, y eso es lo que permite al Estado mantener una actitud de firmeza respecto a lo esencial: que Barajas eleva el nivel de exigencia para cualquier movimiento hacia una salida negociada. Es previo el compromiso comprobable, avalado por Batasuna, de renuncia irreversible a las armas; y que, si no hay ese compromiso ni un pronunciamiento claro del brazo político desligándose del militar, Batasuna no podrá participar en las elecciones.

La propuesta de Otegi está planteada en términos ambiguos, de forma que pueda ser interpretada por ETA como que si no se accede (al margen de las previsiones constitucionales y autonómicas) a la integración de Navarra en una nueva comunidad, con reconocimiento de la autodeterminación, será legítimo mantener la violencia. Así, lo que sería aceptable como una propuesta a defender pacíficamente, deja de serlo si se plantea como condición para la retirada de ETA. Y si fuera esto último, se trataría de exigir un precio político, lo que anularía el planteamiento de Otegi.

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Mientras esto no quede claro, Batasuna no podrá recuperar la legalidad. Es cierto, como dice Otegi, que el Tribunal Constitucional no considera suficiente la no condena de ETA para presumir su vinculación con la lucha armada. Pero sí estima que la condena de ETA por parte de Batasuna sería un poderoso "contraindicio" respecto a los elementos que apuntasen al mantenimiento de esa vinculación. Lo que importa es el compromiso de renuncia a la violencia, pero el Constitucional quiso dejar abierta la puerta a la posibilidad de que, aunque ETA se negase a abandonar las armas, Batasuna sí renunciase a seguir siendo su brazo político.

Es cierto que la maduración de Batasuna requiere tiempo; pero la credibilidad de Otegi sería mayor si, de acuerdo con su declaración en favor de convencer "sólo con palabras", comenzase por desmarcarse del terrorismo callejero y de la pretensión de practicarlo con impunidad que reclama la rama juvenil de la cosa.

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