El riesgo del tópico
Las reiteradas lecturas que de la obra de Federico García Lorca ha hecho el baile flamenco pesan en demasía. Tan recurridos como recurrentes, los temas del poeta granadino constituyen un reto creativo para quien, a estas alturas, aspire a aportar algo nuevo. Quizás nadie como los autores de esta translación de su Romancero gitano para afrontar el desafío. Otra cosa son los resultados.
Desde el punto de vista de la dramaturgia, Plaza ha hecho una apuesta en la que intenta trasladar al siglo XXI la condición errante y el fatum de la etnia gitana, eje sobre el que gira el poemario lorquiano. Ellos, hoy, ya no andan por los caminos y sus pasos son los de una furgoneta que atraviesa autovías.
Romancero gitano
Ballet Flamenco de Andalucía. Dirección y Coreografía: Cristina Hoyos. Guión, Dramaturgia: José Carlos Plaza. Música: Pedro Sierra. Espacio Escénico: Paco Leal. Baile: Cristina Hoyos, El Junco y cuerpo de baile. Teatro Villamaría, 23 de febrero.
Otros elementos escénicos inciden en esa puesta al día de la estética del poeta. Con ellos, la obra adquiere por momentos un carácter impactante que va más allá del diseño escénico y se adentra en las coreografías. Pero quizás sea en esa intersección donde empiezan a saltar las costuras de un cosido que no presenta finos perfiles. El riesgo asumido se saldó así de manera desigual pues, a pesar de la renovación estética, el tópico lorquiano -que amenazaba en unos poemas tan conocidos- se hizo demasiado presente.
Los símbolos lorquianos de la muerte -la luna o la plata de los cuchillos- se sitúan al lado de los de la vida festiva y sensual trasladados a unas coreografías que basculan entre el tratamiento tradicional (¿cuántos cuadros como el de Reyerta se han visto?) y el atrevimiento de marcado carácter sexual en Preciosa y en La Monja Gitana, especialmente. La primera, además, con una fuerte escena dramática (¿una violación múltiple?). Por el contrario, La casada infiel se quedó en un descafeinado paso a dos.
Baile en solitario
El baile en solitario quedaría para la construcción del personaje de Antonio El Camborio por El Junco y el Romance de la pena negra que se reservo Cristina para sí. En el primero, se desciende desde el exultante baile por alegrías hasta un prendimiento y muerte algo convencionales. La parte de Hoyos, la Soledad Montoya, fue contenida y delicada, pero se vio, sin embargo, ensombrecida por la oscuridad escénica y el dominio del negro grafismo que lo ilustró.
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