Retorno a los ochenta
Realizar una exposición que pretenda resumir las tendencias predominantes a lo largo de toda una década es un reto fascinante. Hay muchas formas de afrontar este desafío y la elegida por los comisarios Ulrich Loock y Sandra Guimarães para la muestra que presentan en el Museo Serralves de Oporto demuestra atrevimiento por su decisión de no limitarse a exponer obras de artistas más o menos consagrados e influyentes. Su objetivo es más bien encontrar puntos de conexión entre la situación que atravesaba la creación contemporánea en aquellos tiempos y la que se vive ahora. El resultado es bastante sorprendente porque la respuesta que ofrecen los comisarios con su selección es que gran parte de las cuestiones que planteaban los artistas entonces siguen todavía sin resolverse.
AÑOS 80: UNA TOPOLOGÍA
Museo de Arte Contemporáneo
de Serralves
Rúa D. João de Castro, 210
Oporto. Portugal
Hasta el 25 de marzo
Al igual que ocurre ahora, la
situación geopolítica en los años ochenta ofrecía el panorama de un mundo lleno de incógnitas. El régimen comunista iniciaba su caída en la Europa del Este y movimientos como la revolución islámica en Irán anunciaban problemas que todavía están muy vigentes en el mundo actual. La década de los ochenta también fue el periodo en el que comenzó a incubarse uno de los fenómenos que acabó por estallar en los años noventa y consolidarse plenamente en los inicios del siglo XXI: la globalización.
Con esta situación muy presente, el arte de los ochenta se caracteriza por el retorno del objeto al protagonismo que había perdido en la década anterior, caracterizada por el reinado del arte conceptual basado en el lenguaje. Sin embargo, el objeto que aparece en las obras de los artistas de estos años es un objeto que genera un lugar en suspenso, un lugar sin lugar. Esta apuesta por la presencia del objeto en detrimento del cuerpo es más que obvia entre los artistas europeos presentes en la exposición y se atenúa en lo que se refiere a los creadores americanos, ya que sobre todo en la parte final de la década hubo un regreso del cuerpo, aunque éste se presente fragmentado o mezclado con otros elementos.
La exposición comienza con una obra sin título del artista holandés Niek Kemps cuya función primigenia era la de eliminar un espacio que existía en el primer museo en el que se expuso. La pieza consiste en un gran paño de tela que cubre una estructura desconocida en el vestíbulo del museo. El lugar precario en el que se exhibe la obra y su función de ocupar un espacio son un buen resumen del punto de partida de la muestra. A partir de ahí comienza un extenso recorrido compuesto por 250 obras pertenecientes a 70 artistas que demuestran que la década de los ochenta fue un periodo en el que muchos creadores remarcaron la individualidad de sus proyectos, ajenos a grupos o tendencias.
Entre los hitos que merecen
citarse entre un volumen de obras casi asfixiante figuran la instalación Chasing the Blue Train, del norteamericano David Hammons, con la que rinde homenaje al saxofonista de jazz John Coltrane, la sala en la que se encuentran las esculturas de los británicos Tony Cragg, Richard Deacon y Richard Wentworth, y los espacios que albergan las obras de los artistas latinoamericanos (Kuitca, Tunga, Dittborn) y de la península Ibérica (Cabrita Reis, Croft, Juan Muñoz, Julião Sarmento, Cristina Iglesias). La parte final, dedicada a los artistas norteamericanos, demuestra el interés de éstos por cuestiones sociales, frente a las que preocupan a los europeos, y por el uso de la fotografía como respuesta al arte tradicional (Cindy Sherman, Richard Prince, Louise Lawler, Barbara Kruger).
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