Un olor sospechoso
Recapitulemos. En la última década, el calcio ha encajado dos quiebras fraudulentas (Lazio y Parma), dos quiebras menos fraudulentas (Fiorentina y Nápoles), un escándalo de arreglos arbitrales que ha enviado al purgatorio a la sociedad más prestigiosa (Juventus), una victoria en el Mundial de selecciones, innumerables incidentes violentos, una víctima mortal y un cierre de estadios. Hablamos, pues, de un fútbol curado de espantos y, a la vez, lleno de costurones. Aquí se nace viejo y enseñado, con el olfato afinado y el paladar curtido.
Ahora mismo, el tifoso italiano olfatea algo extraño y aún no sabe qué es, pero lo identifica con el exterior, con Europa. El calcio es tradicionalmente competitivo. En las competiciones continentales, los italianos suelen ser vistos como rivales peligrosos. Ahora mismo, sin embargo, flota una gran incógnita sobre el valor real de la Serie A. La formidable ventaja del Inter sobre los demás equipos podría significar que el antiguo pupas se ha transformado en una máquina invencible. Podría significar también que el Inter es tan sólo un buen equipo que se enfrenta a piltrafas. El olor sospechoso tiene que ver con esa duda.
El gran temor es que en esta semana de la verdad se descubra una realidad incómoda
Lo de Ronaldo podría ser un síntoma. Hay quien teoriza que no quería jugar en el Madrid y ahora, en Milán, vuelve a ser el de siempre. Esa teoría, de momento, no resiste el contacto con la realidad. Ronaldo marcó dos goles el sábado, contribuyó a fabricar un tercero y falló una ocasión muy clara, todo eso es cierto. También lo es que el Milan ganó por 3-4 a un equipo de la segunda mitad de la tabla, el Siena, y que sólo se llevó los tres puntos por un autogol de los toscanos en el tiempo de descuento. Ronaldo destacó sin hacer nada extraordinario. El Siena-Milan fue un partido entretenido y vulgar, un asunto menor.
Otros síntomas son los de Tavano y Fiore, dos rebotados del Valencia. Tavano, que en España no dio pie con bola, se maneja con soltura en el Roma y no desentona para nada junto a Totti, Perrotta y demás compañía. Fiore, que ayer marcó su segundo gol con el Livorno, ha hecho más que encajar: es la esperanza del equipo. O los futbolistas italianos son inexportables o se está abriendo un desnivel entre la Serie A y las otras grandes Ligas.
Las puertas del calcio se reabren esta semana con la reanudación de la Liga de Campeones. Entrará el aire y se descubrirá, por fin, de dónde procede el olor. Valencia, Celtic y Lyon medirán la auténtica envergadura de Inter, Milan y Roma. El miércoles, en la Copa de la UEFA, el Livorno ya dio su medida ante el Espanyol: el público ausente se ahorró una pena, un quejido agónico, una impotencia lenta que no podía atribuirse a las tribunas vacías. El Espanyol fue mucho mejor, mucho más profesional y práctico, mucho más italiano.
El gran temor es que en esta semana de la verdad se descubra una realidad incómoda. Es posible que el olor misterioso no venga de fuera, sino de las mismas entretelas del calcio, y que sea el olor del miedo.
De hecho, eso es más que posible. El fútbol italiano navega en la incertidumbre y desconfía.
Dicho lo cual, conviene recordar que el calcio da lo mejor de sí cuando está perdido y desahuciado y cuando nadie apuesta por él. El Mundial de Alemania fue ejemplar en ese sentido. El grupo que emprendió la aventura alemana carecía de crédito, no se hablaba con la prensa, se sentía zarandeado por el escándalo de Luciano Moggi y la corrupción arbitral, tenía cojo al mejor jugador (Totti) y parecía fiarlo todo a las proezas del portero y a los mordiscos de Materazzi, Gatusso y Camoranesi. Basta releer cualquier diario deportivo italiano del pasado mes de junio: se temía el ridículo. E Italia no sólo ganó, sino que ofreció al gran Zidane la despedida más imprevisible, melancólica y fascinante de todos los tiempos.
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