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ETA y los 'progres buenistas'

El pasado día 7 el profesor González Casanova publicaba en este periódico, en su edición catalana, un vomitivo y democráticamente repugnante artículo sobre ETA y el Partido Popular. Voy a dejarle la respuesta donde se merece: en los tribunales. Me apena profundamente que mi antiguo profesor de Teoría del Estado haya sucumbido así al sectarismo propio de un estalinista y se haya convertido, en palabras marxistas, en un zafio espadachín a sueldo.

Pero sí quisiera hacer algunas reflexiones sobre el tema de fondo. Y quisiera empezar por una afirmación: no dudo de la voluntad de ningún demócrata de acabar con ETA. El problema es cuál es el método.

Muchos pensamos que la mejor manera, y que se ha demostrado como la más eficaz, es a través de la utilización sin complejos de todos los mecanismos que nos permite el Estado de Derecho: la actuación policial, la judicial, las iniciativas legislativas, la cooperación internacional, la coordinación de los servicios de inteligencia, el cierre de los canales de financiación, la lucha contra los mecanismos de legitimación social del terrorismo, etcétera. Y desde una convicción: el terrorismo no es sólo los que matan o secuestran o extorsionan o ponen bombas. Es un entramado complejo que debe combatirse democráticamente en toda su complejidad con toda determinación. ¿O no es terrorista quien canaliza cómo financiar a los que ponen bombas? O los que las justifican. O los que dan a las bombas cobertura política. O los que practican la violencia callejera. O los que mandan cartas de extorsión...

Hace años, después del fracaso de las negociaciones de Argel, el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, hizo una afirmación que comparto en su totalidad. Dijo que el final del terrorismo sólo llegaría cuando los terroristas tuvieran claro que no deben albergar ninguna esperanza de conseguir absolutamente nada por su actividad terrorista o a cambio de abandonarla. Dicho de otro modo, que la respuesta al terrorismo no dependería del color del Gobierno democrático de turno y que jamás puede haber precio político como contrapartida al abandono de las armas frente a un Estado democrático.

Éste era el espíritu del Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo firmado entre el PP, el PSOE y el Gobierno anterior. Y digo "era" con pesar. Me parece evidente que esa política tuvo éxito. ETA quedó más debilitada que nunca. Nos acercábamos a su derrota. Nuestra posición, desde el PP, es clara: ése es el camino. Lo compartíamos con muchos. Con el PSOE y con su programa electoral de 2004. Y con el firmante del pacto y garante del programa que no es otro que Rodríguez Zapatero.

Pero vino el cambio de Gobierno. Y sin renunciar formalmente al pacto, en la práctica, el nuevo Gobierno abordó el tema desde una perspectiva distinta. O mejor dicho, lo hizo el presidente del Gobierno. Sin explicarlo ni a la ciudadanía, ni al Parlamento, ni a la oposición, ni a los firmantes del Pacto Antiterrorista, llegó a la convicción de que la política debía ser otra. Y forzó una resolución parlamentaria autorizando en determinadas circunstancias un diálogo con ETA. Vale la pena recordar el contexto.

Se nos dijo que se debía explorar la posibilidad de verificar la voluntad inequívoca de ETA de abandonar las armas y que si eso era así valía la pena aprovechar la oportunidad. Y que eso requería su tiempo. Y que sin eso no habría nada. Y que nada había con anterioridad. Y que jamás habría precio político. Y que todo se haría desde la máxima lealtad política. El PP, a través de su presidente, Mariano Rajoy, dio un margen, ciertamente crítico y vigilante, al presidente del Gobierno. Lamentablemente duró poco ante la clara deslealtad de Rodríguez Zapatero puesta de manifiesto a raíz del debate sobre el estado de la nación.

Se nos dijo que se había verificado la voluntad inequívoca de ETA de un alto el fuego permanente. Y que eso justificaba el diálogo con la banda. Y que el deseo de paz y la esperanza de la sociedad española sólo tenía un obstáculo: el PP.

Pero vayamos a los hechos: ETA ha seguido rearmándose. Sigue la kale borroka. Sigue la extorsión a los empresarios. Sigue reorganizándose en Francia. Sigue enviando terroristas para atentar en España. Ha atentado brutalmente en Barajas con dos víctimas mortales. Y, sobre todo, sigue diciendo lo mismo que ha dicho siempre. Lo dice De Juana, Iñaki Bilbao, Txapote o los delirantes pero esclarecedores comunicados de la banda. ETA es una mafia. Cierto. Pero es también un proyecto político por totalitario y delirante que sin duda es. Y quiere una negociación política directa o indirectamente.

Y ésa es la cuestión. ¿Se asume o no que el final de ETA debe ser una negociación política? ¿Legitimamos o no el terrorismo como instrumento político? ¿Les decimos a las víctimas que su sacrificio debe supeditarse a la oportunidad política? Creo sinceramente que no son preguntas banales, ni propias de un antidemócrata.

Ya sabemos que algunas fuerzas políticas defienden el diálogo político con ETA. Son los socios parlamentarios del Gobierno. Nosotros no. Antes de que Rodríguez Zapatero fuera presidente del Gobierno, los socialistas tampoco. El PP dice lo mismo desde la oposición que desde el Gobierno. Antes y después del atentado de la T4. Quien ha cambiado su discurso no ha sido el PP.

Y parece legítimo, en este punto, pedir algo elemental al Gobierno: claridad y honestidad. Que Rodríguez Zapatero diga cuál es su opción a pesar de la evidencia que ETA sigue siendo la misma de siempre: si quiere luchar contra ETA hasta su derrota con el consenso del PP o asume las tesis del "buen progre": que la mejor manera de acabar con ETA es dándole la razón y que además, como siempre, la culpa de todo es del PP, que no quiere ni el diálogo ni la paz. Pero, me pregunto: ¿es tranquilizador que exista la terrible percepción de que, desde hace mucho tiempo, ETA, de nuevo, tiene en sus manos la iniciativa política? ¿Qué tiene en sus manos el futuro de la legislatura, del Gobierno de España y de su presidente?

Diálogo y paz. Bellas palabras. Buenismo en estado puro. Angelical. Incontestable. Pero no hablamos de eso. Hablamos de dialogar para ceder y hablamos de paz sin hablar de libertad y como si hubiera una guerra. Y no. Hay unos que quieren imponer sus objetivos por la fuerza de las armas y matan y otros, los demócratas, que sufren el terror, pero que jamás se rendirán a los asesinos. Y eso no es una lucha por la paz. Es una lucha por la libertad. Y el profesor González Casanova no va a contradecirme: desde el franquismo sabemos que paz y libertad no son sinónimos. Son conceptos democráticamente inseparables. Y que lo único excluible en democracia es la violencia y la intolerancia. Y que no es moralmente equiparable una organización terrorista y una fuerza política que es alternativa democrática de Gobierno con millones de ciudadanos detrás. Piense en eso, señor González Casanova. Y en todo lo demás. Y rectifique. Su trayectoria se lo merece. Expulse su bilis y su ofuscación.

Josep Piqué es presidente del Partido Popular de Cataluña.

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