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Columna
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El patio

Rosa Montero

Dice el sentir popular que al acumular años uno va acumulando también conocimientos: más sabe el diablo por viejo que por diablo. Es una idea muy consoladora, sobre todo para los viejos diablos, pero no sé si es del todo cierta. No sé si, en general, la edad te madura y te hace más sabio, o si al envejecer corres el riesgo de atontolinarte. ¿Pueden los individuos deshacerse con el paso del tiempo, en vez de mejorar? Indudablemente; todos conocemos casos de personas que, con cada año que cumplen, parecen un poquito más ceporras. Más rígidas mentalmente, más dogmáticas y ensimismadas.

Pero hay algo aún peor, y es que también las colectividades pueden experimentar este proceso de envejecimiento calamitoso. Pongamos España, por ejemplo. Yo he visto a este país al principio de la Transición, cuando era como un adolescente zangolotino, lleno de ignorante pasión pero también de generosidad. Y luego vi cómo fue aprendiendo y se fue construyendo una madurez democrática. Pero los años siguieron pasando y... ¿a dónde nos han llevado ahora? Hale hop, de nuevo para atrás, a la adolescencia más cerril, a una especie de tumultuoso patio de colegio en donde la mitad de los niños se pega con la otra mitad y todos sacan pecho para ver quién es más chulo. Yo con éste no me ajunto, si va éste no voy yo, yo voy a ir a ponerles un moco en el asiento y a tirarles chinas.

Este ambiente vocinglero e insultón está originado por algo más grave: por un exceso de pseudo-ideología, por una apoteosis de rimbombantes mentiras que sirven para disfrazar la lucha por el poder y los intereses personales. La psiquiatra Enriqueta Moreno tiene un estupendo trabajo sobre este tema (La perversión en la palabra: una forma especial de violencia) en el que dice: "La semilla del fanatismo brota al adoptar una actitud de superioridad moral, es la militancia ideológica como un gen del mal (...) siendo muy difícil, casi imposible de desactivar por los beneficios que procura a la idealización del Yo". También yo siento a veces, como todos, la tentación de creerme la más pura y la más lista, la reina del patio del colegio; pero entonces intento recordar que creerte moralmente superior te emparenta con los necios y los verdugos.

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