La antena de Campo Sagrado
Hoy a las 12.00, por tercer sábado consecutivo, los vecinos de la calle de Marquès de Campo Sagrado y aledaños tomarán la calzada, y montarán allí una demostración que semana a semana va creciendo: crece en número de participantes, en la indignación que anima a unos, en la inquietud, la alarma, el temor de la mayoría.
Estas concentraciones se celebran delante del número 22, que corresponde a un edificio de Telefónica; un edificio de oficinas de color verde mar y proporciones agradables y discretas, aunque vacío y con las instalaciones desmanteladas, como se aprecia a través de los grandes ventanales. Sobre el terrado se alza una antena nueva, todavía a medio montar, que sirve de soporte a tres pantallas para la emisión y recepción de señales de telefonía móvil, y que después de muchos conflictos y recursos vecinales -a veces violentos, como hace unos días, cuando un vecino armado con una maza inutilizó el panel de mandos de la grúa que vino a instalarla- reemplaza a la antigua antena, desmontada en 2005 por orden judicial.
En este barrio cercano a las faldas de la montaña de Montjuïc, y concretamente en las azoteas de esta calle de aires burgués, menestral y gitano, postrimerías de la arquitectura del Eixample, hemos asistido a algunas verbenas de san Juan al son de las guitarras rumberas bajo guirnaldas de farolillos. Desde las terrazas se veía hasta el año 2005 aquella estación de telefonía móvil, su estructura vertical perfilándose contra la noche negra, y en la punta de la antena parpadeaba el piloto, como una estrella roja.
Cuando uno le daba la espalda a la fiesta y con un vaso de plástico en la mano se fijaba en el panorama de Barcelona, oscuro telón teatral sobre el que se recortaban la antena gigantesca y la luz roja parpadeante, recordaba sin remedio la cortina de los créditos de la antigua productora cinematográfica RKO Radio Pictures, que anunciaba sus magníficos filmes con una antena que emitía destellos y señales acústicas en series de tres pitidos agudos.
En punto a sugerencias misteriosas y promesas de diversión, a la antena de la RKO sólo la superó a finales de los años cuarenta, o ya en la década siguiente, la cortinilla de la J. Arthur Rank Organisation, con sus colores rancios y con su forzudo tañedor de gong que lo tocaba una sola vez, con un sonido grave, reverberante...
La verdad sea dicha: aquella luz roja difundía sugerencias pérfidas y ominosas como la estrella supuestamente valiosísima, supuestamente esmaltada de rubíes, que hasta mediada la década de los noventa coronaba el Parlamento búlgaro y que un buen día un helicóptero se llevó, casi nadie sabe adónde. Ahora aquella estrella roja, cuyas radiaciones infernales perforaban la niebla del cielo sobre Sofía luce en un escondrijo subterráneo, para deleite de un ladrón condecorado y sentimental...
Pero tengo que ocuparme de otras radiaciones: en el año 2003, el profesor jubilado G. García, vecino del 24 de la citada calle, o sea, el edificio contiguo al de la compañía telefónica, habiendo contraído una enfermedad grave y dado que en los últimos años se habían declarado en su escalera varios casos más, y algunos con desenlace fatal, entre ellos el de su vecina de rellano y el de la vecina del piso de debajo, empezó a preguntarse si aquella epidemia no tendría que ver con algún tipo de contaminación electromagnética debido a haber estado expuestos a radiaciones de telefonía demasiado densas.
Un vecino de unas puertas más allá, Toni Oller, sindicalista de Comisiones Obreras (CC OO), hombre combativo y tenaz, supo que el Ayuntamiento había denunciado a Telefónica por 27 antenas que no cumplían las normativas o que carecían de licencia. La de su calle era una de ellas.
Vecinos de las calles de Marquès de Campo Sagrado, Aldana, Comte Borrell, ronda de Sant Pau y avenida del Paral·lel, o sea, las más inmediatamente sometidas a la influencia de la señal de la antena, empezaron a intercambiar información, a levantar un censo de enfermos, cuyo número, afirman, es claramente excesivo y desproporcionado a la población del barrio.
En el año 2004 el Ayuntamiento y CC OO ganaron el juicio ordinario que obligaba a retirar la antena. El recurso que interpuso la compañía telefónica fue desestimado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que ese mismo año ordenó que se desconectara y desmontase.
Así se hizo después de las primeras protestas vecinales en julio del año 2005. Y enseguida todos se olvidaron de la antena, salvo algunos enfermos, y de vez en cuando alguien que al manejar el móvil constataba que se quedaba sin cobertura.
A principios de 2006, una carta del Ayuntamiento a los presidentes de las escaleras contiguas anunció que había acordado una nueva licencia para una antena, ésta conforme a las normativas. Volvió la alarma, empezaron las concentraciones vecinales.
No faltan los escépticos que atribuyen estos temores a una mentalidad supersticiosa, alimentada por una aciaga, aunque casual, serie de casos clínicos. A ellos les responden Oller y su equipo blandiendo mediciones, estadísticas, informes, casos.
Pronto, en las verbenas del barrio volveremos a ver encendido el piloto rojo.
museosecreto@hotmail.com
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.