Impostura y chicos malos
El autor, o autores, escondido bajo el nombre de JT Leroy pone a prueba su temática y estilo en esta historia en la estela de Dennis Cooper. Esta vez el adolescente que se prostituye para conseguir su heroína cae en manos de un rico.
EL FINAL DE HAROLD
JT Leroy
Traducción de Toni Hill
Mondadori. Barcelona, 2007
79 páginas. 11,50 euros
Tengo la sensación (no sé si equivocada) de que el fenómeno "JT Leroy" -el muchachito heroinómano y chapero que escribe ficción, y que es aclamado por artistas como Lou Reed, Gust van Sant o John Waters- en España no ha hecho demasiada mella. El curioso libro de Philippe Di Folco Les grandes impostures littéraires (2006), diccionario histórico de imposturas literarias a veces muy sabrosas, incluye ya al falso JT Leroy, artificial creación de una pareja relacionada con el teatro y la marginación, Jeff Knoop y Laura Albert, residentes en San Francisco, y que en 2000 publicaron con el nombre de "JT Leroy" la novela Sarah, historia autobiográfica de un muchachito drogadicto obligado a prostituirse y travestirse con camioneros para conseguir su dosis de chute... Todo fue de maravilla (ventas, escándalo y elogios) hasta que las raras y semiveladas apariciones de Leroy, vestido de chica y con grandes gafas de sol, empezaron a levantar más que sospechas. Aunque el éxito literario seguía.
Con este relato -El final de Harold, publicado en inglés en 2004- creo que tocamos la clausura. Sorprende, de entrada, que un relato breve tenga prólogo y epílogo ajenos, como certificando la calidad y angustia de Leroy, y en el epílogo, aclarando incluso cómo se trabajó el fin del relato que acabamos de leer. Curioso método de autocrítica si se tiene en cuenta que el final (vagamente optimista, sin duda lo menos logrado del conjunto) es el problema. Lo curioso de Leroy -o de quienes estén detrás- es que el relato no es malo, aunque responda a un cliché literario que ya conocemos en Dennis Cooper. Muchachito chapero y heroinómano se busca la vida con otros colegas lumpen, en San Francisco, y un rico caballero (que resultará coprófilo) lo lleva a su mansión y le regala una taza con un pequeño caracol al que llamarán Harold, y que se alimenta de lechuga fresca. El chiquito narrador (¿Leroy?) está obviamente necesitado de ternura y afecto. Y si la oscuridad de la vida sórdida la representan la calle, la policía y el siniestro aunque aparentemente bondadoso Larry, la necesaria bondad la representa un ínfimo caracol al que se ama como a la mejor mascota. La esperanza en un caracol.
Insisto, el relato no está mal:
rapidez, elipsis, morbo, realismo sucio, ternura, adolescencia perdida... Pero todo sabe a cliché. ¿O es que lo leemos sabiendo de antemano que estamos ante un prefabricado de consumo?
Lo cierto es que si el asunto funcionó -y parece que aún funciona, aunque no creo que tarde en extinguirse- es porque el producto ofrece (y no mal) varios ingredientes muy solicitados por lectores y "media": un nuevo Rimbaud -viejísimo tema, siempre vivo-, morbo sexual con adolescentes, juventud sacrificada en las bolsas de pobreza de la gran sociedad capitalista, y lo inhumano de un orden demasiado rígido, por encima de madre alcohólica, yonquis varios, soledad y sexo, o sexo pagado porque la soledad es insostenible. JT Leroy es una impostura y una no mala literatura de consumo, pero es (ha sido) un síntoma muy evidente de nuestras sombras y nuestros brillos: como sociedad y como literatura.
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