La legión extranjera
Al parecer, el mundo nos está mirando obsesivamente. Proliferan los expertos foráneos que tienen algo que decir sobre los vascos y están dispuestos a poner su grano de arena para solucionar nuestros problemas. Pacifistas, pueblos lejanos de buena voluntad, inmigrantes, expertos en procesos, hacedores de paz profesionales..., todos se han movilizado estos días para arreglar a este atribulado Pueblo con identidad.
Estos amigos de los vascos resultan gente simpática y llamativa, pues reúnen dos características prodigiosas. Primero: en sus mentes la solución de la cosa vasca resulta fácil y sencilla, demostrándonos que aquí somos unos cenutrios por no dar con la piedra filosofal, en realidad, el huevo de Colón.
Proliferan los expertos foráneos que se han movilizado para arreglar a este atribulado Pueblo con identidad
Si nosotros solos ya lo habíamos liado todo, ¿necesitamos que vengan de fuera para aumentar la confusión?
Segundo, y lo más llamativo: todos parecen tener simpatías por los nacionalistas y estar de acuerdo con sus fórmulas y esquemas.
Abundan estos días los ejemplos de esta curiosa internacionalización del conflicto. Particular emoción -aseguran las crónicas que los asistentes estaban entusiasmados y "conmovidos" (sic)- ha provocado la manifestación de un millar de personas en Barcelona, con más de 80 asociaciones y entidades. El jefe del asunto, Sandro Maccarrone, asegura que empieza así una campaña para que los catalanes apoyen "conseguir el proceso de paz". Este hombre va bien, ha captado la esencia de este instante histórico. La finalidad ya no es la paz, sino el proceso, que antes era el instrumento. No se piense sin embargo que la movilización catalana es perfecta, pues se titulaba "el proceso de paz contra ETA", mezclando conceptos antagónicos, quizás por ignorancia, quizás por la costumbre local de llegar a consensos imposibles. Convendría enviar a un agente vasco que les explique que "el proceso..." no va junto a ese "contra...".
Decididamente, los mundos exteriores están con el nacionalismo vasco y alrededores. Así, el premio gallego Portapaz ha recaído en "un vasco comprometido con la causa de la no violencia como Jonan Fernández", ocasión que ha aprovechado nuestro prohombre para hablarles sobre "la situación actual del proceso de paz", cuatro semanas después de que todo saltase hecho trizas.
¿Ha saltado por los aires?, ¿ha pasado algo? No es la opinión de los nacionalistas ni la de los forasteros que nos miran. Ni la de los que están aquí, los inmigrantes asentados en la admirada Euskal Herria, que se han asociado y que por alguna rara razón parecen uña y carne con el nacionalismo: se reafirman, cómo no, en "la necesidad de proseguir en el impulso del proceso de paz" y se comprometen a mantener las raíces de su originaria identidad, lo que no deja de producir admiración y escalofríos, por el gusto de ahondar en identidades.
Entre las admoniciones que nos llueven estos días desde las privilegiadas mentes forjadas lejos de esta tierra destaca la presencia entre nosotros de los expertos internacionales que acaban de formar un grupo permanente -¡permanente!: una vez más- de asesores del lehendakari. Por extraño azar -hay que descartar que nuestros gobernantes les elijan por eso, pues sería hacer trampa-, sus opiniones parecen coincidir exactamente con las del asesorado. Más que a asesorar, se dedicarán a afianzar al lehendakari en sus recias opiniones.
No son gente sin experiencia en estos asuntos. Dos la tienen, quienes fueron ministros irlandés y sudafricano cuando los acuerdos que desbloquearon los conflictos de sus países. Todo sugiere, sin embargo, que tenían conocimientos sobre lo que se traían entre manos y que por eso atinaron (y también porque estuvieron dispuestos a cesiones ideológicas, lo contrario de sus partenaires de aquí). Pues no parecen muy puestos en lo nuestro. Al sudafricano Meyer se deben las palabras más atroces del mes, si la trascripción de la prensa es correcta: "Aquellos que defienden que debe detenerse [el proceso de paz], están actuando de un modo tan contraproducente como el propio atentado". No vamos calificar a esto de sinvergonzonería ni de imbecilidad: sólo la ignorancia o la incompetencia pueden explicar el dislate. ¡A quienes (razonablemente) defendemos que el proceso de paz ha volado y debe detenerse nos equipara con los asesinos! Es brutal. El mundo al revés. El Gobierno vasco, decencia obliga, tiene que pedirle que se disculpe y borrarle de la lista de asesores, que no sirve para tal quien llega a salvarnos y lo hace insultándonos. Este hombre -junto a sus colegas, asegura que el atentado de Barajas "es una oportunidad" para progresar en la paz; ojalá no haya más oportunidades de éstas- en noviembre afirmaba en Bilbao que "el proceso es tan importante como el contenido mismo", lo que nos sitúa en el centro del marasmo mental, en el que ya no nos preguntamos si es posible la paz, sino si es posible el proceso.
Dadas las singulares aportaciones de los extranjeros que nos acarrean para que nos echen una mano, quizás al cuello, llega la pregunta fatal. Si hasta la fecha nos habíamos arreglado solos para liarlo todo, ¿necesitamos que vengan de fuera para aumentar la confusión?
Otro de los asesores, Bartoli, un italiano perteneciente a la comunidad de San Egidio -un movimiento de laicos que, además de a la espiritualidad, se dedica a mediar por la paz- parece un tipo listo, pues ha llegado a director del Centro de Transformación de Conflictos de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Sólo desconciertan de él dos cosas. Al parecer, todo lo que sabe de nosotros lo ha aprendido en Elkarri. Y dos, en su currículum lo más sobresaliente es que ha actuado como mediador en Sudán. A juzgar por cómo van las cosas por allí, donde se reiniciado la guerra, no parece que sus fórmulas pacificadoras sean del todo exitosas. Confiemos, pues, que, tras su paso por nosotros, la legión extranjera que nos ha caído en suerte no nos deje como Sudán.
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