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Por una Europa verde

¿Quién tiene la responsabilidad de evitar el cambio climático? Durante un tiempo parecía que éste era un reto que todos teníamos que asumir a título individual. Y así nació un modelo de vida ecologista muy ridiculizado (la bicicleta en lugar del coche, excursiones a sitios cercanos en lugar de viajes en avión...). Pero el cambio climático es un problema demasiado grave como para que pueda ser superado mediante la suma de todas las individualidades, según la fórmula del autobús en lugar del coche. Aquí es donde los gobiernos son necesarios. Aunque ellos mismos también se encuentren bastante indefensos "individualmente".

El dióxido de carbono no conoce fronteras y toda tentativa acabará en fracaso si no se actúa con todos los medios disponibles y local y globalmente a la vez. Puesto que todavía puede pasar un tiempo hasta que la humanidad se convenza de este objetivo, se requiere una solución provisional de medio alcance. Incluso los euroescépticos más convencidos tienen que reconocer que la Unión Europea es el actor ideal para liderar una política en contra del cambio climático.

Con el presupuesto de miles de millones de euros de la UE ya es posible poner en marcha innovaciones tecnológicas, desde energías alternativas hasta tecnologías que ahorren energía. La UE posibilita también fraguar una nueva alianza entre los Estados y la economía. Y, finalmente, la UE puede castigar eficazmente con su maquinaria jurídica a aquellos que hagan empeorar la situación.

Llegados a este punto, el lector se verá sorprendido por una idea heterodoxa: los gobiernos no pueden hacer esto de ninguna manera, puesto que hace ya tiempo que no controlan las decisiones económicas. Se puede confiar en la "magia del mercado", pero aun imaginando que fuese un éxito superlativo, sería demasiado lento. Porque el tiempo que tenemos para afrontar el problema es tremendamente limitado. Es la naturaleza, y no los gobiernos, quien establece lo que en inglés recibe el nombre tan explicativo de deadline .

Es cierto, no es posible volver a la economía planificada, y menos aún en la UE. Pero no menos grave es esta otra idea: si la "soberanía del mercado" ha representado alguna vez una amenaza mortal, es precisamente ahora, a la vista de las amenazas de colapso climático y los gastos incalculables que éste provoca. En este sentido, los gobiernos que por principio se niegan a aplicar las nuevas políticas energéticas y climáticas para Europa demuestran que están incapacitados para actuar ellos solos como Estados-nación ante los peligros no sólo globales sino también nacionales.

A raíz del 11 de septiembre de 2001 y de los efectos del huracán Katrina en 2005, así como del renovado debate sobre el cambio climático, esta cuestión sobre el papel del Estado y del mercado empieza a sacudir la imagen que los estadounidenses tienen de sí mismos. En cada uno de estos casos surge la discusión de hasta qué punto estas experiencias traumáticas tienen que ser evaluadas como una refutación de la concepción neoliberal del Estado mínimo. Se crea un nuevo antagonismo entre la izquierda y la derecha. Por una parte, se destaca que es tarea del gobierno federal norteamericano minimizar las amenazas y los riesgos a los que se ven expuestos las personas. Por otra, se rechaza esta definición del Estado.

Paralelamente al debate sobre las políticas medioambientales en Europa, ahora también se ha descubierto en Estados Unidos la política ecológica como una política nueva y geoestratégica. Thomas L. Friedman, uno de los más destacados comentaristas políticos norteamericanos, dice lo siguiente: "Una de las razones por las que Bush ha fracasado en su intento de convertirse en el líder de Occidente es porque es incapaz de pensar en la ecología y de hacer políticas en este sentido, cosa que se ha convertido en muy importante para los aliados de Estados Unidos. Dudo que, en los años que le quedan, cambie la política de Estados Unidos. Pero los problemas en torno al cambio climático y al ahorro de energía han cobrado tanta importancia que ahora es imposible imaginarse que su sucesor -sea quien sea- no los aborde de nuevo y los coloque en el centro de su política. Y si esto ocurre algún día, también es imposible imaginarse que vivir, pensar y actuar conforme a la ecología -en lugar de luchar contra los rojos- no sea lo que unifique de nuevo a la Alianza Atlántica".

Una política medioambiental decidida de la Unión Europea podría significar, efectivamente, el inicio de un cambio de mentalidad en Occidente. Con la caída del muro de Berlín han emergido Estados que, al haberse quedado sin enemigos, buscan nuevas representaciones del enemigo. Algunos esperan que el "terrorismo" sustituya al "comunismo" como el enemigo que unifique a Occidente. Pero esta suposición se ha desvanecido definitivamente con el fracaso de la guerra de Irak. Al mismo tiempo, se perfila una alternativa histórica: el cemento que unirá en el futuro a Occidente podría ser la unidad ante los desafíos creados por el peligro de las crisis ecológicas. Porque no hay mayor amenaza para el modelo de vida occidental, para la calidad de vida occidental, que la combinación del cambio climático, la destrucción del medio ambiente, la búqueda de abastecimiento de energía y las posibles guerras que puedan resultar de todo ello. Como dijo hace poco el ministro de Exteriores alemán, Walter Steinmeier: "La seguridad energética definirá de manera decisiva la agenda global del siglo XXI".

Aquí se perfila el modelo ultramoderno de una política mundial que podría superar el viejo modelo de la política exterior del Estado-nación: posnacional, multilateral, acronímica, economicista, eminentemente pacífica en todos los aspectos, que promueva interdependencias en todas las direcciones, que busque amigos en todas partes, que no presuponga que tiene enemigos en ninguna parte, sino sólo representaciones del enemigo, que tratará de desenmascarar. En este mundo retórico todavía quedan "intereses nacionales" discretamente ocultos bajo un mantel entretejido con los nuevos conceptos de "cambio climático", "derechos humanos" e "intervenciones pacíficas". ¿Es acaso lo que se proponía Immanuel Kant con el título tan irónico de Hacia la paz perpetua?.

Ulrich Beck es profesor de Sociología de la Universidad de Múnich.

Traducción de Martí Sampons.

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