"La ficción suspende la realidad e invita a vivir otra no menos real"
"Tres cosas me tienen preso de amores el corazón: la bella Inés, jamón y berenjenas con queso", recita pícara la voz, repitiendo unos versos del siglo XVI de Baltasar de Alcázar y anticipando Sobre el amor y otros cuentos sobre el amor, un espectáculo teatral que invita a tomarse con humor las pasiones de la A a la Z. Detrás de ella, toda ojos color almendra, a cara lavada, la melena envidiable y enfundada en un vestido blanquísimo para engañar al calor veraniego de Buenos Aires, sonríe Norma Aleandro, protagonista y directora de ese montaje que estrena pasado mañana en Málaga y que presentará en diversas ciudades españolas hasta el 9 de marzo.
"No es importante por qué llegué al teatro, sino por qué me quedé: porque es el oficio más divertido y más viejo del mundo"
"¿Por qué el amor? Porque lo es todo. El desamor deforma, destruye; cuando no me he sentido querida, he perdido la alegría"
¿Por qué el amor? "Porque lo es todo. Yo me sostengo en el amor de mi marido, mi hijo, mis nietos, mis amigos... No tengo otro lugar. El desamor deforma, destruye mucho; cuando no me he sentido querida he perdido la alegría", confiesa. Hoy, en cambio, tiene ganas de reír, Aleandro (Buenos Aires, 1936) y su carcajada repicará sonora a lo largo de la entrevista. Los versos que ha escogido, dice, sintetizan el espíritu de una obra que la acompaña desde hace más de 30 años, viajando por el mundo, "aunque nunca es la misma", y que en 1986 le valió en Estados Unidos el premio OBIE de la revista The Village Voice a la mejor interpretación Off-Broadway .
"Sólo somos un vestido, yo y la belleza de los textos", resume. Es, además -revanchas que permite el arte-, la pieza que representaba en Buenos Aires en 1976, cuando a poco de iniciada la dictadura militar, estalló una bomba de gas lacrimógeno en la sala donde actuaba. Otro explosivo en su casa y una amenaza telefónica le decidieron al exilio junto a su familia. "Primero fuimos a Uruguay, y en el 78 llegamos a España. Por eso, volver con esta pieza tiene un sabor especial", señala. Como especial es hacerlo desde un escenario: "En 2004, Sergio Renán y yo hicimos en teatro Mi querido embustero, pero el público español me conoce más por el cine y por papeles como la madre de El hijo de la novia, de Juan José Campanella", cuenta. Dato curioso para una actriz que tuvo la gran pantalla negada por años, porque los directores se empeñaban en que se operara la nariz para hacerla cinematográfica. "Me negué, por supuesto", recuerda Aleandro. Y creció desde el teatro y desde exitosas actuaciones en televisión hasta su primer papel protagonista en cine: La historia oficial, de Luis Puenzo (1985), único filme argentino ganador de un Oscar, que le abrió las puertas de Hollywood, donde trabajó seis años ("yo no sabía inglés; me puse a aprender allí"), hasta que decidió volver a la Argentina, ya no sólo como actriz, sino también como directora y autora teatral en obras como De rigurosa etiqueta (2002).
Tres décadas no pasan sin dejar huellas. "Sobre el amor... ha cambiado mucho desde que la estrené en Uruguay en 1975", aclara la multipremiada argentina, protagonista, entre otros filmes, de Sol de otoño, por el cual ganó en 1996 la Concha de Plata como mejor actriz en San Sebastián. "Con los años, los poemas, dichos, canciones, narraciones y relatos que integran la obra variaron pero se conserva la idea original: autores iberoamericanos, del Siglo de Oro español a la actualidad, entre los que están Vargas Llosa, García Márquez y algunos textos míos, y una galería de amores que va del grandilocuente al menudo, con y sin prestigio, clandestinos, inconfesables o cotidianos como el amor por un equipo de fútbol, tratados con humor, uno de los inventos más interesantes del ser humano", define, mientras la tarde cae sobre el jardín de su casa en el barrio de Belgrano, y Mishki Mushki, su gato negro ("todos mis animales han tenido nombre y apellido", precisará la actriz para asombro de la cronista), se pasea orondo entre los árboles.
Acaba de firmar contrato para actuar en The city of your final destination, la película que James Ivory está filmando en la Argentina, pero si de pasiones hablamos, el teatro ha sido la de Norma Aleandro. Hija de actores (el argentino Pedro Aleandro y la española María Luisa Robledo), dejó el colegio a los 13 años porque se aburría y se trepó a un escenario. "El teatro, como es efímero, siempre huele a leyenda", dice. "Recuerdo que me contaban cómo Jacob Ben Ami, un actor judío al que nunca vi porque era muy pequeña, salía a escena, callaba, y estaba genial. '¿Y qué hacía?', preguntaba yo. 'Nada', me contestaban. Tenía el don. Le bastaba estar allí. ¿Cómo resistir esa mitología?".
Hace una pausa, y agrega: "No es importante por qué llegué al teatro sino por qué me quedé". Y contesta, antes de la repregunta: "Porque es el oficio más divertido y más viejo del mundo. El de los contadores de cuentos primitivos. No había chamán que no lo usara, era parte de los rituales para tener menos miedo, para poder reírse y alivia la vida, para aprender cosas nuevas, para aceptar lo diferente". ¿Sigue sirviendo para lo mismo? "Sí", afirma Aleandro sin dudar, "el público cuando compra una entrada compra una ilusión. Yo no creo, como dice Vargas Llosa, que el arte esté hecho de 'mentiras verdades'. Para mí, la ficción suspende la realidad ordinaria y te invita a vivir otra, no menos real. El teatro es una caja mágica, de la cual uno puede hacer surgir cosas, como los magos. Nunca te cansas de mirar a un mago si es bueno. El truco ya lo has visto o te lo contaron, pero te quedas allí, pasmado como un niño, esperando la maravilla".
Babelia
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