_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Zombis

Rosa Montero

Qué fácilmente te puedes buscar la ruina cuando eres joven e inculto e inmaduro; cuando estás lleno de frustraciones personales y eres demasiado cobarde para enfrentarlas; cuando eres débil y dócil y necesitas ser dirigido por una voz de mando. Pensaba yo en todo esto mientras leía las noticias sobre el asesinato de Dink, el periodista turco; y mientras veía las imágenes de ese descerebrado, Ogün Samast, que confesó haberle disparado: "Leí que había dicho 'Soy de Turquía pero la sangre turca está sucia' y decidí matarlo". He aquí la bicha del nacionalismo en todo su extremismo y su monstruosa estupidez. Y he aquí un adolescente de 17 años, casi un niño, que en un segundo de obediencia fatal segó la vida de una persona y mandó al garete su propia existencia.

Y hablo de obediencia porque, por mucho que Samast insista en que actuó solo, es evidente que no es más que el ejecutor pasmado y atontado, el zombi penoso de unos individuos mucho más inteligentes y malignos. ¿Quién le dio el arma a ese pobre necio? Y aun en el improbable caso de que no actuara realmente compinchado con alguien, ¿quién cargó su pistola? Es decir, ¿quién llenó su precaria cabeza de basura y le volvió una fiera? Esos jueces turcos que condenaron a Dink, esos políticos y dirigentes que hacen del nacionalismo una excusa para aumentar su poder, son los verdaderos culpables. Incluso los sistemas más perversamente ideologizados, como el nazismo, terminan siendo una añagaza utilizada por unos cuantos miserables para medrar. Y así, el inmenso horror del genocidio judío no se entiende del todo si no tenemos en cuenta que también sirvió para robar el dinero y las posesiones de las víctimas.

Ésos, los promotores en la sombra, no se manchan las manos ni se arruinan la vida. Para ello utilizan a seres medio hechos (o medio deshechos), gente desarraigada e ignorante, tipos débiles incapaces de vivir por sí solos y necesitados de alguien que les diga lo que hacer. Como Samast, como los islamistas que se inmolan, como los jarrais dispuestos a ser etarras. Chicos jóvenes que matan y se destruyen, mientras los promotores del infierno cabalgan políticamente en el miedo que azuzan. Una tragedia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_