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Columna
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Sopa fría

Josep Ramoneda

1. Días atrás cené con el presidente Montilla. Siete personas nos sentamos a la mesa circular de la Casa dels Canonges. El primer plato era sopa. Todo el mundo conoce las maneras templadas y parsimoniosas del presidente. Los comensales, con un ojo en la cuchara y otro en el plato de la autoridad, esperábamos, cortesía obliga, que él diera la orden de partida para empezar a comer. Pero Montilla es un hombre sin prisas; sus ritmos, en los angustiados tiempos que corren, parecen de otra época. Durante varios minutos yo veía como los comensales acercaban su mano a la cuchara, miraban al presidente, constataban que éste todavía no había empezado, y volvían a dejar la cuchara sobre la mesa. No sé cuánto duró este juego, pero, fuera por el hambre o fuera por ansiedad, me resultó largo. Cuando por fin el presidente empezó a comer, la sopa ya estaba fría. Me pareció una excelente imagen del Gobierno de entesa (tripartito 2): sirve sopa pero llega fría a los ciudadanos. Aunque, a decir verdad, después de recibir las salpicaduras de la olla en ebullición permanente que fue el tripartito 1, los ciudadanos más bien lo agradecen.

La vida política catalana se ha enfriado, lo cual parece ser del gusto de los ciudadanos porque Cataluña hace tiempo que se siente incómoda ante las situaciones incandescentes
Tras el fracaso del comunismo real, el modelo económico es incontestado. La izquierda no tiene un modelo alternativo, pero no todas las decantaciones del capitalismo son iguales

La vida política catalana se ha enfriado, lo cual parece ser del gusto de los ciudadanos porque Cataluña, como toda sociedad acomodada, hace tiempo que se siente incómoda ante las situaciones incandescentes. Pero no sólo de pan -o de sopa fría- vive el hombre y tarde o temprano la propia dinámica política obligará a calentar los platos que se lleven a la mesa. Ni el gobierno más eficiente del mundo puede vivir sin dar algún sentido a sus acciones, sin dibujar alguna promesa más allá de la voluntad de orden.

El desconcierto de Convergència i Unió (CiU), que no consigue asumir la pérdida del monopolio del nacionalismo y, por tanto, de la posibilidad de gobernar en solitario, hace que el tiempo de la sopa fría pueda prolongarse. La oposición, de momento, no se opone: cuando habla da la sensación de que no interpela al Gobierno, sino a sí misma. Las circunstancias han querido que un partido que ha gobernado 23 años tenga que estar preguntándose qué tiene que ser cuando sea mayor.

El frío ambiente sólo se rompe con calentones ocasionales. Imma Mayol ha tenido que dar explicaciones por haber dicho que ante las dificultades de la gente para conseguir una vivienda se siente un poco "antisistema". Que se le haya reprochado esta frase sólo se explica por dos cosas, las dos muy feas: porque es compañera del consejero de Interior y porque el espacio de la corrección política en Cataluña cada día es más estrecho. El ex consejero Carretero se ha convertido por unos días en la estrella mediática del nacionalismo por acusar a su partido -Esquerra- de dejadez patriótica. Uno de los riesgos de la política de la discreción y el frío es que de pronto alguna de estas polémicas prenda y ocupe un espacio muy superior al que, en un debate normal, le correspondería

2. Mientras el Gobierno va suministrado sus dosis de sopa fría, el mundo nacionalista se entretiene debatiendo sobre si CiU tiene que ser o no la casa común del nacionalismo o si la salvación está en un frente nacionalista. Lo primero es una OPA sobre Esquerra que CiU no está en condiciones de ejercer en este momento, lo segundo es un deseo -una fantasía- de los que querrían volver a los tiempos en que la línea de demarcación política en Cataluña no era derecha / izquierda, sino nacionalistas / no nacionalistas.

Lo cierto, de momento, es que la repetición del tripartito ha consolidado el paradigma derecha / izquierda, que ha dejado de ser algo coyuntural u ocasional, y que sólo un estruendoso fracaso del actual Gobierno con efectos electorales muy profundos podría cambiar algo que se ha ido configurando desde la última legislatura de Jordi Pujol y que tiene además la garantía de ser el sistema de demarcación política más generalizado en el mundo democrático. Encuestas efectuadas en diferentes países confirman que la ubicación en el eje derecha / izquierda sigue siendo la principal motivación del voto de los ciudadanos.

Sin duda, derecha e izquierda son conceptos obsoletos si pensamos en los términos de los momentos más álgidos del conflicto de clases del siglo pasado, y corresponde a derecha e izquierda reinventarse y redefinirse. Cuando la gente se canse de la sopa fría, el que lleve retraso en este reciclaje será el que lo pagará más caro.

Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya puede tener problemas de aprendizaje de gobierno, pero no de carácter ideológico. Unos tienen la bandera del independentismo y otros los del ecologismo, que son enseñas-promesa que tienen la ventaja de no estar sometidas a calendario. No hay fecha de llegada para la independencia (y esto lo aceptan ya hasta los más presurosos), y el planeta está tan tocado que la reivindicación ecológica tiene recorrido hasta el fin de los tiempos. Para CiU y el Partit dels Socialistes (PSC), sin embargo, ha llegado la hora de la renovación ideológica a fondo.

3. A CiU le cuesta aceptar que su lugar está en el espacio del centro derecha. Todo partido que hace del nacionalismo su bandera principal pretende, por definición, ser tan transversal como la patria misma. Además, la derecha española es tan bestia que no resulta nada atractivo verse alineado, aunque sea indirectamente, con ella. De hecho, sólo Duran Lleida se ha quitado de encima la vergüenza de aparecer como un líder del centro derecha. La democracia cristiana nunca ha tenido dudas de cuál es su sitio en el espectro. Pero tarde o temprano, CiU deberá asumir que ya no tiene ni tendrá el monopolio del nacionalismo y que necesita dotarse de un contenido ideológico más allá de la socorrida apelación a la condición de partido genuinamente catalán, como si los otros fueran de otro planeta. Hay margen para construir una derecha moderna y liberal, y de hecho Artur Mas lo ha intentado en algún momento. El problema es que choca con dos cosas: la falta de tradición liberal en un país que tenía ser católico o no ser y la inevitable querencia comunitarista del nacionalismo. Pero las nuevas generaciones de las clases altas y medias catalanas empiezan a estar ya suficientemente viajadas como para que el relevo generacional pueda ir trabando una derecha abierta, propia de los tiempos posteriores al fracaso de la revolución conservadora de George Bush.

CiU debe entender que si quiere volver al gobierno, tarde o temprano tendrá que establecer una alianza de centro derecha. Y en el mapa político actual el único socio posible para ello es el Partido Popular. CiU tiene para ello un inconveniente que puede acabar siendo una ventaja: la cerrazón mental de los actuales dirigentes del PP hace difícil, ciertamente, la alianza, pero también puede permitir a los nacionalistas catalanes cultivar una imagen de derecha moderna y avanzada, que le permita partir con ventaja si un día las relaciones de fuerzas en el seno del PP cambian y alumbra una derecha menos obsesiva.

4. El PSC tiene la ventaja de estar en el Gobierno. Con el presupuesto en la mano las penas y los cambios son menos, pero tiene el inconveniente de una homogeneización creciente que hace difícil abrir vías orgánicas de debate. El maragallismo era demasiado pijo para gastar energías haciendo partido. Vivió durante mucho tiempo de las inercias del obiolismo, que éste sí trabajaba la casa propia. Pero ahora Pasqual Maragall se ha ido y sólo ha dejado unas cuantas personalidades sueltas, sin peso en la estructura del partido. Éste está creciendo a imagen y semejanza de su núcleo directivo. La buena aceptación que ha tenido este inicio de legislatura, basado en la consigna del orden, podría confundir a sus dirigentes y hacerles creer que con esto basta. No es cierto. Durante muchos años al PSC le bastaba con ser la hipotética alternativa -nunca concretada- al nacionalismo reinante. Se quedaba siempre lejos del poder autonómico, pero tenía garantizado el triunfo en legislativas y municipales. Ahora que el factor nacional ya no es el factor de demarcación, sino marco dentro del cual todo el mundo puede considerar que vive, el PSC tiene que ser capaz de rediseñar su discurso. En un país en que el nacionalismo -en la medida en que los socialistas se han incorporado, aunque matizadamente, a su lógica- es dominante en el espacio político, pero no es hegemónico en la realidad social, el PSC necesita un discurso diferenciador, que no lo disuelva, a ojos de los suyos, en un magma confuso. Para ello necesita hacer el mismo ejercicio que sus correligionarios están intentando en toda Europa, un ejercicio, bien es cierto, que de momento tiene más efectos en las formas que los contenidos.

No hay que hurgar mucho en el arsenal de la izquierda para encontrar materiales para hacer un discurso diferenciado en algunos asuntos. El alcalde de Barcelona juega con habilidad el discurso de la cohesión social. Es un patrón interesante, que permite integrar políticas diversas. Un partido de izquierdas debería tener entre sus prioridades la emancipación de los jóvenes. Es un costo personal y social altísimo que los jóvenes no se vayan de casa hasta los 30 años. Pero esto toca directamente a políticas clave: vivienda, trabajo, educación. En materia de educación hay mucho camino por recorrer. Un país pequeño como Cataluña difícilmente tendrá la masa crítica necesaria para convertirse en nodo del capitalismo global, pero sí puede jugar a fondo la carta de la calidad, y este es un asunto al que las clases medias pueden ser muy sensibles. Un partido de izquierdas no puede ser pasivo ante el problema de la vivienda, ni colocar tan fácilmente la acción legal y policial por delante de la queja y la denuncia. Asumir la realidad de los problemas es el punto de partida para cualquier renovación política. Tampoco en inmigración se puede limitar la izquierda a hacer seguidismo de la derecha. Una cosa es defender el orden y otra muy distinta negar que es en la relación, en la mediación, en la interlocución directa, que se hace la verdadera política. La izquierda no puede seguir a los que recurren a la demagogia contra la inmigración para hacerse un lugar bajo el sol.

Tras el fracaso del comunismo real, el modelo económico es incontestado. La izquierda no tiene un modelo alternativo, pero no todas las decantaciones del capitalismo son iguales. Se puede ver al ciudadano estrictamente como un agente de productividad y tratarlo en cuanto tal o se puede pensar en crear las condiciones para que al ciudadano se le abra el más amplio abanico de opciones al afrontar su vida. Ésta es una de las diferencias que la izquierda debería saber capitalizar. El tiempo de la sopa fría debería servir para que poco a poco se fuera generando un debate ideológico en los partidos. Así, en poco tiempo, la sopa llegaría a los ciudadanos en una temperatura más adecuada.

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