_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Silencio

Hay autores que interesan, y de qué manera, a profesores o críticos; otros que interesan a lectores; y alguno hay que únicamente interesa a escritores. James Joyce, hoy en día, interesa, creo, a otros escritores. Baroja, don Pío, interesa menos a los escritores, pero más a profesores. Al lector en estado puro, al lector sumido (y consumido) en el grado cero de la lectura, sólo le interesan los libros de éxito, esos que llenan los escaparates de las librerías, quioscos y similares, esos sustitutos de la novelas de caballerías que tantos quebraderos y requiebros de la mente, embarrancaderos de la conciencia, crearon en Cervantes. Miguel Sánchez Ostiz, escritor y lector, porque en todo gran escritor se esconde un buen lector, aunque no se pueda encontrar siempre en todo lector de oficio un escritor de raza, ha publicado recientemente una amena, documentada y apasionada biografía sobre Baroja: Pío Baroja, a escena. Biografía de biografías, recuento del pasado barojiano, un mapa hecho de palabras, para encontrar a don Pío, y encontrarnos con él. De Baroja se ha hablado mucho y de muchas maneras, a veces sin hablar de él. Del libro de Sánchez Ostiz sobre Baroja se ha hablado poco, incluso cuando se ha hablado de él. Paradojas de la existencia, rodeados de ruido, vivimos moldeados en silencio y por el silencio. Habitamos el silencio, esa vasta región sin nombre ni identidad.

No es nueva, por tanto, esta dejadez que no nos abandona, ni esta visión sectaria de la cultura
"La mejor máquina eficaz es la que no hace ruido", escribió Luis Martín Santos

"La mejor máquina eficaz es la que no hace ruido", escribió Luis Martín Santos, en su novela Tiempo de silencio. Tiempo en silencio, silencio del tiempo. De nuevo, silencio; y el tiempo que corre a perderse en una inmensidad incierta, sin noches y sin auroras. Pasó el tiempo de creer que era posible la autenticidad, el tiempo de buscarla en un poema, en una pasión, en una herida heroica, en una vida transcurrida a salto de mata y con domicilio desconocido, hoy aquí, mañana allá, luego quién lo sabe. Jergas del pasado, sangre reseca, recuerdo que ha quedado tieso como carne colgada, como mojama espiritual, fuente que dejó de traer agua. Lo auténtico se confundió con lo natural y la convivencia se volvió estéril y artificial, se forzó el ritmo de lo cotidiano en busca de lo extraordinario y lo que se consiguió fue un tiempo que no era tiempo, sino eco de otro tiempo, tiempo huyendo del tiempo, un espanto, un fantasma, una repetición. En pos de la novedad y de la modernidad se llegó a lo antiguo, al comienzo de todo. Lo natural no existía ni siquiera en la propia naturaleza. Existía y existe la costumbre, que ha usurpado los rasgos naturales: costumbre de callar y de ir dando de comer al silencio, animal de compañía. Tiempo de silencio se publicó en 1962, y desde entonces no ha dejado de editarse, ni de leerse. El libro intenta describir lo que es la fatalidad del destino, las trampas que va urdiendo el azar y en la que van cayendo, uno tras otro, todos los personajes. El libro habla de la inevitable resignación, del poder del silencio sobre el tiempo, y no del sueño de la eternidad, la necesaria y deseada armonía entre el tiempo y su anulación. El silencio tiene su continuidad en el tiempo. El silencio es el centro de cualquier tiempo. Al menos eso pensaba el músico John Cage.

En la cultura vasca dura todavía el tiempo de silencio, que se extiende sobre toda aquella producción que, sin ser siempre crítica, representa íntimamente verdades molestas. El deseo de libertad, ya se sabe, supone afrontar muchas incomodidades. El respeto a uno mismo significa incomodarse e incomodar. La cultura vasca, por inercia, incuria (de todos, algunos por cobardía, otros, por pereza) y costumbre, ha dejado de ser un territorio donde circulen las ideas, los conceptos, las propuestas narrativas o artísticas. Hace tiempo que no corren libres las ideas y se escapan de los lazos que van tendiendo los cazadores para atraparlas y luego domesticarlas, como hace tiempo que las ideas que existen viven encerradas en una jaula de oro, cubiertas de blanda espuma o bañadas en el perfume de la autocomplacencia. Lo que no es hagiografía, incienso destinado al altar, ramilletes de flores de ocasión para adorno de los afortunados sujetos dignos de admiración (o adoración diurna), es mutismo. Hay libros que hablan en voz alta sobre lo que está pasando y, en lugar de recoger, como respuesta, voces, gritos o palabras, sólo recogen silencio. Por donde andan crece fértil la hierba de la idiferencia, hierba gris. Pasó antes con algunos artistas, desestimados como ortodoxos y apartados de la lógica ilógica que reina en la cultura vasca actual, al menos durante los últimos veinte años, o sea eternamente, desde el nacimiento del tiempo. Pasó con algún libro de Atxaga, Saizarbitoria o Lertxundi, por señalar escritores conocidos y de renombre, obras que apenas han superado el estigma con el que los marcaron y les otorgaron un grado que la literatura jamás ha deseado ni reivindicado, la clandestinidad. No es nueva, por tanto, esta dejadez que no nos abandona, ni esta visión sectaria de la cultura. Joseba Zulaika y Fernando Aramburu, por citar dos estimados autores, han escrito libros imprescindibles para entender este tiempo en el que vamos andando y sucediéndonos, este tiempo en el que lo que no es gesto grandilocuente y retórico, de cara a la galería deseosa de ser complacida, es silencio.

La primera edición del libro Las ciegas hormigas de Ramiro Pinilla es de 1961. Un año antes ganó el autor el Premio Nadal, que entonces era mas premio que ahora. Dice uno de sus personajes (hablando de las hormigas): "Pondrías una piedra y también la remontarían. Destrozarías a azadones su recinto y siempre quedaría algunas para reanudar la misma vida de esfuerzo bien aquí o en otro lugar. Están preparadas para vencer todo lo que les pongan delante. Son invencibles". Se podría añadir que el silencio es el precio para quien busca, no la autenticidad, ni la notoriedad, ni siquiera la trascendencia, sino un orden moral, para sí y para los demás.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_