Un show arriesgado
No tiene sentido decir que Miguel Ríos ha vuelto, porque nunca se fue. Ahora tiene un programa de televisión que asume riesgos muy considerables. Sólo sabe hacer eso, y eso es lo que ha hecho toda su vida. Buenas noches, bienvenidos, estrenado este lunes en Canal 2 Andalucía, es Miguel en estado puro: un hombre hecho (y muy bien) a sí mismo que tiene una trayectoria de credibilidad ganada a base de honestidad, dotado de una curiosidad infinita y sin el menor pudor a la hora de decir qué es lo que quiere. Su mundo: el rock, bendito sea, y la poesía, y el arte, y la mugre que él mismo ha conocido recorriendo el mundo con una utopía en la cabeza. Y también -que no se me olvide- el desapego esencial por una Andalucía antigua, con su desagradable olor a desolladero y a colonia de pijos de madrugada. Hay pocos como Miguel, y hay que agradecerle públicamente que alguien que ya tiene todos los reconocimientos posibles asuma el desafío de hacer otra cosa, el riesgo de equivocarse.
Miguel Ríos no puede hacer ya nada que esté por encima de él mismo. Pero en este programa intenta algo muy notable: hacer que su cultura, la cultura de un rockero de ley, se ponga al servicio de un público que está huyendo masivamente de la televisión: Y el resultado es extraño. Yo me puse a ver un programa que empezaba como un concierto de música muy respetable y además en directo (insisto: en directo, esto no lo hace nadie hoy), que se interrumpía para decirnos que miráramos a otro lado, a la vida de los homeless (el pequeño reportaje de Patricia Simón fue lo mejor del programa), pero que luego se reanudaba con un número de humor que rozaba la vulgaridad.
Y este es el problema: el formato del programa responde a la ambición incontenible del propio Miguel. No puede pretender hacer él todo lo que tendría que hacer la televisión pública andaluza. El programa sería fantástico como un concierto generoso que tiene pausas en las que se oye un poema o un pintor explica lo que hace, o alguien te avisa de que una patera está llegando al mismísimo plató. Pero una cosa es intercalar -como las baladas en todo buen concierto- esas piezas tan pertinentes y otra muy distinta meter, entre una y otra canción de M-Clan, una cosa ininteligible sobre el ADN (por lo demás vista ya en otros programas de la misma cadena) o humor malo. Me temo que, por ahora, el programa tiene huecos por los que la audiencia puede escapar, y no sólo por sus malas costumbres.
Estoy seguro de que, en sucesivos programas, Miguel se sentirá más dueño de lo que hace. El lunes pasado subrayó con mucha intención su compromiso de hacer televisión pública: no debe repetirlo. Y él tiene que estar más tranquilo. Yo eché de menos que cruzara unas palabras con los músicos invitados y que a la hora de la poesía sacara más partido a ese gesto de sentarse con Luís García Montero para hablar, que es algo que a Miguel le entusiasma hacer.
La realización fue correcta en el plató y brillante en las piezas hechas fuera. Pero los nombres del equipo técnico son un arcano, por esa costumbre impresentable de pasar al final los créditos a una velocidad imposible.
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