España entra en la guerra de los 'drones'
El Gobierno aprueba hoy la compra para el Ejército de cuatro aviones sin piloto
El pasado 12 de mayo, una delegación de alto nivel del Ministerio de Defensa alemán se trasladó al aeródromo de San Javier (Murcia) para asistir al primer vuelo del Barracuda. El aparato, de casi 3.000 kilos de peso, construido en las plantas del consorcio aeronáutico europeo EADS en Alemania y España, se internó en el Mediterráneo y regresó 20 minutos después.
Tras el éxito de la prueba, este vehículo no tripulado (UAV) fue una de las estrellas de la Exposición Aeroespacial Internacional celebrada en Berlín del 16 al 21 de mayo. A los cuatro meses, el pasado 23 de septiembre, el Barracuda se perdió en el mar durante uno de sus vuelos de prueba frente a las costas de Murcia.
Los responsables de EADS restan importancia al siniestro. El Barracuda no es todavía un avión, sino un demostrador tecnológico: es decir, una laboratorio de nuevas tecnologías. Lo paradójico es que, aunque lleva la bandera española en el fuselaje y el Ministerio de Industria lo ha financiado con un millón de euros, el Ministerio de Defensa no forma parte del proyecto.
En cambio, Defensa suscribió en febrero pasado el MOU (Memorando de Entendimiento) de otro programa similar: el Neurón, que encabeza la firma francesa Dassault-Aviation y al que España deberá aportar unos 35,5 millones de euros. A diferencia del Barracuda, será un aparato "invisible" -con un diseño que lo hará poco detectable por radar- y una bodega lista para albergar no sólo cámaras, sino también misiles. Es decir, no sólo un avión espía, sino un verdadero avión de combate sin piloto.
Además, España y Francia participan en el denominado MALE (Media Altitud Larga Autonomía), un avión de vigilancia y reconocimiento estratégico, capaz de volar durante 24 horas ininterrumpidas a 15.000 metros de altitud y 3.000 kilómetros de distancia.
Para completar el rompecabezas, España cuenta con su propio avión sin piloto, el SIVA (Sistema Integrado de Vigilancia Aérea), desarrollado por el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA). Desde hace meses, el Mando de Artillería de Campaña opera varios prototipos de este aparato, de 150 kilómetros de alcance, 4.500 metros de techo, 190 kilómetros de velocidad máxima y siete horas de autonomía.
Los cuatro aviones no tripulados cuya compra tiene previsto autorizar hoy el Consejo de Ministros, por un importe de unos 17 millones de euros, no serán ni SIVA, ni Barracuda, ni MALE. Si el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, pretende que estén operativos este mismo año, para apoyar a las tropas españolas desplegadas en Afganistán, tendrá que acudir al supermercado internacional de armamento y abastecerse de lo que ya está probado.
Y nada está tan probado, en opinión de los expertos del Ejército, como los UAV israelíes, que no sólo se han empleado profusamente durante la guerra contra Hezbolá del pasado verano sino que todavía hoy realizan vuelos de espionaje sobre las cabezas de los soldados españoles desplegados en Líbano. Su competidor más directo es el Sperwer francés, operado por las tropas canadienses en Afganistán y que Francia ha prometido también enviar como refuerzo al sur de Líbano, lo que facilita su interoperatividad con los aliados.
La lista corta elaborada por Defensa se completa con el Hermes israelí y con los estadounidenses Scan Eagle y Prowler. Todos son aviones tácticos, con hasta 300 kilómetros de alcance, dotados con cámaras ópticas e infrarrojas, para operar tanto de día como de noche.
Además de cumplir con su misión operativa -advertir con antelación a las tropas de cualquier movimiento sospechoso en sus inmediaciones, para evitar ataques por sorpresa o emboscadas-, el Ministerio de Defensa pretende que la compra de sus cuatro primeros drones (así denominados en inglés por el característico zumbido de los motores de estos pequeños aviones espía cuando vuelan a escasa velocidad y baja cota) sirva para capacitar tecnológicamente a las empresas españolas ante la guerra del futuro. Una guerra protagonizada por robots en la que los militares manejarán sus armas con mando a distancia. Y donde las víctimas civiles seguirán estando seguramente en el lugar equivocado: donde caen las bombas.
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