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Columna
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Decisión estéril sobre debates estériles

Soledad Gallego-Díaz

Una cosa es que el Partido Popular se aísle en el Parlamento porque no comparta ninguna de las propuestas de los otros grupos y otra, muy distinta, que el Partido Socialista acuerde con todos los otros grupos aislar al PP para evitar que sus propuestas "deriven en debates estériles". El Parlamento existe para debatir, y la mayoría no es quién para precaver debates estériles. Sobre todo, porque podría llegar a la simplista conclusión de que es improductivo todo lo que le perjudica. La idea es que las mayorías rebatan a las minorías y que hagan valer su número a la hora de aceptar o rechazar propuestas, no que conviertan al Parlamento en un agujero negro donde se succiona e ignora lo que no se quiere oír.

Se comprende la incomodidad del Gobierno ante la decisión del PP de convertir la lucha antiterrorista en el centro de su estrategia electoral y de su esgrima parlamentaria. Claramente, las cinco propuestas anunciadas por Mariano Rajoy no buscan descubrir puntos de encuentro con el Gobierno, sino precisamente resaltar la imposibilidad de llegar al menor consenso en esas políticas. Pero, aun así, sería mejor que el enojo no se traduzca en un remedio peor que la enfermedad.

Si el PSOE "no quiere participar en la estrategia de confrontación y división" que propone el PP, no tiene más que explicarlo en la tribuna parlamentaria. Convocar a los otros grupos a mantener un despectivo silencio frente a iniciativas del primer partido de la oposición, por muy malintencionadas que se consideren, es una actitud de protesta muy cercana al pataleo, algo que no tiene mucho sentido cuando lo practican las mayorías.

Además, si los sondeos publicados son correctos, la oposición perdió el debate del pasado lunes precisamente porque no dejó abierta la menor posibilidad de llegar a acuerdos en materia antiterrorista. El colmo sería que fuera ahora el propio Gobierno el que, encantado con su éxito, cerrara de golpe el mismo portón. La idea de evitar debates políticos que "desmoralicen a los ciudadanos" es, por otra parte, bastante peregrina. No se trata de hacer cosas extrañas para evitar que el PP coloque, una y otra vez, el rechazo de la política antiterrorista de Rodríguez Zapatero en el centro del debate ni para conseguir que los ciudadanos no se desanimen al escucharles. Se trata de proporcionar argumentos para que decidan si comparten esas criticas o si las consideran injustas.

La realidad es que la polémica sobre políticas antiterroristas va a seguir muy viva en los próximos meses. Por mucho que el PSOE diga que quiere que las propuestas en esta materia se debatan en los "ámbitos reservados adecuados", no hay que confiar en que realmente se pueda introducir algo de sosiego en ese campo. Incluso da la impresión de que el propio presidente del Gobierno y el propio Partido Socialista están convencidos de que la política antiterrorista seguirá siendo el eje de su acción gubernamental de aquí a 2008, y que no tiene mucho sentido intentar colocar otros temas sobre la mesa de aquí a las elecciones.

De hecho, Rodríguez Zapatero no parece haber renunciado a hablar de su estrategia antiterrorista en todas y cada una de sus intervenciones públicas no parlamentarias, por encima de quienes le advierten de que puede cortocircuitar cualquier otro debate político e impedir que sus ministros "saquen la cabeza". En su reciente conferencia ante el Foro Nueva Economía, el presidente del Gobierno no esperó siquiera a que alguien le preguntara sobre el asunto. Está claro que ha puesto punto final al actual proceso de contactos con ETA, pero que no ha cambiado su análisis sobre la situación en que se encuentra Batasuna, ni sus convicciones, ni su certidumbre en que éste es un tema que exige su empuje personal. Parece como si el presidente del Gobierno tuviera continuamente en la cabeza la famosa frase de Churchill: "Esto no es el final. Ni tan siquiera el principio del final. Esto es el final del principio". solg@elpais.es

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