El entrenamiento
Con la idea de comenzar el año con una caminata me desplacé hasta la calle más eufónica que encontré en un listado, una que incluía el vocablo "marañón". Como medida precautoria recurrí a la página de la ciudad (www.bcn.es) que ofrece, entre otras cosas, un efectivo localizador de calles que es también muy quisquilloso. Situé el cursor en el espacio pertinente, tecleé "Marañón" y la respuesta que recibí fue que esa calle no existe, cuando menos en Barcelona. Un poco desconcertado, porque la página del Ayuntamiento amenazaba con ensombrecer mi caminata, decidí ampliar la información y escribir "Doctor Marañón"; esta vez lo que salió fue una calle laberíntica en una zona de la ciudad que, por más que alejé y acerqué el plano cibernético, no pude identificar y, en esas condiciones era impensable mi caminata hacia esa calle tan eufónica. Así que añadí un elemento más a la información y escribí "Avenida Doctor Marañón" y entonces sí apareció esa calle que baja desde la Diagonal y termina en el Miniestadi, un interesante destino, por lo que fui a encontrarme ahí, gracias a la búsqueda de la calle eufónica. Antes de salir a cumplir mi propósito de año nuevo, mientras ejecutaba una modesta serie de ejercicios de calentamiento en la cocina, me documenté sobre ese vocablo sonoro, que empieza como una implosión en el área de la glotis y termina con el humillo de la n saliendo lentamente entre los dientes. Entonces descubrí que una de las acepciones es tan eufónica como la palabra misma: "árbol de hojas rojizas y flores en panoja terminal, cuyo fruto es una nuez de cubierta cáustica y sujeta por un grueso pedúnculo". La otra acepción está en los antípodas de lo vegetal, pues el diccionario nos remite a la palabra "garañón", cuyo significado, breve y contundente, no deja ningún margen para la metáfora: "Burro o caballo semental". Caminé durante 45 minutos hacia ese destino que me había inventado, a veces trotando, como caballo o burro, para entrar en calor y combatir con más efectividad el frío, un frío que aumentó en cuanto llegúe a la cima de la avenida del Doctor Marañón, quizá porque ahí el viento, cuesta abajo, cogía carrerilla. Por fortuna y como contrapeso, por la avenida bajaba un tropel de hombres y mujeres con sus hijos, una rareza a las diez de la mañana y en un día frío como ése, en que lo más sensato era quedarse en casa. Aquel tropel se arremolinaba en una de las entradas del Miniestadi y su origen, según pude enterarme con la primera pregunta que hice, era el entrenamiento del Barça, que ese día permitía la presencia de sus forofos. Aquel tumulto, al que inmediatamente me integré, era básicamente de barceloneses y eso me pareció un rayo de esperanza en esta época en que culé ya empieza a ser sinónimo de japonés o chino. Por otra parte era preocupante ver a tantos adultos en edad de trabajar, a esas horas de la mañana, haciendo cola para entrar al estadio, con la coartada, simple e irreprochable, de llevar un niño en cada mano. Siguiendo el tumulto me acomodé en la gradería y descubrí que, aunque en la calle eran las diez y media de la mañana, adentro del estadio había un ambiente de las nueve de la noche, con ovaciones, alaridos de gol y gritos destemplados a los futbolistas. Una señora eufonizaba a placer los nombres de sus ídolos, gritaba "¡Pinyol!" cada vez que Puyol se acercaba a la banda y cuando lo hacía Rijkaard gritaba "¡Rejan!", a todo pulmón. Mientras los futbolistas hacían estiramientos, regates ficticios y tiros a puerta, tres individuos, que obviamente se habían escaqueado de la oficina, debatían el tema de la última palabra que pronunció el dictador Pinochet, antes de morir: "Lucy", que según sus allegados era el nombre cariñoso que le decía a su mujer, Lucía, pero uno de los tres, que probablemente era chileno, tenía sus dudas, no le parecía justo, ni argumentalmente factible, que un personaje tan gravoso para la especie se haya ido de este mundo con esa palabra tan doméstica, tan de gente común y corriente. Mientras los futbolistas cumplían con su tediosa rutina, que para sus admiradores era una puesta en escena única y muy bien lograda, el trío de escaqueados de americana, y gomina solidificada por la tramontana que corría entre los asientos, llegó a la conclusión de que lo que el dictador iba a decir era esto: "Lucifer, finalmente voy a ti". Yo no pude más que suscribir la idea y apuntarla para incluirla más tarde en esta crónica. Hora y media más tarde terminó el entrenamiento público, hubo una cerrada ovación y el canto colectivo del himno del Barça. El tumulto regresó a la avenida de Marañón y yo observé que el trío de adultos escaqueados regresaba a sus oficinas con la huella de su paso clandestino por el Miniestadi: un manchón blanco, que empezaba a mitad de la americana y terminaba debajo de las nalgas, producto del polvillo que cubría la gradería. Una segunda observación me hizo comprobar que todos íbamos igual, con nuestra mancha incriminatoria, y pensé que no era difícil que en la noche me encontrara con alguien, en un restaurante o en el cine, y que nos reconociéramos como parte de la misma legión. Caminé Marañón arriba, resistiendo el viento que despeinaba mis "flores en panoja", agarrándome de vez en vez de "un grueso pedúnculo".
Era preocupante ver a tantos adultos en edad de trabajar, a esas horas de la mañana, haciendo cola para entrar al Miniestadi
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