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Reportaje:El derecho a una vivienda digna

Los otros Hijos de Don Quijote

La protesta francesa por los 'sin techo' recuerda el problema de 22.000 personas que viven en la calle en España

Antonio Jiménez Barca

Francisco Porta se va a ir a la cama con dos euros y medio. "No está mal", dice. Tendrá para un café y un bollo por la mañana. El resto del día -el resto de la vida- es una pura incógnita. Porta tiene 48 años, lleva varios durmiendo en la calle, trabaja de malabarista o de lo que salga y oye mucho la radio. Imita muy bien a José María García y anda medio enamorado de Gemma Nierga. Se encuentra en una nave que el Ayuntamiento de Madrid ha acondicionado en un polígono industrial de las afueras para acoger en lo peor del invierno a más de un centenar de hombres sin hogar.

Todos han llegado en un autobús municipal y deberán abandonar la nave a las ocho de la mañana. El que ha querido ha cenado un vaso de caldo y un bocadillo de mortadela. O se ha afeitado. No hacen mucho ruido. Un grupo de inmigrantes jóvenes ha pedido al vigilante que les despierte de madrugada porque tienen que irse a trabajar en la construcción. El vigilante apunta el número de su cama en una hojita cuadriculada para hacerlo. Un hombre de menos de 30 años, muy sucio, con el brazo vendado y la herida infectada, arrastra las piernas hasta la habitación-enfermería y se acurruca en una silla en la puerta, sin atreverse a llamar. Darío Pérez, jefe del departamento de Personas Sin Hogar y Samur Social del Ayuntamiento de Madrid, se fija en él.

Las familias solucionan la mayoría de los casos sin que se note o figure en la estadística
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El colectivo francés de personas sin techo Los Hijos del Don Quijote, después de acampar durante tres semanas a la orilla del Sena, ha conseguido que el primer ministro francés, Dominique de Villepin, presente el miércoles un proyecto de ley revolucionario: a partir de su aprobación, los franceses podrán reclamar al juez por la obligación que tiene el Estado de proporcionarles una vivienda digna. Como la cobertura médica o la educación. Hasta ahora, ese derecho era en Francia -como en España- puramente nominal, tan recogido en la Constitución como vacío de contenido en el fondo. A partir del miércoles, será distinto.

En Francia hay cerca de 900.000 personas que carecen de domicilio fijo y que necesitan recurrir a las distintas variedades de alojamientos sociales: residencias de trabajadores o de estudiantes, pisos tutelados, centros de acogida... Y 100.000 que duermen en la calle. En España, el único dato comparable es el publicado en 2005 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que cifraba en 22.000 personas las que viven en la calle (8.000) o en albergues de beneficencia (14.000). "En España es incalculable el número de personas sin techo porque la familia absorbe gran parte del problema sin que se note o figure en ninguna estadística", explica Pedro Cabrera, profesor de sociología de la Universidad de Comillas y corresponsal del Observatorio Europeo de Personas Sin Hogar. "Lo que sí es comparable es la opulencia de las dos sociedades: los dos son países ricos en los que ese derecho debería estar reconocido de verdad", añade.

Darío Pérez no deja de observar al joven del brazo vendado y la ropa roñosa, que sigue sin atreverse a llamar a la puerta de la enfermería. Pérez lleva trabajando con personas sin hogar más de 15 años y ha desarrollado durante este tiempo un instinto especial para clasificarlas al primer golpe de vista: "Ese chico... Las campañas de frío como ésta sirven, entre otras cosas, para que personas como él se acerquen a nosotros. Así podemos empezar a tratarlos. Porque una cosa es ser un sin techo, y ahí entrarían esos 900.000 franceses y muchísimos españoles: gente que no tiene posibilidad de tener una vivienda, incluso aunque trabajen. Pero ese chico es otra cosa. Es una persona sin hogar. Si le diéramos una vivienda mañana, la perdería pasado. Ya tiene derecho a que le atienda un médico. ¿Y tú crees que ha ido mientras ha estado en la calle? Ha perdido algo más que una casa. Y debemos empezar a devolvérselo poco a poco", explica, mientras se dirige hacia él.

Tanto Esperanza García, directora general de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, como Antonio Rodríguez, director del albergue religioso de San Martín de Porres, inciden también en la importancia de la familia a la hora de servir de red. "Pero empieza a cambiar", matizan.

María Jesús Utrilla, subdirectora del albergue municipal de San Isidro, en Madrid -que gestiona cerca de 500 camas e improvisa al día soluciones para más de 500 problemas-, recuerda otra diferencia con Francia: "Aquí, históricamente, desde la Guerra Civil, se ha optado por comprar la casa en vez de alquilarla. Y eso, hasta ahora, ha dado estabilidad a las familias". Y coincide con García: "La familia misma como colchón empieza a cambiar. Un ejemplo: antes, eran de cuatro o cinco hermanos. Esa generación ya ha crecido. Y si a alguien le van mal las cosas, pues se va con un hermano a vivir, y si se enfada con uno, pues se va con otro. Pero esto, con las familias actuales, de dos hermanos como mucho, se va a acabar, y va a ser más fácil que alguien acabe en la calle".

Una persona experimenta a lo largo de su vida cuatro o cinco conmociones psicológicas capaces, por sí solas, de desestabilizar su personalidad: la muerte de un ser querido, la pérdida de un trabajo, un divorcio... Las personas sin hogar se caracterizan por acumular muchos más casos y en menos tiempo, en una catarata de desgracias que acaba desarbolando su entereza y abocándoles a la calle.

Francisco Porta, el imitador de José María García, deja de sonreír y de fumar cuando recuerda a su esposa: "Me engañó, a los 27 años, y yo empecé a beber, y me dio la depresión, y seguí bebiendo, y perdí el trabajo porque bebía, y seguía bebiendo porque perdí el trabajo, yo era empleado en un bingo, y acabé en la calle, y ahora trabajo de malabarista".

Darío Pérez ya ha aconsejado al chico del brazo vendado que entre en la enfermería. Éste sonríe, sin decir nada. Pero accede. Después reconoce a otro hombre que deambula por la nave: "Ese jugó al fútbol en el equipo de los sin techo. Era el portero y llegó a estar muy bien: vivía en una pensión. El hecho de que esté aquí de nuevo indica que ha fracasado. Y cada fracaso es un nuevo golpe psicológico fuerte para personas como ellos, que están solos".

Porque no es sencillo romper el círculo vicioso de miseria-resignación-miseria. Hay gente que lleva acudiendo al albergue de San Isidro 20 años, día tras día.

"A veces cuesta", relata Pérez, "hasta que van al albergue. Yo conocí una señora, mayor, que vivía en el túnel de Pacífico. Se pasó allí más de 15 años. La atacaron unos yonquis. Y le entró miedo y se fue acercando al albergue de San Isidro, que yo dirigía entonces. Cada día se ponía más cerca. Pero no se atrevía a entrar. Yo le hablaba cada mañana. Al final la convencí. Entró. Estuvo seis meses. Murió. Pero no murió en la calle. Murió con dignidad".

A las doce apagan la luz y los 120 hombres se echan a dormir. Porta, con sus dos euros y medio. Pérez concluye: "Lo complicado no es conseguir que se duerman y que no haya peleas. No son más violentos que el resto de la sociedad. Lo complicado es que tengan ganas de levantarse y echar a andar".

Instalaciones del albergue para personas sin techo situado en el polígono industrial de Pueblo de Vallecas, en Madrid.
Instalaciones del albergue para personas sin techo situado en el polígono industrial de Pueblo de Vallecas, en Madrid.SANTI BURGOS

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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