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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La jura de Ortega

El líder sandinista Daniel Ortega ha vuelto al poder pero por la fuerza de los votos, y no, como en 1979, por la de los rifles empuñados contra la dictadura somocista, que apoyaba bárbaramente Estados Unidos. Y ayer quiso jurar el cargo en nombre de casi todo el santoral político, y dentro del mismo muy prominentemente por el socialista bolivariano Hugo Chávez, allí presente, pero también por Juan Pablo II, y con la incongruencia que presidió todo el acto en Managua, el mandatario se unió al presidente de Venezuela y de Bolivia, Evo Morales, para vitorear a Fidel Castro.

Ortega había hecho una campaña electoral basada en un aparente arrepentimiento, en la que instó a los nicaragüenses a trabajar unidos en la guerra contra la pobreza, así como escenificó tan aparatosa como insistentemente su retorno al catolicismo más puro y duro, en medio de una tentativa de des-sandinizar su imagen, ligada al recuerdo de una gestión calamitosa.

Pero en su toma de posesión ha querido reivindicar, en cambio, su anterior pedigrí político. Con Chávez y Morales ha dado estentóreos vivas a la revolución cubana, al tiempo que anunciaba el ingreso de su país en la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), creada por el presidente venezolano en 2005 y que pretende, oponiéndose al Área de Libre Comercio de América del Norte (ALCA) que inspira Washington, crear un marco de relaciones económicas más justo y no capitalista. Pero todo ello no significa que Nicaragua abandone el Tratado de Libre Comercio que une a Centroamérica con Estados Unidos (CAFTA-RD), sino que, mucho más modestamente, "tratará de mejorar las condiciones" del mismo.

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No es probable que estas acrobacias se puedan mantener de forma indefinida. Es lícito, aunque no siempre estético, que un país trate de encender una vela a Dios y otra al diablo, pero ambos poderes acaban por reclamar la lealtad en exclusiva. Y si esa especie de doble militancia sirve hoy a los intereses de los nicaragüenses, bienvenida sea, pero que se pregunte el presidente Ortega si eso dura para siempre.

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