Una opulencia muy privada
El fenómeno económico de estos últimos 25 años -por mencionar un dato orientativo- ha sido la explosión urbanística general, más notable en el litoral mediterráneo y espectacular en algunos espacios, como el País Valenciano. Un hecho obvio, ciertamente, que ha decantado otro no menos notable, como es la acumulación aluvial de fortunas que han renovado drástica y ampliamente el estamento valenciano de los ricos. Un sesgo social, éste, que no ha provocado todavía la atención que a nuestro juicio debiera, dada su magnitud y el trastrueque de linajes financieros que ha conllevado. Confiemos en que el sociólogo de cabecera de este país, Josep Vicent Marqués, supere pronto sus alifafes físicos y se faje con este asunto, probablemente decisivo en orden a la morfología de esta renovada sociedad emergente de la devastación industrial a la par de la explotación intensiva e inmobiliaria del territorio.
Por ahora, y a pesar de la evidencia de este cambio social, lo cierto es que apenas si se han hecho catas en la composición, origen y talante de sus miembros más distinguidos. Sobresalen, eso sí, algunos pocos apellidos asentados en el negocio del ladrillo y otros más novedosos agigantados al pairo de la mercadotecnia y del hábil uso de los recursos mediáticos, lo que señalamos sin ánimo de menoscabar su probada capacidad empresarial. Tratamos tan solo de señalar esos iconos relevantes de nuestra prosperidad más vistosa y la penumbra que todavía los difumina, con muy pocas excepciones, y aun de éstas se divulga lo que parecen perfiles biográficos meramente convencionales o publicitarios. O sea, que sabemos bien poca cosa.
Se podría aludir a los signos externos que delatan el poderío, pero en este aspecto tampoco se perciben muchos destellos que delaten esta constelación de poderosos. Ya se sabe que los ecos de sociedad como materia noticiosa o chismosa no llegan a ser -todavía- mercancía en Valencia, y su onda se pierde o consume en círculos íntimos. Los cambios de residencia, su decoración suntuosa y el activo mercado de obra plástica -pintura y escultura- que ha potenciado esta larga y sectorial bonanza económica se ha desarrollado con rara discreción. A lo sumo, algunas eminentes firmas del ladrillar han practicado -y en ello están- los patrocinios culturales -teatro, música, catálogos- como sinónimo de prestigio y, a menudo también, como oportuna colaboración con las instituciones y entidades públicas. Nada que objetar a esta plausible práctica de mercadotecnia
Plausible, pero alicorta. Este maná opulento ha salido socialmente muy barato a sus beneficiarios, quizá porque creen que sus obligaciones con el colectivo de los valencianos se colman con el cumplimiento tributario. Y con la ley en la mano así es, aunque no del todo cierto, pues en este País Valenciano se ha producido una variante de vasta expropiación forzosa del territorio y del paisaje que concierne a todos los ciudadanos, aunque su titularidad no figure en el Registro de la Propiedad. Que los partidos gobernantes no hayan exigido en su momento las compensaciones adecuadas, bien por falta de sensibilidad, por complicidad o por impotencia, no exime ni justifica a esta nueva clase que nos ocupa de haber escatimado hasta la avaricia su proyección cívica.
Verdad es que no hay muchos precedentes de que los muy afortunados de estos pagos hayan redistribuido voluntariamente sus dineros mediante fundaciones de interés común, o amparando iniciativas de cierta ambición duradera, como en el caso que nos ocupa pudieran ser o haber sido la financiación de investigaciones académicas de todo orden, la reconstrucción de centros históricos u otras formas similares de borrar o adecentar en lo posible la imagen grosera de pelotazo y despojo territorial que en algunos discursos oficiales se describe como prosperidad, sin aludir al precio que hemos o estamos pagando en términos territoriales y urbanísticos. Que una gran firma inmobiliaria de Castellón financie becas de estudio, tal como acontece, sólo es un indicio de la gran cuenta pendiente de estos nuevos ricos.
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