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Columna
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La fe del olentzero

Dicen de la fe que es creer en lo que no se ve. En un nivel superior está la fe del carbonero, fe a machamartillo, que no requiere razón. Hay, sin embargo, un grado máximo, el definitivo, por el que la fe consiste en "no creer lo que se ve". Se practica a mansalva en el País Vasco, es la que aquí más gusta. Se ven terroristas y no se creen tales, sino díscolos jóvenes vascos. Se ve arder autobuses y no se cree que sea algo más que manifestación del conflicto. Se ve al nazi amenazando y se cree que intimida para dialogar. Fe consiste, al fin, en no creer lo que se ve. Y este pueblo vasco es de fe, de mucha fe. Nietzsche: fe significa no querer saber la verdad. Este hombre nos la clava para lo nuestro. Hablamos de la fe suprema, la del carbonero vasco, o sea la fe del olentzero.

Ahora ya no cuenta cómo acabar con ETA, sino creer si El Proceso existe o no

Tras la salvajada de ETA proliferan estos actos de fe en el País Vasco. Va destacado en el ranking el denominado Pernando Barrena, sobre cuya sagacidad ya había sospechas, pero que ha aprovechado la ocasión para esprintar y escalar puestos en la nómina de vascos paranormales. "No hay constancia expresa de que el alto el fuego declarado por ETA esté roto", afirma este paravasco. No cree en lo que ve. Tiene la fe del carbonero vasco. Necesita que ETA le diga que ya no hay alto el fuego. Mientras, aunque "la organización" secuestre, coloque bombas y asesine, este profeta seguirá pensando que hay alto el fuego. Pasarían meses de sangre y fuego y el increíble Pernando creería que ETA está de alto el fuego permanente mientras no le diga lo contrario. ¡Y esta joya es jefecillo de la cosa! Cómo serán las bases que, quizás, le admiran.

Los vínculos entre nacionalistas y profundas creencias no siempre racionales vienen de atrás, desde que Sabino Arana concibiera al nacionalismo como un movimiento para salvar almas vascas, en peligro por el contacto con los inmorales españoles. Desde entonces fe no ha faltado. A espuertas la ha habido. Una y otra vez el PNV ha proclamado "nuestra fe en la Patria Vasca". Hace un par de décadas aseguraba que tenía "más fe que nunca en el éxito de la restauración plena de la personalidad de este pueblo...", "desde nuestra fe de vascos...". Admira la familiaridad con la que este movimiento habla de fe.

Con tanto gusto por la creencia no extrañan los actos de fe de esta semana. Casi todos los caudillos nacionalistas (y Gran Madrazo) han dictaminado que, pese al atentado, sigue el proceso de paz. No creen en lo que ven. Una vez más, en el trance el mejor ha sido el lehendakari, hombre de fe donde los haya, que en su mensaje finianual aseguró que "ni el Gobierno ni el Lehendakari vamos a dar por roto el proceso de paz", de lo que se deduciría que ¡hay aún proceso de paz!, sin reparar que dos no procesan si uno no quiere, y ya no digamos si asesina. La fe del olentzero o no hay peor sordo que quien no quiere oír.

Tiene la fe vasca alguna consecuencia colateral. La más interesante: la creencia prevalece sobre la realidad. Un ejemplo, el Plan PACO (Pacto de Paz y Convivencia), que ocupó lo sustancial del mensaje lehendakaril en Nochevieja, pese a lo que había. Hace un año nos lo sugería este buen lehendakari con la discreción que le caracteriza, al afirmar que 2006 sería "un año para la esperanza. La esperanza de la Paz, del diálogo, del Acuerdo y de la Convivencia". Cuando no llegaba la tregua, el Gobierno de los vascos, airado, aseguró que si las cosas seguían así, iniciaría castigador el que ahora conocemos como Plan PACO y que se iban a enterar ETA y el Gobierno (el malo, el del Estado, no confundir con el de Ajuria Enea, siempre pulcro y a tono). Luego llegó el "alto el fuego permanente (sic)" y miel sobre hojuelas, argumentóse que era la mejor ocasión que pintaron los tiempos para desarrollar el PACO, ya que estábamos de tregua. Ahora ETA vuelve a las andadas y a las andanadas, liquida la tregua y la esperanza de paz y de convivencia, y cómo no, nuestros gobernantes aseguran impertérritos que justo ahora es más necesario que nunca el PACO. Y allá iremos gustosos.

Ya lo dijo Tagore, que si bien la fe engaña a la gente, le da brillo a su mirada...

Moraleja: nuestra vida pública es un persistente acto de fe, a toda prueba, de desenvolvimiento constante de la fe del olentzero. Y la inteligentzia vasca cree sobre todo en el PACO, que siempre flota cual corcho, llueva, nieve, granice o haga sol. Vale para roto y para descosido. El PACO sirve en la paz y en la guerra, en la salud y en la enfermedad, en ausencia de violencia y con asesinados, en los ratos en que no explotan coches bombas y en los instantes vascos que ensordecen. En origen el Plan PACO -que nos movilicemos de uno en uno y por cuadrillas y hagamos terapia de grupo y autocríticas para al final apoyar unísonos al Plan Ibarretxe- era un medio, y ya se ha trocado en un fin. Esto nos pasa con frecuencia en este Pueblo con fe. El Plan Ibarretxe, la madre de todos los planes, es ya un fin, no una forma de arreglar esto. La para siempre nonata Mesa de Partidos se suponía que era un medio para llegar a algo y por nuestro birlibirloquismo se convirtió en un objetivo en sí mismo.

Incluso El Proceso, que se hacía, decían, para llegar a la paz se autonomizó, adquirió personalidad y existencia propia -como el hijo de Frankenstein después de que cayese el rayo al aparato vivificador- sin que ya importase mucho para qué servía. Se creía en él o no, como se cree en Dios o en el lehendakari. Ahora ya no cuenta cómo acabar con ETA, sino si El Proceso existe o no. De nuevo una cuestión de fe, que, como marca la tradición, acabará en autos de fe, y quienes no crean en El Proceso vestirán sambenitos y serán conducidos a las hogueras de Euskal Herria, para que les afee este sufrido Pueblo con identidad. Con razón: por creer en lo que ven.

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