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Columna
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Final de partida

Era una tesis asentada la de que las treguas, más cuanto más duraran, debilitaban a las organizaciones terroristas, que sólo recurrirían a ellas para afrontar su final o para utilizarlas de forma limitada con fines estratégicos. Las treguas de larga duración de ETA parecen desmentir ese aserto, si nos atenemos a la impresión hoy generalizada de que esa organización recurre a las treguas para reforzarse y fortalecerse. ETA se hallaría en estos momentos reorganizada y mucho más fuerte que cuando hace nueve meses declaró una tregua permanente. Esta es la interpretación universal de lo ocurrido estos últimos meses, y carezco de información y de conocimientos para desmentirla o confirmarla, aunque el criminal y miserable atentado de Barajas quizá nos tenga que llevar a replantearnos algunas verdades que habíamos asumido acaso con demasiada alegría. Nuestras preguntas deben referirse a la naturaleza de la propia organización armada, y al relativo valor que términos como debilidad y fortaleza adquieren en función de la misma, y deben referirse también a la actuación de las fuerzas políticas democráticas, para la que esos mismos términos de debilidad y fortaleza tienen el valor que habitualmente les atribuimos. Ignoro -y lo ocurrido me llena de dudas- si ETA estaba débil o fuerte cuando inició su tregua. De lo que no me cabe ninguna duda es de que la sociedad española, a través de sus representantes políticos, reaccionó ante esa tregua con debilidad, debilidad que fue también característica de la tregua anterior de Lizarra.

ETA se alimenta y absorbe todas sus energías de una sociedad mesiánica como lo es la vasca, al menos en su representación mayoritaria. Resultan muy ilustrativas a este respecto las reacciones que el atentado de Barajas y la ruptura consiguiente del proceso de paz han suscitado en el mundo nacionalista. Nos dice Ibarretxe: "Es preciso no condicionar el derecho a decidir, que nos asiste democráticamente, al fin de la violencia de ETA". Nos dice Egibar: aunque el atentado "hace tambalear la situación, continúa el proceso político, que tiene dos pilares: "la defensa de los derechos humanos y el derecho a decidir". Y nos dice Begoña Errazti, con la formulación más transparente, como es habitual en ella: "ETA no puede romper la esperanza de resolución del conflicto político". Es decir, lo importante para ellos era el proceso político, y el que ETA prosiga o no no modifica, no debe hacerlo, sus perspectivas. A lo que ETA podría responderles, a todos ellos, que hace lo que hace precisamente para la resolución del conflicto político, por el que además están dispuestos a ofrecer su vida. Su causa, como bien se lo dan a entender el resto de los nacionalistas, es una causa justa; que los medios lo sean o no depende de valoraciones y de argumentos, que, a veces, y sin esa finalidad, también alimentan los partidos nacionalistas institucionales. Mientras esa corriente de transmisión y alimentación no se cortocircuite, aquí no hay nada que hacer, salvo que el hastío de la población la lleve a orientar su voto hacia opciones no nacionalistas, lo que parece poco probable. Mientras tanto, ETA podrá seguir actuando, aunque se vea obligada a atravesar etapas de mayor debilidad o de hibernación. La facilidad con que su discurso sigue calando en la sociedad -salvo en los espantus interruptus de cuando golpea con saña- es indicativa de que tiene demasiadas cosas a su favor y nos debe llevar a la convicción de que, si no cambian las cosas en el campo democrático, cuarenta años no son nada y que esto puede continuar hasta la victoria final o hasta que, por algún azar, el nacionalismo desaparezca.

Si se quiere acabar con ETA, el nacionalismo vasco democrático tiene que ser incorporado al consenso democrático de la lucha contra el terror, y tendrá que congelar sus aspiraciones, o al menos atemperarlas, aspiraciones que, por lo demás, considero legítimas. Es, creo, el sacrificio exigido por el veneno que lo contamina, hasta que ese veneno desaparezca. Sé que es una terapia difícil, difícil por el grado mismo de contaminación, dada la dimensión del apoyo social, y del apoyo sentimental, alcanzados por ETA en la sociedad vasca, apoyos que el nacionalismo democrático teme que le sean sustraídos y trasvasados a la organización armada. Pero es la única forma de aislar a ETA como un fenómeno indeseable y enemigo de la causa nacional vasca, un grupo criminal que debe ser reducido para bien de todos. Los tiempos quizá sean propicios para ese sacrificio audaz, y es muy posible que los nacionalistas salieran de él no debilitados, sino absolutamente fortalecidos. Una apuesta que no debe desestimarse.

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