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La ofensiva terrorista
Columna
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Regreso al pasado

Josep Ramoneda

1. Decía David Trimble que un proceso negociado de fin de la violencia sólo es posible si las partes están convencidas de que no conseguirán ninguno de sus objetivos por la vía militar. El atentado del pasado sábado confirma que esta condición no se cumple en el caso vasco: ETA sigue pensando que puede obtener resultados de la violencia. Que el terrorismo es un arma eficaz para doblegar las voluntades de los demócratas. Y mientras ETA piense así, no hay salida. Toda tregua acabará siendo una tregua trampa: una pausa para rearmarse, renovar el personal y volver a empezar. Por eso, el Gobierno sólo tiene una respuesta posible al bombazo de la T-4: trabajar con las fuerzas de seguridad francesas y dar un golpe policial a la cúpula de la organización terrorista. Esta tregua ha terminado: o el Gobierno se equivocó de interlocutores o éstos le engañaron; en cualquier caso, no hay posibilidad de retomar ahora el hilo de los seis confusos meses que han seguido a la declaración del Parlamento. Muy probablemente ETA intente ahora jugar a la confusión, negando que el atentado de Madrid suponga la ruptura de la tregua. Sería muy peligroso que el Gobierno cayera en esta trampa. Hizo bien Zapatero en hablar de suspensión de los contactos y no de ruptura de la tregua. Es ETA la que tiene que declarar la ruptura porque sólo ella es responsable del fracaso. Pero la única manera de convertir su cautela en firmeza es una acción policial y judicial inmediata. Seguir flirteando con nuevos señuelos de la banda terrorista sería extremadamente arriesgado. ETA está tan anclada en el pasado que sigue creyendo en la utilidad política de la violencia. Y esto imposibilita cualquier acuerdo.

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2. El atentado del sábado tiene la virtud de la claridad: es ETA la que ha roto la tregua. Sobre ella recae toda la responsabilidad. Y, por si alguien lo dudaba, una vez más se confirma que en estas organizaciones el mando es el comando. Como dice Kepa Aulestia, las treguas de ETA las declara la dirección política y las rompe el aparato militar. Es también definitivamente clarificador para Batasuna. Con el parking de la T-4 "se ha hundido también la propuesta de Anoeta", ha dicho José Jon Imaz. Se ha hundido si es que alguna vez estuvo de pie. La miserable prestación de Arnaldo Otegui la tarde del atentado levanta cualquier duda sobre la autonomía de Batasuna. Este grupo es una terminal de ETA, a la que ésta apenas respeta. Sencillamente, a ETA le tiene sin cuidado que Batasuna se presente o no a las elecciones y que sus dirigentes estén en la calle o en la cárcel. Y Otegui es una pobre marioneta a la que le dan y le retiran la cuerda cuándo y cómo les da la gana. Batasuna ha dejado definitivamente de tener significación política alguna. No la tiene frente a ETA, en la medida en que sus dirigentes son simples empleados de los de las pistolas. Y no la tiene como representación de la izquierda nacionalista vasca porque de ser así sería capaz de imponer un discurso propio al sector militar, en vez de ir permanentemente a remolque de éste.

3. Zapatero tendrá que cargar el resto de su carrera política con sus imprudentes palabras del pasado viernes. Los hechos han convertido su proverbial optimismo -dentro de un año las cosas estarán "mejor"- en trágico sarcasmo. Su imprudencia levanta serias dudas sobre la solidez de su apuesta. Es legítimo preguntarse si su osadía es ignorancia sobre cosas que estaban en el ambiente, que todo el mundo decía: que ETA se estaba rearmando, que los comandos tomaban el mando, que la organización se había renovado, que los planes de Batasuna habían sido desautorizados, y así sucesivamente. A Zapatero el optimismo de la voluntad a menudo le hace descontar demasiado deprisa el pesimismo que aporta la inteligencia. En esta coyuntura, la ciudadanía necesita poder confiar plenamente en el Gobierno. Y el patinazo de Zapatero más bien genera dudas. Demasiadas veces el presidente ha dado la sensación de confundir con suma facilidad sus deseos con las realidades. La anticipación es una virtud del liderazgo político. Pero requiere medir adecuadamente los pasos necesarios para alcanzar el objetivo anticipado, de lo contrario se convierte en imprudencia.

4. De este episodio el PP sale con una mancha en su piel que le costará mucho quitarse. Hay dos momentos que para mí marcan la historia del PP más allá de las discrepancias ideológicas y que me hacen difícil mantenerle el respeto que merece toda institución democrática. Uno es su apoyo incondicional y ciego a la guerra de Irak, simbolizado por el jolgorio con el que celebraron que ninguno de sus diputados hubiese fallado en el voto en el que se decidía el apoyo a la guerra. Pero este disparate, que con el paso de los días se hace más evidente, a ojos de los biempensantes que anteponen la coherencia al error, podía tener un atenuante: nadie podía atribuirlo a intereses electoralistas, porque la inmensa mayoría de la opinión estaba en contra de la guerra de Irak. El segundo momento, es el que hemos vivido este año: el negarse a apoyar al Gobierno en el proceso de paz, con intenciones indudablemente electoralistas. En una estrategia trazada como la revancha del 11-M, como quedó de manifiesto en algunas pancartas de la manifestación de la AVT del pasado domingo. El PP ha preferido que fracasara el proceso de paz antes de que Zapatero pudiera apuntarse este éxito. Y esto hay que decirlo así, porque no se puede ir en este tema con medias verdades. Ni siquiera el día del atentado el PP ha sido capaz de ponerse al lado del Gobierno. Y sus dirigentes han participado en las manifestaciones que trataban de convertir el bombazo de ETA en una exigencia de responsabilidades al presidente del Gobierno. En la pendiente de demagogia de la derecha, se ha llegado a pedir una moción de censura contra el presidente del Gobierno, a caballo del atentado de la T-4. Es difícil llevar la obscenidad en política tan lejos. El PP también vive instalado en el pasado.

5. Zapatero es el presidente del Gobierno y no haber conseguido la complicidad del PP es un fracaso de su parte, por mucho que sepamos que el PP había hecho de la ruptura de la tregua una opción estratégica. Zapatero, a partir del verano, ha sentido la presión del PP y ha jugado con lastre. Ciertamente, el atentado de ETA deja en evidencia al PP porque demuestra que mentía cuando estaba diciendo que Zapatero hacia concesiones políticas a los terroristas. Sabido es que la mentira forma parte, de manera compulsiva, de la historia reciente del PP. Pero este episodio confirma dos cosas: primera, que es casi imposible llevar adelante un proceso de este tipo sin la plena unidad de los demócratas, porque la división deja un flanco abierto a la agitación y al protagonismo político muy fácil de aprovechar por los terroristas. Segunda, que si algún día el fin negociado de la violencia es posible (hoy no lo es porque ETA no pone las condiciones mínimas elementales de su parte), el presidente que lo lidere tendrá que ser capaz de asumir algunos riesgos, probablemente incompatibles con estar pendiente de la presión de los ventajistas -tanto de la derecha como del nacionalismo vasco- como de los dientes de sierra de los sondeos de opinión. Y en el campo de los ventajistas no podemos olvidar al presidente Ibarretxe. Frente a la responsabilidad y la serenidad de Imaz, el lehendakari, una vez más, ha aprovechado la trágica coyuntura para colocar su programa de máximos sobre la mesa, como si previendo desde ya que Batasuna no podrá presentarse a las elecciones empezara la caza de sus votos.

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