Haz el amor, no el trabajo
La economía, que debiera ser considerada la base de la administración de la Tierra y de sus riquezas, suele ser usada como una cortina de humo tras la que se esconden intereses particulares que sólo pretenden una influencia y riqueza personal rápida y que benefician exclusivamente a los que se arropan con unos principios teóricos más que discutibles. El autor de este libro, doctor ingeniero de Minas y miembro de Ecologistas en Acción, da un repaso a las acciones que arrastran consecuencias funestas para las personas y la vida en su conjunto. Para ello hace hincapié en que el actual estado de cosas lleva al mundo a condiciones muy alejadas de lo que puede definirse como un desarrollo sostenible.
La economía al alcance de los economistas
Antonio Lucena Bonny
Grupo Editorial Cinca
ISBN 84-935104-3-2
No obstante, considera que esa deriva ha de ser evitada. Lunena Bonny parte del informe del Programa de las Naciones Unidas de 2003 sobre Desarrollo en el que se dice que "el mundo ha realizado un enorme progreso en cuanto conocimiento y práctica de las políticas de desarrollo". Una afirmación que matiza: "El mundo sabe de maniobras para echar por tierra los esfuerzos de generaciones enteras... Pero de desarrollo es evidente que sabe menos: países que han trabajado duro en el sentido de intentar llegar a niveles aceptables para sus habitantes, se han encontrado con las manos vacías". Aunque sólo sea una mención, cabe citar a este respecto a esos países aconsejados por los economistas del Fondo Monetario Internacional que acabaron en la más absoluta miseria "y sin ventanilla a la que acercarse a presentar reclamaciones". Para evitar esas disfunciones, el autor intenta poner coto a esos economistas, unos profesionales que, siendo necesarios, "parece que trabajan en beneficio de los marcianos que, en una segunda etapa, tras ésta de destrucción preparatoria, invadirán la Tierra para hacerse con las cenizas de lo que quede de ella". Pero la crítica de Lucena Bonny alcanza a otras personas: "Se ha establecido una redistribución de la renta a la inversa".
Y los recursos naturales del planeta están en el centro de las inquietudes del autor, que denuncia que el utilitarismo a ultranza abre la posibilidad de la explotación sin tasas de la naturaleza, en la que están todos los animales, plantas y cosas que deben ser respetadas para la propia conservación de las personas y de la vida en general: se empieza talando un bosque y se continúa de la forma más natural con la masacre de todos su habitantes, sean animales, plantas o personas. Es una acción muchas veces realizada para explotar un recurso, como puede ser la madera.
En el fondo, reflexiona el autor, la lucha está en el enfrentamiento de dos ideas de desarrollo opuestas: la idea de desarrollo-crecimiento, en la que la única riqueza considerada es la moneda, la posesión de bienes: el tener. La segunda es la que se relaciona con la regeneración, que no tiene límites: el desarrollo humano no puede ser contenido en envase alguno.
El mundo tiende al desorden, pero la vida en sí misma pone un orden exhaustivo; para mantener ese orden es necesario crear a su alrededor un desorden que compense. De ahí que haya, necesariamente, una cantidad de desorden alrededor de la vida. Se puede, por tanto, partir de la base de que para conservar la vida es necesario destruir, pero para conservar la especie la destrucción ha de mantenerse bajo unos mínimos que permitan a la naturaleza regenerarse.
Por eso es necesario incorporar a nuestro bagaje cultural los principios ecológicos, aprendiendo la mecánica natural y el conjunto de sus relaciones. Éste ha de ser el sostén de toda economía, que es necesario fundar en las ciencias naturales: el desarrollo humano sostenible. El autor concluye que para conseguir ese objetivo es necesario reducir las ansias de trabajo de la humanidad, consecuente con una reducción de las necesidades de las personas; en su lugar, habría que imponer el ocio, el estudio, el descanso... Con su lema: "Haz el amor, no el trabajo".
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