Grabadoras a todo ritmo
La corrupción desata en los municipios más calientes de la costa una fiebre investigadora. Todos espían a todos
La última vez que un empresario de Alicante, muy conocido en la zona por su afición a grabar sus conversaciones con políticos, se reunió con un alto cargo local para tratar de un negocio lindante con la ley hubo de hacerlo en bañador y bajo los chorros de un balneario, tal es el terror que provoca en sus interlocutores la voracidad de su grabadora. Es un ejemplo, pero hay otros muchos tanto o más pintorescos. El estallido de innumerables casos de corrupción, unido a la cercanía de las elecciones municipales, está provocando en los municipios más calientes de la costa una auténtica fiebre investigadora. Todo el mundo investiga a todo el mundo con diferentes objetivos.
El empresario citado -cuya fonoteca ya ha provocado escándalos y dimisiones- dice hacerlo para blindar sus negocios. Los concejales de algunos partidos, para sacar rédito político de las miserias de sus contrincantes, aunque también se vigilan entre sí las distintas corrientes de algunas formaciones políticas en un intento de colocar a sus candidatos en la parrilla de salida de las inminentes listas electorales.
Un alto funcionario local: "Si la leona come, la leona trabaja; si no come, no trabaja"
Los registros de la propiedad echan humo, pero también las máquinas de destruir documentos y las grabadoras de última generación. Circulan por la costa valenciana papeles donde se demuestra que un Roca autóctono -Marbella crea estilo- paga de hipoteca 30.000 euros al mes, en un intento muy evidente de blanquear dinero. De la misma manera, van de mano en mano notas de registro donde sale retratado un alcalde pedáneo comprando, el mismo día y a tocateja, dos pisos en Madrid. En medio de esa vorágine investigadora, de ese cruce de intereses más o menos legítimos, los fiscales anticorrupción intentan -con más voluntad que medios- separar el grano de la paja e hincar el diente de la ley.
Si bien es verdad que pocos oficios gozan en los últimos tiempos de más reconocimiento ciudadano que el de fiscal anticorrupción, no es menos cierto que la rimbombancia del título resulta varias tallas superior a su capacidad real de actuación. En el caso de Alicante, el puesto está en manos de Felipe Briones, quien en el plazo de dos años ya ha conseguido acusar a tres importantes alcaldes de la zona -Orihuela, Torrevieja y Alicante, todos del PP- de numerosas prácticas presuntamente delictivas. Pero, en contra de lo que la televisada Operación Malaya hace suponer, lo ha tenido que hacer desde la soledad de un despacho sin ayudantes ni secretaria.
Briones, que huye de la fama como de un dolor de muelas, observa sin embargo que ya es todo un personaje en la zona. Lo serio de su cometido -tratar de desenmascarar a quienes se enriquecen con dinero público- se mezcla con la marea rosa que llega de Marbella. No hace mucho, en una fiesta donde se encontraban los alcaldes de Torrevieja y Orihuela -ambos imputados por él- alguien con muchas ganas de guasa le pasó un papel al artista invitado, El Fary, pidiéndole que le dedicara su canción Torito Bravo a "ese gran hombre que es Felipe Briones". Huelga añadir que a los alcaldes imputados tal dedicatoria les hizo maldita la gracia.
"Aquí tenemos de todo lo peor e incluso antes que en Marbella, pero desgraciadamente nos falta una Pantoja". La frase es de un concejal de la oposición en Orihuela, que se lamenta de que José Manuel Medina, el alcalde del PP, esté a punto de concluir la legislatura en su puesto a pesar de estar acusado por el fiscal anticorrupción de más de 30 hechos delictivos relacionados con la gestión urbanística y contable del municipio. "Tenemos nuestro Roca", explica muy gráficamente, "nuestra Marisol Yagüe, incluso nuestra Mayte Zaldíbar -la esposa del alcalde, sintiéndose engañada, escribió un libro titulado Bolero que distribuyó por el pueblo aireando las intimidades del regidor-, pero si hubiera entrado en escena alguna folclórica atrayendo hacia sí la atención mediática, un alcalde tan corrupto no hubiera aguantado los focos".
Lo cierto es que, a falta de la Pantoja, el resto de los personajes que se turnan en el escenario no tiene desperdicio. Uno de los más peculiares se llama Ángel Fenoll y ya ha sido protagonista de estas páginas por su afición a grabar conversaciones y guardarlas para "cuando hagan falta".
La primera vez que le hizo falta fue la primavera pasada. Fenoll, un industrial de la basura tan cercano al PP que llegó a comprar votos para el partido de José María Aznar y fue condenado por ello, se percató el mes de marzo de que algo no iba bien. Otra empresa podría estar intentando quedarse con su negocio ofreciendo sobornos al alcalde de Orihuela y a varios de los concejales.
El industrial organizó una cita con Jesús Ferrández, por entonces portavoz del Centro Liberal, una escisión del PP, y puso en marcha la grabadora. Ferrández confirmó los temores de Fenoll ofreciendo pelos y señales de cómo y cuánto se iban a repartir el alcalde y sus concejales de confianza. De uno de ellos, Antonio Franco, llegó a decir lo que sigue sin saber, claro está, de que estaba siendo grabado: "Franco ha puesto la recaudadora en marcha, el cabrón, se va a hacer de oro, se va a ir arreglaíco".
Llovía sobre mojado. Sólo un mes antes, el interventor del Ayuntamiento de Orihuela, José Manuel Espinosa, había pegado la espantada con dinero que no era suyo y, tras una misteriosa y fugaz huida a Zaragoza, volvió sobre sus pasos, se reunió con la oposición y tiró de la manta del desbarajuste municipal. Habló de facturas falsas y de incrementos injustificados del precio de las obras hasta el punto de que una glorieta "pasó de costar 200 millones de pesetas a costar 1.000 millones sin llegar a tener en ningún momento consignación presupuestaria". Con estos mimbres -un empresario amante de las grabadoras y los gorilas, un interventor que se fuga, la esposa despechada del alcalde-, los fiscales anticorrupción están construyendo el relato de lo que ha estado sucediendo hasta ahora en los municipios más calientes de la costa.
Lo que sucede ahora, como se puede constatar en la multitud de casos que cada día llena las páginas de los periódicos, es que sacar a flote los negocios turbios del enemigo político tiene, además, un rédito político indudable. Ese espíritu es bien visible en una conversación entre el industrial Fenoll y el político Ferrández que todavía no había salido a la luz. Si se hace abstracción de los nombres y las circunstancias propias de Orihuela, queda el retrato de cómo la corrupción invalida las carreras de unos y puede servir a otros de salvoconducto hacia los primeros puestos de las listas. Habla el concejal Ferrández de cómo los casos de presunta corrupción están afectando la carrera política de José Manuel Medina, el actual alcalde de Orihuela.
-Ahora está jodido, y van a intentar machacarlo todo lo que puedan. Y lo machacan. Y por otro lado me da la impresión de que [el actual alcalde, del PP] tiene bastantes presiones de Valencia, porque la guerra está en Madrid, está desatada con Zaplana y Rajoy. Ya viste a la Esperanza Aguirre metiéndose con Rajoy... Hay un lío en el partido de tres pares de cojones. El que está encamaíco es Antoñico [otro concejal del PP]. A mí me da la impresión de que lo que quiere es colocarse, es decir, que Medina y Mónica [el actual alcalde y la candidata a sucederlo en las listas] se peleen y se maten. 'Y como yo [parodiando la voz y la estrategia del tal Antoñico] no me he metido en nada, soy un chico de partido... Pues aquí estoy yo'. Y además Mónica se está quemando, y cada día se quema más. Y, al final, los periódicos todos dicen lo mismo. El grupo de Medina, el grupo de Mónica. Y el partido al final no perdona. Porque en política todo puede pasar.
-Sí, sí, todo puede pasar.
En la misma conversación, el industrial y el concejal repasan la nómina de personajes, entre políticos y funcionarios, que presuntamente están en el ajo de las oscuras maniobras. A veces utilizan sus nombres y a veces sus motes. Hay un ejemplo que retrata muy bien la música de fondo de la corrupción. A uno de esos funcionarios, cuya firma es vital para dar cobertura legal a operaciones dudosas, se le conoce en el pueblo como La Leona, y no es por su pelo. Al parecer, el funcionario en cuestión tenía una frase de cabecera que no dudaba en soltarle al alcalde cuando éste le pedía algún informe no demasiado legal. "Si la leona come, la leona trabaja; si la leona no come, la leona no trabaja...".
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