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Reportaje:

La apoteosis de Madonna

El concierto en el Wembley Arena de Londres de la 'Confessions Tour', mañana en Canal +

Diego A. Manrique

Para desdicha de muchos, la Confessions tour, última aventura de Madonna en directo, no pasó por España. Ahora, Canal + ha elegido cerrar 2006 con el vídeo oficial de aquella gira, que se emite mañana a las 22.30. Espectacularmente dirigido por el sueco Jonas Akerlund, recoge un concierto celebrado el pasado agosto en el Wembley Arena londinense.

Hora y media de transformaciones: Madonna de caballista al inicio, en un bloque sado-maso, donde los hombres llevan bridas y las damas usan fusta; Madonna de negro roquero, de blanco Travolta, de disco diva, de chica fiel al gimnasio (ni un gramo de grasa, músculos tonificados). También está la famosa cruz de espejos y la corona de espinas, elementos calculados para escandalizar a los que secretamente se deleitan en escandalizarse. ¿Ofensa a la religión? Por favor, no imaginen algo tan simple: inmediatamente, se proyectan frases bíblicas, se nos invita a ayudar a los huérfanos africanos y se escenifica la reconciliación entre árabes y judíos, aunque -aquí ella es característicamente ambigua- puede que sea simplemente la pelea entre una robusta pareja gay.

Son 90 minutos de prodigios: el pasmo ante alguien que canta impecable mientras baila enérgicamente. Pero uno no tiene ni tiempo para detenerse a averiguar cuánto de voz y cuánto de música están enlatados: están ocurriendo ¡tantas! cosas y la vibrante realización de Akerlund las ofrece con una nitidez de la que seguramente no disfrutaron los espectadores londinenses. Ella cree que todo es cuestión de estímulos: la ración de doctrina cabalística se hace más digerible con las contorsiones de una bailarina oriental.

Es el Mundo Madonna: puede ser tan espiritual como una estrella de Hollywood y, unos minutos después, tan grosera como cualquier neoyorquina irritada. Y siempre imperiosa: cuando se dirige al público, ladra órdenes -"come on, motherfuckers!"- como un ama dominante. En ese mundo, las mujeres tienen el poder: ella y sus colegas dan una paliza a unos chulos con uniformes hip-hoperos. Hasta el repertorio está al servicio de su imagen de reina de la pista: aparte de Like a virgin o La isla bonita, esto no es un repaso a su carrera.

El corazón del espectáculo es su monumental narcisismo, al que se somete tanto su cuerpo de baile como ese grupo musical que dirige Stuart Price.

Como decía la canción de Donna Summer, todos ellos "trabajan duro por su dinero". Y los ojos no pueden despegarse de la pantalla.

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