Despedida de Alfonso Perales
A principios de 1975 me afilié al partido socialista. No éramos más de quince o veinte y Alfonso ya estaba allí. Sólo un poco mayor que yo, su notoria madurez ya le otorgaba una capacidad de liderazgo que a ninguno nos pasaba desapercibida. De entonces a hoy, un recorrido de alegrías, penurias y más alegrías sobre las que Alfonso, en mi opinión, transitaba sin aspavientos. Se sabía un profesional de la cosa pública, en el mejor sentido de la expresión.
Multitud de recuerdos y anécdotas me vienen hoy a la memoria. Treinta y dos años, ni más ni menos..., pero creo que los que le queríamos vamos a superar la inevitable nostalgia y tristeza que hoy nos embarga por su desaparición. Seguro que él así lo hubiera querido. Alfonso era un optimista nato. Su serenidad y generosidad fueron sus mejores instrumentos políticos y personales. Siempre extraía lo mejor de las peores situaciones. Aportaba solución al problema, sensatez al desconcierto y siempre, siempre, alegría a los que le rodeaban.
Sin duda, se ha perdido una parte importante de la memoria colectiva de nuestra transición democrática y un activo seguro del futuro del partido socialista, pero, hasta con su marcha, ha conseguido impregnarnos de un horizonte de esperanza. Afianzar la convicción de que su discreción y eficacia acompañarán el quehacer de los que continúen el desempeño de su trabajo político. Como debe ser.
Quise despedirme de él la semana pasada, pero ya no pude hacerlo. Hoy lo hago públicamente. Hasta siempre, Alfonso.
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