Gobierno anodino
Sería natural pensar que un gobierno ha de ir un paso por delante de lo que lo hace la sociedad. Sin embargo, el designio del bipartito parece haber consistido, desde el principio, en seguir aquel consejo que el taimado dictador le dio a un jovencísimo ministro de educación: "Usted, joven, haga como yo: no se meta en política". Ni el PsdeG renacido de Touriño, ni el BNG, del que tal vez se esperaría mayor espectáculo, han caído en la tentación de proponerle al país un cambio ambicioso.
En eso ha pesado tal vez la percepción de que este es un país conservador, que premia el no hacer nada, lo que aconsejaría reducir la política a la mera gestión. También la constatación, que pudo hacerse ya desde los primeros meses, de que la mera ocupación del poder generaba mayores expectativas de voto. Es conocido el respeto que en Galicia infunde el poder, lo que tal vez no dice demasiado de nosotros. Esa posición tenía como aval indirecto el ruido que provenía de Cataluña, que se hacía notar en los periódicos madrileños de la caverna pero también en ciertas terminales locales. Ese ruido aconsejaba, una vez hecha la consiguiente descodificación, mantener la tranquilidad en provincias.
Pero cabe sospechar que además de heredar la actitud psicológica de la inercia, propia de una sociedad acostumbrada a un tiempo lento, hay en la anodina actitud del gobierno algo más. Ese algo puede detectarse tanto en el continuismo en la relación con los medios de comunicación como en el entusiasmo con que unos y otros han corrido a hacerse fotos con los directores generales de las caixas. Es sabido que los medios de comunicación siempre han tenido una relación peculiar con el Gobierno autónomo que puede resumirse en una fórmula: paz por subvenciones. El abultado monto de las cifras que emigraban de las arcas públicas a las empresas del sector, a través de diversos conceptos, conformaban una peculiaridad gallega, anómala en el conjunto del Estado, que en lo sustancial buscaba desactivar la independencia de los medios. Las empresas han jugado a ese juego y, algunas, han llegado a ser maestras en él. Es obvio que el actual Gobierno está más sometido a la crítica que su antecesor, pero persisten sombras que sólo una mayor transparencia pueden despejar.
Ha pasado ya más de un año desde que el apenas salido del horno vicepresidente Quintana anunciaba a bombo y platillo una sociedad mixta para la gestión de una red de centros geriátricos entre la Xunta y las dos caixas. Todo hace pensar que era esa una iniciativa inmadura que buscaba más bien la foto en la que el joven dirigente se retrataba con los dos principales financieros del país. Era sabroso ver al peligroso izquierdista proponiendo una iniciativa al mejor estilo Blair. Tampoco el presidente Touriño ha desdeñado ese logo en ocasiones no más justificadas.
Son imágenes que sugieren una búsqueda de legitimación, cuando no un cierto complejo de inferioridad, ante unos poderes fácticos que, en el caso de Caixa Galicia (una entidad semipública) se atrevió, por boca de José Luis Méndez, a desaconsejar al gobierno la redacción de un Estatuto a la catalana. No se recuerda que hubiese tenido tal locuacidad en la época en que Fraga era presidente. Es un secreto a voces la propensión de la entidad coruñesa -no así la viguesa, más discreta y prudente- a influir en política.
El bipartito acierta cuando propone suprimir la edificabilidad a 500 metros de la costa, se plantea como objetivos la protección del paisaje, tan maltratado, del país o hace un esfuerzo para generar un mejor urbanismo. En esas iniciativas es necesario seguirle. También cuando propone clusters en determinados sectores o intenta implementar el I+D+i. Pero sería muy negativo repetir pautas que en el pasado contribuyeron a generar una situación enmarañada.
Que la transparencia en la relación con los medios ha de ser uno de los objetivos mayores del actual gobierno es algo que nadie duda. Pero además es necesario deshacer esa colusión de intereses que en el pasado le dio un gran poder a ciertos lobbies, si se quiere, de verdad, acabar con el clientelismo. La demarcación de fronteras entre distintos ámbitos es una característica necesaria de una ciudadanía moderna, y una precondición para que el concepto de sociedad civil no sea una farsa que oculta la vergonzosa manera en que una comunidad se engaña manteniéndose a sí misma al margen de la discusión de las grandes decisiones sobre su futuro.
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