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Reportaje:INTERNACIONAL

Bush paga el error de Irak

El presidente se enfrenta a su peor pesadilla: pasar a la historia como un fracasado por culpa del desastre de la guerra

George W. Bush acaba 2006 con su estatura presidencial notablemente disminuida tras la derrota parlamentaria de noviembre y empieza 2007 con una perspectiva de encogimiento político aún mayor. Su mandato no termina hasta dentro de dos años, pero entra en el tramo final, el del lame duck o pato cojo, que se caracteriza por la paralización progresiva de un líder en su periodo saliente, con la credibilidad hecha añicos debido, sobre todo, a Irak. El telón político se abre en Washington en enero y este nuevo acto empieza con menos protagonismo del Despacho Oval; en cambio, el año se estrenará con la toma de posesión de Nancy Pelosi como primera presidenta de la Cámara de Representantes.

Objetivo de Bush: evitar su aparición, como ya se hace, en la lista de los peores presidentes
Bush se jugó la presidencia a una sola carta: Irak. Hoy la apuesta está perdida
¿Cómo va a gobernar Bush con un Capitolio demócrata y un alto índice de impopularidad?
Hace 50 años que un presidente no busca la reelección, ni un vicepresidente, la Casa Blanca
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Muerte y sólo muerte

Bush, por primera vez en 13 años (1993, Tejas), ya no tiene más elecciones personales por delante. Pero eso no quiere decir que el 43º ocupante de la Casa Blanca vaya a ser un lame duck convencional. "Piensa tener dos años finales muy activos", según su portavoz, Tony Snow. Con un Congreso hostil que no le dejará apuntarse ningún tanto en política nacional y con unos candidatos republicanos que se distanciarán de él todo lo posible en la carrera hacia 2008, el presidente tomará decisiones sobre Irak y quizá otros lugares de Oriente Próximo pensando en los libros de historia. Objetivo: intentar invertir la imagen de fracaso que acompaña a su presidencia y tratar de evitar que se le incluya, como ya hacen muchos, en la lista de los peores presidentes de EE UU.

Bush se jugó su presidencia a una carta: Irak. Hoy la apuesta está perdida, y sólo la cuarta parte de los norteamericanos respalda su política en la guerra. Los soldados muertos pasarán pronto de los 3.000, y hay 20.000 heridos; no son las cifras de Vietnam, pero la opinión pública está harta de la guerra en buena medida por esas bajas, porque las tropas no vuelven, porque la perspectiva es muy oscura y porque las cuentas son escalofriantes: desde los atentados del 11-S, el Congreso ha aprobado gastos por valor de más de medio billón de dólares para las guerras de Afganistán y de Irak y para otras operaciones de la lucha antiterrorista. Además de los 70.000 millones del año fiscal en curso, el Gobierno va a pedir un suplemento de otros 100.000 millones, con lo que este presupuesto se ha convertido ya en el más caro desde la invasión de 2003.

Según un sondeo de USAToday y Gallup, el 54% de la población cree que Bush es un presidente por debajo de la media; el 19% piensa que está por encima, y el 27% considera que es como los demás. Dentro de unos años, la historia puede mantener este suspenso o arrojar una nueva mirada: Carter acabó su mandato con un 14% que pensaba que era un presidente de primera, y ahora ese porcentaje ha subido al 38%. Y Bush siempre puede acordarse de Harry Truman, que en 1952 salió con más pena que gloria del Despacho Oval para ver después cómo su figura crecía, hasta el punto de que, en la campaña de 1992, Bill Clinton reivindicó su legado.

Eso será historia. Y ahora, ¿qué? Tras una derrota republicana en las legislativas debida a la guerra, pero también a la incompetencia, a la corrupción y a unos cuantos escándalos de los congresistas, ¿cómo va a gobernar Bush con un Capitolio en manos demócratas y un alto índice de impopularidad? El 11-S le hizo pasar "los seis primeros años de su mandato descubriendo el mundo y sus peligros, y comprobando hasta qué punto sus suposiciones o instintos no eran correctos o que los hechos indiscutibles que le ponían delante sus subordinados en realidad no resultaban ser ciertos", dice Moisés Naím, director de la revista Foreign Policy. "Ahora pasará los dos últimos años descubriendo Washington y sus peligros", y en una situación nueva: "Bush no ha tenido la experiencia de gobernar en minoría ni con restricciones fiscales o militares; apenas sabe lo que significa convivir con líderes republicanos que no se identifican con él y que ahora tienen que preocuparse de sus propias carreras políticas".

En buena parte eso significa una presidencia recortada, un poder disminuido. "La pérdida del Congreso por parte de los republicanos hace que Bush corra el riesgo de llegar a ser irrelevante, la misma amenaza que planteó a Clinton la derrota demócrata en las legislativas de 1994", según Dick Morris, clave en la recuperación de la popularidad de Clinton y en su reelección de 1996. Morris cree que, hasta el momento, Bush "no ha hecho casi nada" para evitar ese riesgo, y que tanto la salida de Donald Rumsfeld del Pentágono como el protagonismo del Grupo de Estudios de Irak "han reforzado la impresión de una presidencia que ha concluido en la práctica".

Pero en 2008, por primera vez en medio siglo, ni un presidente se presenta a la reelección ni un vicepresidente aspira a la Casa Blanca. Bush y Cheney "ya no necesitan ganar votos", señala Naím; "lo que hagan de aquí en adelante será para la historia, no para su base electoral, y eso les dará más libertad de acción". Esa libertad, además de la presión de dejar un legado que no sea el de la catástrofe en Irak, implica peligros, añade. Su opinión coincide con la de un observador europeo en Washington: "Bush está arrinconado, y la presión que tiene, tanto en lo relacionado con Irak como con Irán, aumenta la posibilidad de que tome decisiones que pueden ser estúpidas. Los iraníes le están poniendo en bandeja que les ataque... Una de las misiones del reciente viaje del vicepresidente Cheney a Arabia Saudí fue la de conseguir el apoyo pasivo de Riad, enemigo mortal de los chiíes, en el hipotético caso de una acción armada contra el régimen iraní". Aunque la política exterior de EE UU está en una fase pragmática y el presidente ha pedido ayuda a los realistas que colaboraron con su padre -desde el nuevo secretario de Defensa, Bob Gates, hasta el líder del Grupo de Estudios, Jim Baker- para salir del lío de Irak invitando a la mesa, si es posible, a Siria e Irán, la Casa Blanca no baja la guardia. El general John Abizaid, responsable del Mando Central, ha reclamado un segundo grupo naval de combate en el golfo Pérsico para enviar una señal de firmeza a Teherán: "Irán tiene que dejar de provocar; es importante que las democracias en Afganistán, Irak y Líbano no sólo sobrevivan, sino que florezcan y sean ejemplo e inspiración para otros en la región", dijo esta semana Tony Snow, que añadió: "Y también hemos dejado claro a Irán, tanto nosotros como nuestros aliados europeos, que tiene que suspender el enriquecimiento de uranio y desarrollar un poder nuclear civil pacífico".

En caso contrario, ¿habrá presión sobre los ayatolás? Dick Morris cree que la salvación histórica de Bush no está en estabilizar Irak, sino en "frenar las ambiciones nucleares de Irán y hacer que Corea del Norte destruya su arsenal nuclear". La diplomacia no bastará, añade, y por eso propone amenazas económicas y militares. Pero ni el nuevo secretario de Defensa ni muchos otros responsables de la Administración están por la labor de abrir nuevos conflictos.

En cuanto a Irak -la razón de su victoria de 2004, la clave de la derrota de 2006-, Bush ha aplazado hasta primeros de enero su discurso sobre la nueva política, tras las recomendaciones del Grupo de Estudios y la revisión estratégica de la Casa Blanca y del Pentágono. Una de las principales especulaciones es que el presidente ordenará un refuerzo en Bagdad. Snow se limitó a anunciar que Bush -que dijo el miércoles que EE UU aumentará su Ejército, en la actualidad de medio millón de soldados de combate- está debatiendo con los líderes iraquíes y con los mandos militares y civiles "para encontrar una vía de avance en Irak que sea más eficaz para abordar la violencia, de forma que el Gobierno de Bagdad tenga pronto capacidad para asumir sus responsabilidades y Estados Unidos pueda empezar a retirarse tan pronto como sea posible".

Éstos son los planes globales de un Bush al que hasta ahora le han caracterizado las decisiones audaces con los resultados conocidos, pero que probablemente ha aprendido que la realidad es siempre más compleja: por eso el miércoles admitió por vez primera que la guerra no se está ganando (aunque dijo que tampoco se está perdiendo). Contra esos planes chocan la esquiva realidad de Irak y Oriente Próximo, la nueva situación de Washington -con aires más aislacionistas y proteccionistas en el Congreso demócrata que tendrán repercusiones presupuestarias y políticas- y las complicaciones que introducirá, desde enero, la carrera presidencial de 2008.

El presidente George Bush pronunciando un discurso.
El presidente George Bush pronunciando un discurso.REUTERS

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