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Columna
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El continente del hombre

Pedro Gorospe

Difícil aventurar cuál es el tipo de hombría que buscan los nuevos ingenieros sociales, pero da la impresión de que exigen un arrepentimiento teatral, grandilocuente, en el que, para redimir sus pecados, el hombre se arrodille y se confiese bestia inmunda. En esa línea debe enmarcarse la campaña de Emakunde que, bajo el lema La igualdad te hace más hombre, recurre al peor estereotipo que alumbró jamás el género masculino: el de macho compitiendo por ser más macho que ninguno. Frente a ello conviene recordar que el hombre, el varón, no es necesariamente un monstruo, si bien recordar esta obviedad bordea el escándalo, o acaso entra ya en él.

La historia está llena de hombres que se han levantado a diario antes del alba para llevar el pan a su mujer y a sus hijos; hombres que han subordinado intereses egoístas al proyecto acogedor de una familia; hombres consagrados al enorme imperativo de proteger a otros seres más débiles; hombres atosigados por una sociedad que los juzgaba en función de su fuerza, su éxito o su riqueza. El mundo también ha conocido hombres violentos y sanguinarios que han maltratado y asesinado a las mujeres, hombres saturnales que han devorado de algún modo a sus hijos. Sin duda ha sido así, pero asquea la obsesión por atender a esa única provincia para describir todo el continente del hombre. Eso por no hablar de la vocación totalitaria del poder, tan dispuesto a inmiscuirse en la vida de la gente: no es función del Gobierno indagar en las conciencias ni exigir modelos privados de conducta. Y menos aún establecer pruebas de hombría, así como uno no era más o menos hombre según le fuera en los desafíos machistas, en las apuestas, en las machadas de otro tiempo.

Hombres han escrito páginas en la historia sin ser ni imaginarse más hombres que nadie. Y muchos las han llenado de sangre: de la suya. Hombres sacrificados en los atroces altares del patriotismo, la ideología o la religión. No hablo de machos encabronados, sino de millones de jóvenes arrastrados, una generación tras otra, a la histeria de la guerra. Jóvenes de dieciocho, de veinte años, forzados a portar un fusil por la única razón de su sexo, y a tragarse las lágrimas, y a lanzarse contra una trinchera, y a caer en el camino, derramando su sangre virgen, sin derecho a protestar, sin poder dar un paso atrás, porque eran hombres, y porque tenían la obligación de ser valientes, y porque en otro caso les esperaba la vergüenza, el insulto, el desprecio, perpetrados también por las mujeres. Algún día habrá que recordar qué género perpetuaba y transmitía un sistema de valores donde siempre recaía sobre el hombre la carga física, económica e intelectual de sufrir y de luchar.

En contra de la opinión gubernamental (y de la de su oposición), los hombres no deben someterse a más pruebas de hombría, porque los miserables que a lo largo de la historia han pegado, han violado o han asesinado no dan la medida de su sexo. Yo no estoy orgulloso de ser hombre (como de la patria, uno no puede estar orgulloso de algo casual), pero, al igual que no me avergüenzo de mi patria, tampoco me avergüenzo de mi sexo. Que lleven esa moral de sacristía a las sedes de los partidos, donde están los que les deben obediencia en asuntos doctrinarios. Que torturen allá a otras conciencias. Los hombres que uno respeta han concebido poemas recorridos por un íntimo temblor; se han preguntado por el sentido de la vida; han sido santos, o pintores, o maestros; han dado la vida por los otros.

Y ha habido hombres aún más grandes: millones de trabajadores que han amado a una mujer (¡acaso a una sola!) hasta que, después de décadas de sudor y de pan compartidos, han caído de bruces sobre la tierra, con el orgullo de un destino cumplido y suficiente. Ya está bien de suponer que esos hombres dignos y enteros no han existido nunca. Ellos no se merecen la difamatoria propaganda del poder. La peor mentira siempre ha sido escamotear una porción de la verdad. Los hombres buenos de hoy no van a ser mejores que los hombres buenos que siempre ha habido a lo largo de la historia. Y ninguna policía moral va a convencerlos de que deben arrepentirse de lo que son o representan.

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Sobre la firma

Pedro Gorospe
Corresponsal en el País Vasco cubre la actualidad política, social y económica. Licenciado en Ciencias de la Información por la UPV-EHU, perteneció a las redacciones de la nueva Gaceta del Norte, Deia, Gaur Express y como productor la televisión pública vasca EITB antes de llegar a EL PAÍS. Es autor del libro El inconformismo de Koldo Saratxaga.

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