Un libro con alas y alma
El Yijing (moderna transcripción fonética de I-Ching, la pronunciación no varía) es desde hace tres mil años la piedra angular de la cultura y del alma chinas, es decir, la instancia ontológica suprema desde la que China ha ido soñando a su modo la última conformación esencial de las cosas y el psicoanalista-terapeuta privilegiado de sus inquietudes anímicas, del ajuste-desajuste de esos sueños. Primordialmente, sin embargo, es el "Clásico de la adivinación", el libro oracular, mántico, por antonomasia. Del que, junto a experiencias modélicas como la de la música de John Cage, que cambió radicalmente en contacto con él, o las numénicas instalaciones de vídeo de Nam June Paik, inspiradas en sus hexagramas, por ejemplo, esta sociedad del aburrimiento ha abusado hasta convertirlo muchas veces en un fetiche progre y su técnica de adivinación en pasatiempo agorero. No es extraño que el propio libro se quejara a C. G. Jung, a través del hexagrama 50: nadie me reconoce, algo impide mi propia vida, no se me entiende. Nos falta, dice Jung, su sabio consejo, su profundidad. Ya no encontramos camino a través de la niebla del destino y de las oscuridades de nuestra naturaleza. Cuando llueva volverá a crecer la buena fortuna.
YIJING. EL LIBRO DE LOS CAMBIOS
Traducción de Jordi Vilà i Oliveras y Albert Galvany
Atalanta. Girona 2006
599 páginas. 35 euros
Ojalá esta espléndida edición de Atalanta contribuya a ello. Una edición que, tanto por la elegancia de su forma cuanto por la precisión de su contenido, es la materialización perfecta de un libro que parece que tiene alma y cuya consulta necesita de toda una delicada ceremonia ritual de acercamiento. El texto que presenta es la primera traducción directa y completa del chino al castellano, teniendo en cuenta, además, el estado actual de las cosas. En ella, por primera vez también, se introducen los legendarios comentarios de Wang Bi a las distintas partes del texto, así como se presentan preliminarmente sus "Observaciones generales". Las introducciones y notas de los traductores son modélicas.
¿Cómo es posible que una técnica adivinatoria sea a la vez exploración metafísica, terapia anímica, escuela de conducta y manual de acción? ¡Ah, si esa técnica permite adentrarse en la fábrica interior del universo, allí está todo! Y más interesante y complejo aún, cuando se trata de un mundo como el de la cultura china en el que lo único permanente e inmutable es el cambio. Los cambios, mejor dicho. Que "no poseen pensamientos, ni emprenden acciones deliberadas...
Nada hay en el mundo tan espiritual como ellos. Gracias a ellos los sabios podían sumergirse en la profundidad más extrema para examinar las fases embrionarias de las cosas. Es la profundidad, y nada más, lo que permite comprender la voluntad de todo lo que hay bajo el cielo; es lo embrionario, y nada más, lo que permite llevar a cabo las grandes tareas del mundo; es lo espiritual, y nada más, lo que permite ir deprisa sin apresurarse demasiado, y alcanzar la meta sin tener que esforzarse" (Ala V, X). Penetrar, en ese sentido, los cambios hasta sumergirse allí donde todavía no hay razón, ni voluntad, en lo espiritual, profundo, embrionario del mundo: eso es lo que permitirían los hexagramas del Yijing. Las rayas cortadas (yin) o seguidas (yang) que conforman cada una de sus líneas introducen con su dialéctica dentro de la maquinaria y engranaje del mundo en un momento dado, donde ves cómo es todo, cómo funciona y cómo va a seguir funcionando por lo que importa al interés de tu mirada. (O así habría de ser)
Las ocho figuras elementa
les de los trigramas informan, en términos de complementariedad yin/yang, sobre la estructura intrínseca de todas las cosas: intentan explicar el espacio y el tiempo, ordenar la realidad y descifrar el lenguaje en que se expresa el mundo. Los 64 hexagramas construidos sobre ellas amplían la idea de la polaridad yin/yang sacándola del interior a los estados de cosas: suponen 64 situaciones paradigmáticas de mundo. Dicho de otro modo, representan patrones básicos de cambio y transformación del universo. Como tales, su conocimiento proporciona un esquema mental de la situación circundante, en el que vienen definidas tanto las oportunidades como las limitaciones asociadas a un momento dado. Y de ese modo, permiten que la acción humana pueda adecuarse en cada caso a la lógica de los acontecimientos, adaptarse a los cambios y anticiparse en el tiempo. Es decir, mostrarse máximamente relajada y eficaz.
No se trata simplemente de conocer el destino, pues, sino de determinarlo en lo posible con las riendas de un conocimiento privilegiado que permita la mejor estrategia de acción en el camino a la buena fortuna. Basta tirar los cincuenta tallos de aquilea, o las tres monedas, y ¡que comience el juego del destino! A Confucio le habría gustado alargar su vida, como dijo, para dedicar por lo menos cincuenta años a él.
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