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El roedor de Moncofa

Según los primeros versículos del Génesis, fue el Todopoderoso el que creó los mares y la tierra, el tiempo y los días, la luz y las tinieblas. Una lectura detenida de la narración bíblica descubre trazos poéticos en las viejas escrituras, sagradas para judíos, moros y cristianos. Lo de la luz y las tinieblas tiene además un encanto especial, quizás porque vivimos los días más cortos del año, porque los rayos solares nos llegan de soslayo en el hemisferio norte donde se localizan en el mapa las tierras valencianas, o porque, miren ustedes por dónde, quien decide algunas veces sobre la luz y la oscuridad es un ratón.

Hace como una semana -y era sábado de Adviento pre-navideño, y la gente se agolpaba comprando en las grandes superficies comerciales, y decenas de aficionados en el castellonense estadio Castalia siguiendo a su equipo, y los ahuyentados por frío y el mundanal ruido junto al ordenador doméstico, que como todo el mundo sabe funciona a base de energía eléctrica- hace pues como una semana, se fue la luz en Moncofa y Nules, en Xilxes y en Burriana y acá y acullá en la capital de La Plana. Era ya de noche, y el corte de suministro fue más o menos largo e irritante. A los pocos días, la empresa suministradora informaba, o señalaba, a un roedor como principio y causa del apagón que soportó la ciudadanía. Como la empresa no dejó claro si quien mordió los cables de la subestación de Moncofa fue un conejo, un lince ibérico en vías de extinción, un felino doméstico normalmente llamado gato o un ratón, cabe suponer que fue un animalito de esta última especie el canalla que causó el desaguisado. Los ratones son ágiles y fecundos, y comen y roen y destruyen por igual en el campo o la ciudad. Los ratones no son una fatalidad imprevisible como la gota fría, que nunca se sabe dónde va a descargar. Mamíferos roedores de ese tipo, con su sabio y audaz hocico, los hubo siempre y los habrá. Desconocemos, sin embargo, la hora, día, semana y año en que dejaremos de tener empresas suministradoras de energía eléctrica que, con una falta absoluta de prevención, dejan desprotegidas las subestaciones de suministro ante los dientecillos de un humilde roedor. En la época de la cibernética y los viajes espaciales, las rejillas y las mallas metálicas, que preserven las subestaciones, están por descubrir. Que se enteren de una vez por todas los honrados contribuyentes que de forma ritual y religiosa abonan los recibos de la luz.

Y entre roedores, subestaciones de suministro eléctrico y apagones espectaculares, se viene a caer en la cuenta de la falta de prevención que se echa a faltar en tantos ámbitos de la vida pública en las anchas tierras hispanas o en las estrechas tierras valencianas. No hicieron demasiado hincapié en la cuestión escritores como Lucas Mallada, que hablaron de los males patrios. Pero prevenir es disponer con anticipación lo necesario para preservar al vecindario de algún daño o peligro. Póntelo, pónselo, preserva de pandemias de todos conocidas. Las rejillas preservan de los daños causados por los roedores. Verdades que no necesitan de un aventajado alumno de secundaria de la Logse para que se comprendan. Y aquí la prevención es poca y la preservación todavía menor.

Se construyó sobre humedales sin prevenir ni preservar nada, y de vez en cuando las aguas reclaman su lugar en el cauce o el humedal que ocupó el cemento. El clima es como el roedor, que no deja de importunar. Como se importunan el sosiego y el descanso del vecindario mediante la música, el ajetreo y el ruido de los locales de ocio -en Castellón y por donde la zona de Lagasca tienen los vecinos más sus más que su menos al respecto-, y hay que esperar al ratoncillo y al apagón, es decir, ver al todavía alcalde de Vila-real con las barbas a remojo, por razones de contaminación acústica, para que el gobierno municipal de la capital de La Plana, poco previsor y menos preventivo en el ámbito de la ruidosa contaminación, tome carta para intentar solucionar el problema del ajetreo acústico que sufren los de Lagasca. Indiferencia y dejadez a falta de prevención y preservación: un mal endémico y ancestral como los colmillos del ágil roedor de Moncofa.

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