Leer a Mendoza
Empiezo por despejar los dos prejuicios que podrían dañar irreparablemente a este libro, aunque se me pueden ocurrir otros por el camino: el menosprecio de la clase académica, casi siempre tan adusta y solemnizada, porque no salen citados ni usados los libros, tesis, estudios y estudiosos que han dedicado sus horas a investigar las novelas de Mendoza, por un lado. Y, por el otro, la sospecha de ser un libro maldestre, hecho de ratos perdidos, un par de charlas aquí y allá, unas notas de prensa recosidas y unos apuntes de periodista espabilado.
Lo primero es una virtud rotunda del libro porque trata con lectores sensatos y gozosos, no entomólogos de la arqueología libresca de sus novelas, y lo segundo es un defecto en el que no incurre en absoluto Llàtzer Moix porque ha organizado un libro inteligente, con lecturas propias y la perspicacia de escuchar atentamente.
MUNDO MENDOZA
Llàtzer Moix
Seix Barral. Barcelona, 2006
271 páginas. 20,50 euros
Mundo Mendoza es un informado y muy entretenido reportaje que logra hacer verosímil la fauna descabellada que puebla sus novelas y aún más, logra hacer verosímil la misma personalidad literaria del autor, además de contar su formación de abogado y sus taras legales, sus mujeres y desmujeres, sus hábitos y butacas, sus ciudades y empleos y hasta sus fenomenales amigos. Sin quererlo, Mendoza es quien los retrata a ellos más que lo contrario: muy descaradamente ése es el caso de Félix de Azúa, lo es también de Francisco Rico, mientras que Pere Gimferrer aporta la severidad del juicio literario, la acotación, el detalle y la tesis. Los tres bordan sus papeles estelares mientras que su hermana Cristina es otro cantar con cuentos insuperables: ella es la única que no habla en cursiva porque los demás la llevan calzada de día y de noche y aquí no se la quitan tampoco. Así que no queda nadie más en el libro, o casi nadie más, que hable recto, sin cursiva, como no sean las aportaciones más personales y biográficas de otros tantos amigos como Vicente Molina Foix, Ricardo Pérdigo, Diego Medina o las diversas mujeres que han convivido con él. Del propio Mendoza, por supuesto, hay que fiarse menos que de nadie, porque él mismo es una inmensa cursiva irónica y siempre sobreavisada, habilidosísimo en la insinuación y la indesmayable cortesía. Ya lo dice Cristina: le gusta mucho hacerse el tonto, y la colección de tontos que se han creído muy listos con él debe de meter miedo.
Y lo que pone Llàtzer es concluyente para leer y pensar mejor a Mendoza y sus novelas: información veraz, inteligencia interpretativa sin coturnos y una amenidad contagiosa, bienhumorada, con un sentido de la civilización euforizante que nos hermana a todos, quiero decir que nos hace creer de veras que pertenecemos al club y somos tan discreta y zumbonamente encantadores como él, incluso como ellos. Quienes ya lo han leído lo entenderán todo mejor, todo quiere decir todo, es decir, no sólo a la persona sino la obra que los ha hecho atragantarse de la risa y arrastrarse por el fango. La insumisión anarquizante y descreída, el escepticismo convocado con la paciencia y el humor laten más poderosamente en sus novelas que aquí, por supuesto. Pero verlo actuar con esta máscara de protagonista en un libro que no es suyo es un privilegio y un regalo de Moix sin veneno ni adulación pero con todas las pistas de los buenos sabuesos, sean locos o cuerdos, que éste es asunto, justamente, de mucho alcance.
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