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Reportaje:

La suerte ibérica de Balenciaga

En Genio y figura, en el Museo del Traje, se relaciona con acierto Balenciaga con Velázquez, y es que la obra del genial modisto dialoga con todo el siglo XVII español además de con la indumentaria regional. Pero, Balenciaga tiene también mucho del XIX, ya que supo recuperar con una óptica absolutamente moderna toda la fastuosidad y el fetichismo extremo que invadió el siglo de la gran moda. Suplantó sin embargo lo rígido y encorsetado por una sensación de libertad sin límite aunque siempre sujeta a lo caro y excelente. Subió y bajó cinturas a gusto, plantificó miriñaques a la altura de la rodilla, y convirtió a la mujer en un globo, una campana o una calabaza, con una elegancia y una gracia y desparpajo que nadie podrá imitar.

Si uno se interesa por Balenciaga y busca en las librerías del país alguna publicación, no encontrará casi nada, ni siquiera el volumen de Thames & Hudson editado con motivo de la gran retrospectiva que se puede visitar hasta el 28 de enero de 2007 en el Musée des Arts Décoratives de París que, por cierto, no viajará a España. De todas formas, el libro no funciona como catálogo aunque lo aparente. Es simplemente un exquisito show case al estilo de Vogue para honorar al célebre artista y de paso promocionar el prêt-à-porter inspirado en el couturier vasco que diseña Nicolas Ghesquière para Gucci, actual propietaria de la firma. Una estrategia que no acaba de gustar a los herederos del modisto que se lamentan de la utilización del mito hasta la saciedad para fines comerciales.

Tampoco viajará aquí la otra

retrospectiva que se prepara en Tejas para mayo de 2007. Pero, en cambio, está prevista para el año que viene la inauguración del museo dedicado al modisto en Guetaria, una iniciativa de la Fundación Cristóbal Balenciaga, de carácter privado, que cuenta con apoyo decidido del ayuntamiento y con un patronato que incluye algunos míticos supervivientes del ramo y con una colección que sobrepasa los 850 vestidos. Pero resulta que tanto el edificio y su arquitecto, Julián Argilagos, objetado por el Colegio de Arquitectos vasco, como la propuesta museológica tampoco acaban de satisfacer a los familiares del modisto. Al fin y al cabo, en todo lo que se refiere a Balenciaga siempre planea algo muy reservado, un cierto misterio y una gran desinformación.

Aunque Cristóbal Balenciaga (Guetaria, 1895-Xàbia, Valencia, 1972) nació y murió en España, ha tenido una suerte rara en su propio país. Aprendió de su madre el arte de la aguja, trabajó de ayudante de sastre y montó su primera casa de alta costura en San Sebastián en 1919, siendo protegido de la marquesa de Casa Torre, madre de la futura reina Fabiola. Balenciaga tuvo éxito, pero los números nunca fueron su fuerte y la empresa hizo quiebra antes de la proclamación de la Segunda República. Poco después, reabrió de nuevo en San Sebastián pero tuvo que hacerlo con otro nombre y fue Eisa, en honor a su madre, Martina Eizaguirre. Según Marie Andrée Jouve, una de las máximas especialistas en el tema, Balenciaga abrió su sede madrileña en 1933 y, al cabo de dos años, otra en Barcelona, en este último caso pidiendo permiso y orientación a Pedro Rodríguez, entonces el principal modisto de la capital catalana, tal como recuerda Rosa M. Martín, antigua directora del Museu Tèxtil i de la Indumentària de Barcelona y gran entendida en la materia. La Guerra Civil truncó de nuevo el negocio y el couturier cerró sus tres casas y se instaló en París. Allá se hizo amigo íntimo de Wladzio D'Attanville y junto con el vasco Nicolás Bizcarrondo fundaron la sociedad Balenciaga Couture en 1937, en la avenida de Georges V donde permaneció hasta su cierre en 1968. D'Attanville conocía a mucha gente y servía para los negocios, Bizcarrondo tenía dinero, y el talento de Balenciaga era tan enorme como inacabable, de manera que la cosa funcionó viento en popa.

En 1939, el modisto reabrió

sus casas españolas manteniendo el nombre de Eisa y se ocupó de ellas hasta el final, exactamente de la misma forma que lo hacía con la de George V. El lujoso espacio de París permaneció más o menos intacto incluso después de la muerte del modisto y de la venta de la marca por sus herederos. Gracias a ello pudo ser minuciosamente catalogado por Jouve, hasta que entró Ghesquière. Pero los establecimientos españoles se desmantelaron de un día para otro y casi todo se diseminó. Últimamente, el Museo del Traje ha ido adquiriendo piezas de Eisa, la mayoría procedentes de la casa en Madrid. Y tanto Ramón Esparza, el último amigo del modisto, como Fernando Martínez, estrecho colaborador del maestro, donaron en su día piezas al museo barcelonés, una de las primeras instituciones del país en recopilar el legado de Balenciaga y ahora fatalmente condenada a ser absorbida por el futuro Museu del Disseny.

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