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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El estilo Loyola

Carlos Yárnoz

"Esta batalla también la daré". Cuando hizo público ese comentario pocos días después de enterarse de su fulminante enfermedad, Loyola de Palacio no hizo sino reafirmar la que ha sido su principal cualidad a lo largo de su vida: la lucha hasta el final por sus ideales y convicciones, pero también por los objetivos políticos y profesionales que le encomendaban o que ella misma se marcaba. En Madrid y Bruselas, las dos ciudades en las que desempeñó los dos cargos de mayor relieve en su carrera política, De Palacio siempre fue una temible adversaria para quien se situó enfrente o tomó decisiones con las que estaba en desacuerdo. Sin embargo, unos y otros siempre valoraron su preparación y perseverancia por encima de su dureza rayana en ocasiones en la rudeza.

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Los primeros ejemplos públicos de esa actitud tuvieron como víctima a finales de los noventa al entonces comisario de Agricultura, el austriaco Franz Fischler. Siendo ella ministra de Agricultura (1996-1999), De Palacio inició contra el habilidoso y frío Fischler la batalla de la reforma del aceite, con España aparentemente con todas las de perder. La ministra resistió todos los pulsos y no paró hasta convencer al comisario para que visitara con ella los olivares cordobeses y observara sobre el terreno una realidad imperceptible desde los despachos de Bruselas.

Era el estilo Loyola: vencer en la pelea y convencer en la distancia corta. Debió de ser eso lo que vio en ella José María Aznar cuando, como líder del PP en la oposición, la incluyó en el selecto grupo de mujeres que, como Celia Villalobos o Teófila Martínez, en una inédita imagen de la derecha democrática española, emergieron como una nueva casta política e hicieron de contundente ariete frente al último Gobierno socialista de Felipe González, a la vez que atrajeron a parte de un electorado de centro que en 1996 acabó inclinando la balanza a favor del PP.

Ya en el Gobierno, sin embargo, De Palacio tuvo que arrostrar como ministra su mayor tropiezo político cuando, en el tramo final de su mandato, saltó el escándalo del lino, consistente en el ilegal cobro de miles de millones de pesetas en ayudas europeas mediante la sistemática falsificación de cosechas y derivados en las transformadoras. Ya como cabeza de lista del PP al Parlamento Europeo en 1999, toda su campaña estuvo mediatizada por aquel escándalo, que ella nunca gestionó con habilidad.

En Bruselas, sumó a su tenacidad y dedicación un complicado papel de líder, de jefa, de los centenares de militantes y próximos al PP esparcidos por las tres instituciones europeas y por toda la colonia de la ciudad. En esa delicada misión, dejó fuera de toda duda su lealtad a Aznar, al entonces ministro Rodrigo Rato y, en general, a la cúpula dirigente de la época. No sólo eso; haciendo en ocasiones incluso equilibrios más que peligrosos, su debida imparcialidad como comisaria fue puesta en cuestión por sus colegas, incluido el presidente Prodi, por su encendida defensa de posiciones alineadas con el Gobierno del PP. El largo pulso que mantuvo a costa de las golden share fue el caso más sonado.

Esas sombras, sin embargo, apenas oscurecieron su labor en Transportes y Energía, desde donde dio el impulso definitivo al sistema europeo de satélites Galileo, sentó las primeras normas serias sobre seguridad marítima y alentó la creación de grandes redes europeas de transporte más sostenibles.

Pero si aquel comportamiento de demostrada lealtad a Génova y Moncloa era objeto de críticas veladas en Bruselas, en Madrid ocurría lo contrario y su alta valoración llegó a convertirla en hipotética candidata a suceder a Aznar si éste optaba por señalar con el dedo a una mujer. Tampoco ella ocultó nunca sus deseos de regresar a Madrid, preferentemente para reincorporarse al Gobierno. La elegida fue su hermana Ana. El nombramiento de ésta como ministra de Exteriores era, según algunos, un tapón para las aspiraciones de Loyola. Lejos de cualquier interpretación, la comisaria europea recibió la noticia como la más agradable sorpresa de toda su vida.

El PP no le correspondió. O al menos pareció no contar con ella. No la incluyó en las listas electorales con el argumento de que debía seguir en Bruselas, y tampoco le enviaron ninguna señal cuando su partido perdió las elecciones. Aún así, se integró en silencio en el aparato del partido, a la espera de futuras oportunidades. También su corta y rápida enfermedad la ha sobrellevado en silencio. Ha dado la batalla hasta el final. Como siempre.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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