Los libros de la marginalidad
La heredera de Javier Egea deja su legado a la Fundación Rafael Alberti
El legado del poeta granadino Javier Egea ha pasado a engrosar los fondos de la Fundación Rafael Alberti del Puerto de Santa María. La institución que dirige María Asunción Mateo, última mujer del poeta gaditano, se ha comprometido a custodiar los 1.218 libros que componían la biblioteca personal del autor de Paseo de los tristes.
Hace poco más de un año, Luis García Montero, amigo personal de Egea, desvelaba en una columna de opinión que una parte del legado del poeta se encontraba en manos de un chamarilero. Fue el pintor Juan Vida el que descubrió algunos de los libros de Quisquete, como le llamaban sus amigos, en el local de una asociación benéfica dedicada a la venta de segunda mano.
Tras la denuncia de García Montero, la policía interrogó a los vendedores, que dijeron haber recibido varias cajas llenas de libros de manos de "una señora", a cambio de ayudarla con una mudanza. Esa señora no era otra que Helena Capetillo, heredera legal de la biblioteca del poeta, que al verse acorralada por la prensa y la opinión pública no dudó en denunciar a la asociación benéfica del robo de las cajas. Pero se equivocó de blanco. La policía consideraba la reputación de la asociación de "intachable", ya que tanto policías como jueces disponían de informes muy positivos de ella. Este hecho motivó que se investigara con cautela la denuncia hasta que la demandante se convirtió en denunciada. Capetilla fue detenida por la policía acusada de haber simulado un delito y de haber presentado una denuncia falsa.
"Javier Egea quiso vivir en la marginalidad. Esta situación se ha prolongado incluso después de su muerte. Hoy, comprobando en manos de quién están los derechos de su obra y su legado, no cabe duda de que no ha logrado salir de esa marginalidad a la que él mismo se condenó", asegura Álvaro Salvador, amigo íntimo del poeta durante los ochenta y noventa.
'La otra sentimentalidad'
A principios de los ochenta, Javier Egea, junto a Luis García Montero y Álvaro Salvador, firmó el manifiesto La otra sentimentalidad, en el que se abogaba por una poesía más cercana a la gente corriente. Aquella declaración supuso una revolución para la lírica española, convirtiéndose en la corriente mayoritaria del final de siglo. Mientras García Montero y Salvador obtenían reconocimiento público, Egea prefirió convertirse en una especie de poeta maldito, alejado de cualquier academicismo.
Tras su suicidio, todo lo que ha rodeado su legado han sido despropósitos. Sobre Helena Capetillo, la responsable del legado, Salvador declaró ayer que "habrá tirado todos nuestros libros. No es la primera vez que sucede, de hecho la evolución de todo lo ocurrido es la normal. María Asunción Mateo borró nuestros nombres de La arboleda perdida y Capetillo quiere hacernos desaparecer de la vida de Quisquete. Son tal para cual".
Las reacciones en Granada tienen un sabor agridulce. Por un lado, de esta manera se protege lo que queda del legado. Pero por otro, sus libros acaban en un lugar que "no habría sido el preferido de Quisquete, que hubiera optado por Fuentevaqueros o por el Zaidín", señaló Alfonso Salazar, responsable de la Asociación del Diente de Oro, encargada de promocionar la obra de Javier Egea.
Y ofrecimientos no han faltado. La Diputación de Granada ofreció a la heredera y al albacea, José Luis Alcántara, la ubicación de los libros en el Centro de Estudios Lorquianos de Fuentevaqueros. También la Delegación de Cultura ofreció la Casa de los Tiros. "Ninguna institución granadina ha tenido oportunidad alguna de albergar el legado", señaló ayer Juan García Montero, concejal de Cultura.
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