Domingo de pájaros
Los viejos, los pájaros, los gestos absurdos con billetes en la mano de esta mañana de domingo soleada, el olor de la lejía en la acera del bar recién fregada, el hombre de traje y corbata que pasea inútilmente a su perrito, la música más bella del mundo en los altavoces del campo de fútbol, el pañuelito doblado que huele a colonia, las mujeres vestidas de chándal, agachadas en cuclillas en su raya de la petanca, la familia de gitanos sentada a desayunar entre la humareda de la churrería, la otra mujer que se asoma en bata a su ventana con los labios ya viejos y pasa un mocho por el alféizar, y el ir calentándose las calles con el calor obstinado de las estufas de las pollerías, es todo esto lo que le da un sentido irrefutable a este claro del parque de Europa, en Santa Coloma de Gramenet.
Aquí es donde se juntan semanalmente, como se juntan unos ahorros, los hombres con sus jaulas enfundadas en telas estampadas, de listas, de escudos del Real Madrid, y en una oscuridad de ojos cerrados llevan a los pájaros de sus casas al parque. Algunos son pájaros silvestres, especies protegidas, y entonces hay que taparlos con las fundas todo el rato, porque está prohibido exhibirlos. Pero los pájaros del campo son los que más aprecian los ancianos, pues para cautivos ya están ellos en persona. Se ven en este parque periquitos, canarios amarillos, blancos, salmón, verderoncillos, jilgueros, mandarines, cardenalitos y el canario cobre, que es casi rojo como el óxido del cobre, y es muy apreciado.
Los hombres van llegando al parque alrededor de las nueve y media de la mañana, y algunos traen hasta más de cien pájaros en sus jaulas, y las dejan sobre sus mesas, o en torno a un almez solitario de corteza arrugada, que como todos los árboles no distingue entre muertos y vivos, o cerca de los olivos centenarios, o de los plátanos, y hay quien se atreve a meter hasta 17, hasta 27 diamantes mandarines en jaulas de transporte igual que quien mete diamantes en una caja fuerte, y si se les consulta, explican que el pájaro no está incómodo, y que sólo va a pasar ahí dentro el rato de la mañana. Mil pájaros en una jaula son como mil hojas muertas o como mil hombres tranquilos. Los pájaros de cautividad compiten en belleza, en perfección del color, en simetría del plumaje, y participan en premios internacionales, y así ven mundo con sus dueños, y los pájaros compiten por su canto jaula contra jaula en torneos clandestinos que llevan el nombre desnudo y claro de "la pega".
Hay muchachos que se aficionan a la pega como el que se encapricha de las peleas de gallos, y a veces se alternan ambas propensiones. Un pájaro cantor no sabe dejar de cantar hasta que no le meten en una funda. Existe también un malditismo del pájaro, que es un malditismo barroco sustentado en el no poder escapar, en el verse obligado a escoger entre lo pomposo de la pluma y lo épico del canto.
Por el parque pasea Carlos, que es el presidente del Club Ornitológico de Santa Coloma, y que tiene los ojos un poco lejanos y azules. Carlos tiene 44 años y se dedica a los canarios desde hace 30. A la sombra de un árbol, detalla que este punto de encuentro y de intercambio es sólo para canarios y pájaros exóticos, y que la venta y el trapicheo con ellos, y menos con otros pájaros, están prohibidos y que, en los concursos, lo que se puntúa de un canario es la genética, la perfección de la raza, y no el canto. Carlos es mecánico tornero, nacido en Santa Coloma e hijo de conquenses. Hay en su casa unas 40 parejas, que le dan unas 200 crías cada año entre las que selecciona las más perfectas. Los habituales de esta isleta del parque también lo fueron del "mercado de los pajaritos" de L'Hospitalet, que tuvo que desmantelarse, en lo tocante a los pájaros, por estar bajo el área de influencia del delta del Llobregat, donde hacen alto las aves migratorias, susceptibles de traer en sus migraciones, como apestados medievales, la fiebre aviar.
Un albañil de 62 años, que ha llegado en bicicleta, se ha comprado dos canarios que necesita para criar, y cuando se le pregunta le gusta contar cómo le maravillan los pájaros desde que era niño en su pueblo andaluz, y también explica cómo aún se cazan en el río Besòs carbonerillos, petirrubios y otros pájaros del monte que bajan al suelo para comer gusanos. y luego refiere la manera en que alguna gente le echa el humo de los porros a los pájaros para que canten más en las pegas, y al acabar la conversación, el hombre se monta otra vez en su bicicleta y se va con una bolsa de plástico a coger hierbas para sus conejos.
Ante unos pájaros exóticos, una mujer exclama: "¡Si no hacen más que ruido!". Y un señor de Albacete, que trabaja de calderero, cuenta que si se quiere distinguir un macho de una hembra es mejor esperar a que esté el pájaro encelado, y entonces soplarle bajo la cola, y si tiene la barriga llena, es hembra; pero si la tiene plana y se le ve un pitorrito es macho. Y otro anciano toma el sol con sus dos jaulas de jilgueros. Y los jilgueros saltan en los palos, cautivos y desarmados tras su máscara roja.
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