El fraude de la PAC
Si la Política Agraria Comunitaria (PAC) nació con el propósito y la benevolencia de elevar el nivel económico de las zonas rurales pobres, además de convertir a la agricultura en un sector rentable, moderno e innovador, después de casi dos décadas de PAC poco o relativamente poco ha resuelto susodicha medida económica, a pesar del mucho dinero destinado a la causa.
La PAC consiste básicamente en subvencionar el producto agrícola deseado para que pueda seguir cultivándose a la vez que ser rentable para el agricultor. Es decir, consiste en inyectar miles de millones de euros a una producción agrícola que no es rentable sin esta prima adicional, lo que supone una medida meramente paliativa e insostenible a largo plazo. Si a esto añadimos que sus desiguales criterios de distribución no han reducido las diferencias de renta entre los agricultores de mayor poder adquisitivo y los de menor, sino que, por el contrario, los que más ayudas han absorbido han sido los grandes propietarios, ¿qué sentido tiene ésta?
Otra rancia inercia de esta pésima política agraria ha sido la nula diversificación de la agricultura hacia los cultivos y productos más rentables e innovadores, de hecho, se han extendido los monocultivos de cereal, olivo, vid y algunos otros, con lo que la situación sigue estando en que continuamos cultivando productos que sin esa subvención no encontrarían un valor mercantil positivo dentro del mercado libre.
Pero aún hay más, estas políticas subsidiarias son proteccionistas, rompen el juego y reglas del libre comercio y son el origen oneroso de la pobreza de los países del Tercer Mundo, incluyendo la muerte por inanición de miles de personas.
¿No es hora de que las reglas del libre mercado sean iguales para todos?, ¿no es hora, quizá, que a los agricultores del primer mundo se les suprima este privilegio y agudicen su ingenio para competir en igualdad de condiciones?, ¿no es hora de darles una oportunidad a los países subdesarrollados?
Si la PAC se gestó como una medida coyuntural para elevar y equilibrar el sector agrario al nivel de los demás, hoy día se ha convertido en un injusto anacronismo económico que limita la acción económica de las regiones más pobres y, en sentido contrario, acomoda a los opulentos agricultores de Occidente.
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