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Guinea es como Cuba: merece una política seria

La reciente visita de Teodoro Obiang Nguema a España ha estado acompañada de polémica. La Junta de Portavoces decidió a las nueve de la noche suprimir su visita al Congreso, oficialmente prevista para la mañana siguiente. Dar un plantón semejante a un jefe del Estado no sólo es una falta de consideración con los que mantuvieron las entrevistas de trabajo o protocolarias con él, sino que nos debilita, y mucho, ante otros países que estarán encantados de ocupar nuestro puesto en Guinea Ecuatorial. Al parecer, el presidente del Congreso suprimió la visita cuando varios portavoces le anunciaron que pensaban leer un comunicado contra Obiang durante su permanencia en la Cámara.

Es la primera vez que sucede algo así en 30 años de democracia. Las Cámaras parlamentarias españolas han recibido a personalidades políticas mucho más discutibles moralmente que Obiang. Se ha alterado una prolongada política de colaboración entre los poderes del Estado en asuntos diplomáticos, y hay que sentirlo, porque además la excepción ha sido con Guinea Ecuatorial, donde la política exterior española ha de ser inteligente y delicada. Porque, como Cuba o como el Sáhara, ese pequeño país africano que habla nuestro idioma forma parte de nuestra historia y de nuestros sentimientos. Si queremos corregir errores del pasado, la democracia española no puede actuar a impulsos esporádicos. No es momento de reproches, pero creo que el incidente parlamentario con Obiang ha tenido mucho de irreflexivo, si es que no se ha perdido todo lo logrado en los últimos cinco años. No es ninguna novedad saber que en ese país africano los estándares de respeto a los derechos humanos y de seguridad jurídica dejan mucho que desear. Yo estuve en Guinea Ecuatorial en mayo de 2002, cuando el líder opositor Plácido Micó fue injustamente encarcelado, y hoy ese dirigente socialdemócrata es miembro del Parlamento nacional guineano. Desde aquel año, dos Gobiernos españoles han conseguido algunos avances, de los que soy testigo, y muy modestamente, actor de los mismos. En el año 2004 viajé tres veces por encargo de los Gobiernos de Aznar y de Rodríguez Zapatero, y en dos de ellos trasladé a Obiang mensajes de los presidentes del Gobierno.

En esta ocasión, el pasado miércoles 15 de noviembre, visité a Obiang en el hotel en que se hospedaba en Madrid. El motivo de mi entrevista ha sido el mismo que me llevó a Malabo y a Bata en 2004: que las relaciones con España mejorarán más cuanto mejor sea el cumplimiento de los principios democráticos por parte del régimen guineano, y para ello queremos incrementar la presencia de España en Guinea. Por eso le expuse a Teodoro Obiang la intención de un grupo de personas interesadas por su país en crear una fundación que sirva para que la sociedad española conozca Guinea como se merece, y la sociedad guineana vea que en España preocupan sus problemas e ilusiones por vivir con más justicia y con una democracia real.

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Es posible que el incidente producido durante su reciente visita ocasione un retroceso en la posición de España en Guinea Ecuatorial. Obiang ha acreditado su capacidad para asumir el papel de víctima ante la antigua potencia colonizadora. Mi opinión es que hay dos países que tienen posibilidades de influir en el futuro de Guinea: los Estados Unidos, por sus grandes intereses energéticos, y España, que cuenta, todavía, con la simpatía de la población, que sigue hablando castellano a pesar de estar inmersos en un área donde Francia, a veces con un descarado realismo político, cultiva sus intereses económicos con ayuda de su cultura. Es significativo que Pastor Michá, su actual ministro de Asuntos Exteriores, se denomine también "y de la francofonía".

Disponemos de una potencialidad única para que Guinea vaya hacia la democracia, pero la oposición democrática guineana corre siempre el riesgo de ser acusada de complicidad con España, cuando ocurren incidentes como el del Congreso. Si he mencionado la irreflexión de los gestos parlamentarios contra Obiang, me estoy refiriendo a que la única vez que ha sucedido algo así ha afectado a un jefe de Estado de una antigua colonia, con un inevitable paternalismo racista, lo que no ha pasado desapercibido para los guineanos, políticamente diversos, con los que he hablado. Grave sería que los platos rotos del acto protocolario no celebrado con los diputados los pagasen los opositores al Gobierno de Obiang amigos de España.

Guinea es como Cuba, desde la perspectiva de lo que significa España para sus sociedades. Y para España, que Cuba y Guinea avancen hacia la democracia gracias a nuestra contribución servirá para que nuestra autoestima como país digno se incremente. ¿No estábamos de acuerdo en mantener un diálogo exigente con Fidel Castro y su régimen, incluyendo asuntos como el respeto a la oposición -que allí no está en el Parlamento, sino exiliada, en prisión o vigilada- y garantías para las inversiones españolas? No hace falta leer un breviario sobre la globalización para caer en la cuenta de que si no existen vínculos económicos, difícilmente se puede condicionar la marcha de un país, sea éste Cuba o Guinea. Pero mientras en Cuba nuestra presencia y nuestra atención son muy importantes y permanentes, en Guinea apenas tenemos una incipiente y raquítica presencia de la sociedad civil española, y pasados los ecos de ruidos como los de la visita, volveremos a olvidar que Guinea nos exige una política seria y sólida.

Juan José Laborda es ex presidente del Senado.

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