Demasiadas prisas en el Palau de les Arts
Sin mucha precisión nos vamos enterando de qué ha pasado en la plataforma central del principal escenario del Palau de les Arts. Seguro que en los próximos días o meses tenemos la información adecuada acerca de este suceso que algunos quieren reducir a la categoría de incidente. Pero ya resulta llamativo que ningún medio de comunicación haya podido acceder al foco de la noticia, que únicamente conocemos por gráficos y descripciones virtuales, como si de la guerra del Golfo se tratase. Puro regüeldo de oscurantismo y censura. En todo caso, celebremos que el hundimiento de ese armatoste, tal como cuentan, no haya ocasionado víctimas y sí tan sólo trastornos en la programación, lo que acaso se compense con la infortunada publicidad gratuita provocada por este fracaso, llamémosle técnico, después de los ambiciosos cacareos propagandísticos con que se ha amenizado el comienzo de temporada operística en el inconcluso liceo.
Sin embargo, no ha hecho falta esperar a que los reputados fabricantes e instaladores de ese artilugio escénico emitan su dictamen para que se hayan apuntado ya otras causas ajenas al mecanismo averiado, pero igualmente -si no más- explicativas de su fallo. Y esas otras causas son humanas y particularmente políticas, pues han sido decisiones de este género las que, a juicio de no pocos cualificados observadores -y de la oposición-, han propiciado este trastorno. Nos referimos, específicamente, al apresuramiento y consecuente improvisación con que se ha querido iniciar oficialmente las actividades. En fin, las prisas por poner en marcha el Palau sin tener suficientemente rodada la maquinaria y el personal empleado.
Claro que, puestos en la piel del Consell, y especialmente de los consejeros más directamente involucrados en la gestión y financiación de este coliseo, como son los de Hacienda y Cultura, hay motivos para sentirse impacientes ante la morosidad con que el arquitecto Santiago Calatrava culmina su trabajo. A este paso -podrían haber pensado los aludidos y sus cofrades- se deja el Palau inédito y a punto de caramelo para que lo reinaugure el tripartito que emerja victorioso de los comicios autonómicos de mayo próximo. Lo cual, de acontecer, no significaría otra cosa que devolverle la rebautizada Ciudad de las Artes y de las Ciencias al partido que la inventó y puso en marcha. Se trata, obviamente, de una conjetura, pero lo bien cierto es que estas premuras que anotamos tienen cariz electoral, como de hecho lo tiene ya toda la proyección pública de la Generalitat.
También es verdad que a esa impaciencia ha de contribuir el desorbitado costo de esta obra faraónica. Este es el momento en que no se puede cifrar con alguna exactitud la cantidad en ella invertida hasta ahora. Se habla de 350 millones largos, que puede sobrepasar los 400 según qué fuente nos informe, lo que está muy lejos de los 51 en que se presupuestó en 1997, y no digamos cuánto dista de los modestos presupuestos que en su día, a comienzos de los 90, propusieron los socialistas para el conjunto de la "Ciutat de les Ciències" y que el PP rechazó por excesivos e inasumibles cuando todo el proyecto inicialmente concebido no alcanzaba siquiera el importe actual previsto para dos o a lo sumo tres temporadas de opera en el Palau. Pero ahora la "Ciutat" es la perla de la corona del PP y ninguna prodigalidad para con ella es poca. ¿Cómo soslayar la comparación de esta largueza inversora con la racanería o desvió de recursos que ha padecido la seguridad del metro?
Y una coda final a propósito de la seguridad. Se ha desvelado que el Palau carece de licencia municipal de actividad porque -dice el concejal responsable- no la necesita en virtud de unas normas que suenan a excusas de mal pagador. ¿Quién y cómo ha suplido la inspección de los bomberos? ¿O es que las iniciativas públicas de este género gozan de un limbo jurídico o de un falso privilegio que agudiza los riesgos? No queremos pensar, como alguien ha sugerido, la santabárbara que hubiera promovido Rita Barberá de estar gobernando Joan Ignasi Pla. Y con toda la razón del mundo. La misma que nos autoriza a sospechar que se ha cometido una ilegalidad y tratan de taparla.
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