La naturaleza del tiempo
El tiempo y el tempo teatral. En su tratamiento, su decisivo protagonismo y el dominio de sus fórmulas, radica la clave de Lúcid, el nuevo montaje del dramaturgo y director argentino Rafael Spregelburd que el pasado sábado se estrenó en la ya recta final del festival Temporada Alta de Girona, tras ensayarse y preestrenarse en Buenos Aires. Spregelburd, de quien en la edición pasada del festival se presentó su trepidante La estupidez, es de los que observan la naturaleza y se interesa, como su paisano Javier Daulte, por la física, las matemáticas y la geometría para entender los mecanismos que determinan la conducta humana. La física de sus ficciones narrativas escapa a los cánones occidentales tradicionales. Los argumentos caóticos relevan, en su dramaturgia, a la vieja fórmula de planteamiento-nudo-desenlace. El caos que nos propone, como bien explica en el interesante artículo que publicó en la revista Pausa 'Guía rápida para dramaturgos cazadores de catástrofes', no responde a la búsqueda de un formato de moda, sino que, y le cito, indaga en la compleja naturaleza de lo real.
La naturaleza del tiempo o la posibilidad de un encadenamiento no causal del mundo se traducen en el montaje que nos ocupa en un juego escénico tan lúcido como lúdico. Lúcid desarrolla de manera fragmentada y no lineal la relación entre una madre, Teté, y sus dos hijos ya adultos, Lucrècia y Lluc, núcleo familiar al que se añade un cuarto personaje, el amante de Teté, Darío. Si caemos en la fórmula reduccionista que une causa con efecto, tenemos que el punto de partida de la obra es la consecuencia de un trasplante de riñón con el que Lucrècia, la donante, salvó, con apenas 13 años, la vida de su hermano Lluc, de 10. Años después, el arranque de la obra, Lucrècia vuelve para reclamar lo que es suyo. Pero ojo, porque lo que parece una pesadilla, puede que lo sea, y lo que parece el planteamiento, podría ser puro nudo (en la garganta) o pura fantasía.
En un primer nivel de lectura, Lúcid es un cúmulo de escenas que llegan a un clímax de absurdidad semejante al de esa estupenda serie norteamericana de la década de 1980 Enredo: nadie cree hacerse invisible en escena pero sí que llega a desaparecer la cicatriz del trasplante, como también entra en juego la luz de un ovni. Lúcid, sin embargo, va más allá y ese absurdo tiene que ver con la imagen que el ser humano tiene de su propia poquedad, una imagen más grotesca que trágica. El alcance de la pieza pide a gritos el volver a ella. Y el tiempo, en este sentido, juega a nuestro favor, pues Lúcid se presentará en enero a Barcelona (del 10 al 21 de enero en la sala Beckett). Cuenta además con un reparto magnífico (¡los intérpretes parecen argentinos!) y sólo por ver, por ejemplo, a Cristina Cervià en el papel de Teté ya vale la pena.
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